lunes, 8 de septiembre de 2008

cuentos sin descuento tres



El elefante

(Carlos Miguel Giménez O.) [cmgo1979@yahoo.com]

"el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo. Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal, capaz de arrancar un árbol con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir."

Cierta tarde el elefante encontró una brizna de hierba que había sobrevivido a la brusca instalación de la carpa, o quizá volvió a brotar luego de la tormenta de pisadas.
El elefante extendió la trompa, pero no consiguió alcanzar la pequeña plantita. Dio un corto paso, pero aún faltaba una mínima distancia. De repente pareció sacudirse de su letargo, avanzó otros pasos más, y así fue como la estaca se safó con suma facilidad del agujero en la tierra donde estaba clavada.
El animal arrancó la hierba de una vez y la tragó completamente. Pero aún no se había dado cuenta que ninguna estaca lo encarcelaba a la porción de espacio donde estaba reducido. Su interés en olfatear obras briznas verdes lo llevó a dar nuevos pasos, así la cadena suelta empezó a arrastrarse entre sus piernas.
Alguien que casualmente pasaba por allí vio al elefante vagabundeando, se asustó y huyó para buscar ayuda. Enseguida vinieron otras personas, que aterradas por la libertad del paquidermo, algunas de ellas tomaron palos y cascotes para cuidarse.
La bestia, al ver a los hombres armados, se agitó y comenzó a buscar una salida. Sin querer atravesó el telón que separaba de la pista central, donde unos trapecistas estaban desarrollando su número.
El público se sorprendió, pero en general tomó aquello como parte del espectáculo. Sin embargo, el elefante, bastante perturbado, corrió hacia las plateas. En ese instante la carpa se llenó de gritos, todo el mundo empezó a correr desordenadamemte. Las personas se tropezaban, caían, se pisoteaban, los niños se perdían, lloraban, era un caos. Y todo ello solamente hacía que el elefante se confundiera aún más.
El animal aplastó varias butacas, una pata se enredó entre algunas tablas, mientras con la trompa daba golpes a los que eran más lentos en salir de allí. Finalmente se estrelló contra una de las paredes de tela, abriendo un agujero hacia la calle, donde ya había gente que se había interesado a qué se debía el alboroto dentro del circo.
Cuando el elefante salió hacia la calle, toda esa gente entró en pánico, y se sumó a la multitud que seguía saliendo de la carpa. Y también venían corriendo los hombres con sus palos. Se formó una estampida desenfrenada, por que era el atardecer y los vecinos salían a las veredas a mirar la calle, donde cruzaban varios coches.
El elefante estaba aún más aterrado cada instante, los coches trataban de evadirlo y provocaban choques, o atropellaban a gente. Sonaban los bocinazos, muchos gritos, lamentos, era una situación desesperante. Mientras algunas se atrevían a arrojar piedras contra la bestia suelta, y su cadena se arrastraba ruidosamente sobre el asfalto, mientras se dirigía hacia el centro de la ciudad.
Unos minutos después los móviles de la prensa estaban rastreando el sendero de heridos, de desastres, mientras las sirenas de las ambulancias, de bomberos y policías se mezclaban en el aire, entre los filas de vehículos accidentados, que apenas daban paso para que otros automovilistas emprendieran una carrera para ponerse a salvo.
El elefante veía todo ese mundo tan despavorido, los ruidos tan terribles de todas las cosas aumentaban en sus orejas, pareciera que lo persiguieran, que buscaban dañarlo, entonces tenía que seguir huyendo, sin detenerse, derribando murallas, pisoteando a personas, a perros, techos de autos. Y los fotógrafos de la prensa lanzaban sus flashes tan exasperando, como si fueran armas de luces. Estaba en un éxtasis de terror.
Entonces el cielo de la ciudad se cubrió de un sonido estrepitoso, y no tardó en aparecer un helicóptero de una canal de televisión. El vehículo volaba tan bajo, las aspas soplaban su viento tan furioso, y el motor hacía temblar todo en derredor. Lo que espantaba aún más al pobre elefante.
Huyendo entre varias calles, en un mar de multitudes desesperantes, que crecía con un montón de curiosos, que salían de sus casas, de sus tiendas, de los bares y cines a conocer la causa de la gran conmoción. El elefante llegó hasta una barricada, donde camiones de bomberos bloqueaban la avenida, apoyados en algunas patrullas, detrás de las cuales se refugiaban policías armados con escopetas.
El elefante se vio de pronto ante esa barrera armada, la adrenalina hizo latir su corazón un millón de veces más rápido, y sus patas casi se doblaron por causa de la rabia para correr más lejos. Pero dos gatillos tembloros se apretaron, las explosiones atronadoras rugieron en aquel improvisado callejón, con lo que el animal enloqueció.
Los balazos crujieron en el aire y fueron callando su velocidad cruel en la piel del elefante. El animal pretendía huir más, más todavía, pero sentía que las fuerzas se iban, que su gran cuerpo se adormecía, se llenaba de dolorosos agujeros.
El espectáculo explosivo arrasaba con el organismo del elefante, algunos escopetazos errados lo rozaban e iban a volar vidrieras, o parabrisas, o desmenuzaban paredes, o cabezas.
La bestia se derrumbaba, su oscura pelambre se manchaba de borbotones aún más oscuros, la negra sangre brillaba, se desparramaba por toda la calle, señalando un rumbo aturdido. Apenas caminaba ya, de pronto se quedó parado, y el elefante no soportó más su peso. Cayó plomizamente sobre uno de sus lados.
El dolor era desesperante, el elefante agonizaba en el suelo, un frío extraño estremecía sus orejas, en tanto la trompa rascaba el pavimento, pero la miraba estaba fría, congelaba en algún lugar lejos de allí.

