martes, 16 de septiembre de 2008

cuentos sin descuento 5



No encontrado

(Carlos Miguel Giménez O.) [cmgo1979@yahoo.com]

Quería un comprarme un libro en el supermercado, pero no tenía ninguna etiqueta que indicara el precio. Fui a la máquina lectora de códigos. Pasé el libro y enseguida apareció su valor. Tuve curiosidad de ver qué pasaba, así que también puse una mano bajo el lector, la pantalla devolvió el mensaje "Producto no encontrado". Comiquísimo resultado. Pagué el libro en la caja. Cuando salía, los detectores que crucé sonaron su alarma. Me quedé quieto, un guardia se precipitó a donde estaba. Me hizo cruzar de nuevo, y la alarma se reiteró. Entonces me llevó a un lado y me hizo vaciar los bolsillos. Pues no tenía nada sospechoso. De nuevo pasé entre los paneles, otra vez la alarma se encendió. El guardia me esposó las manos por la espalda, me llevó a una habitación cerrada y me dejó sentado. Las esposas me pareció algo exagerado, pero como no tomé nada indebido, confiaba en que el asunto se arreglaría pronto. Pasaron algunas horas, no sé cuántas. Estaba aburriéndome, caminé dentro del pequeño cuarto. Traté de girar el picaporte, la puerta estaba bajo llave. Llamé. No se escuchaba nada de afuera. Llamé varias veces más. Luego me cansé y creo que me dormí. Cuando abrí los ojos descubrí que estaba enderezado dentro de una caja, una cinta cruzaba a la altura del pecho y otra bajo las rodillas. Una etiqueta colgaba del cuello de mi camisa indicando un precio.

La selva
(Carlos Miguel Giménez O.) [cmgo1979@yahoo.com]

Los campesinos volvían al anochecer a su pueblo. La selva oscura y apretada se desparramaba a los lados del sendero. No había nada de qué hablar, de repente cualquiera