Viaje al almacén
(Carlos Miguel Giménez O.) [cmgo1979@yahoo.com]

Lo de siempre, a Gaspar siempre le interrumpen su programa favorito en la mejor mitad. "Gaspar, carajo, vení pues", entonces el chico se despega lentamente del suelo, con la mirada todavía clavada en el televisor, como hipnotizado. "Andá comprá mortadela por mil y un cuarto galleta", ordena alguien detrás de la pared. El niño está rabiado, si al menos pusieran algún comercial, él saldría volando al almacén y quizá no se perdería del episodio. En la tele el Chapulín acaba de tragar sus pastillas de chiquitolina y camina ingenuamente hacia un nido de ratas. "¡Andate ya mi hijo!, tomá la plata y apuráte". Maldita sea, se va a perder la mejor parte. Aprieta la plata en un puño, de repente deja de mirar la tele y sale corriendo con rabia. El estúpido almacenero le atiende a una gorda, mientras le carga tomates en una bolsita de hule, la gorda le habla de lo grandes que están sus hijos, del trabajo de su marido y otras boludeces. Gaspar rechina los dientes, todos convinieron para joderle. Hay un televisor encendido en la pieza del al lado, están viendo una novela a alto volumen, cambia de canal, se escucha su programa, pero enseguida regresan a la estúpida novela, se rién detrás de la pared, todos le están jodiendo al chico, no hay dudas. La gorda se va, el almacenero acomoda sus pesas en una línea. "¿Qué va a llevar, mi hijo?", ahora este boludo tiene que sacar el paquete de mortadela, buscar su cuchillo, cortar los pedazos exactos, quitar de una bolsa negra las galletas, calcular el peso en la balanza, contar el dinero, y entregarle las moneda más mierdosas de vuelto. Gaspar zapatea un pie, le van a fundir todo el episodio. Toma el recado y corre apresurado de vuelta a casa, maldiciendo. Echa el portón de una patada, tira la mortadela, las galletas y las moneditas sobre la mesa, salta al televisor: están viendo la novela del otro canal. Gaspar refunfuña, se acerca a la perilla y pone el Chapulín, no es tan tarde. "¿Y éste?", "¡Qué hacés!", protestan en la habitación. Gaspar no reconoce las voces, gira y ve a personas desconocidas sentadas sobre la cama. Asustado, salta hacia la cocina: la gorda del almacén se encuentra acomodando tomates sobre la mesa. Gaspar sale enseguida de la casa, llega a la calle, no reconoce el vecindario, no ve nada que le parezca similar. Vuelve hacia el almacén. Ahora es una peluquería. Se precipita por la cuadra, pero todo está cambiado. Ninguno de los que ve le son conocidos. Este no es su vecindario. O quizá él ya no es él mismo.

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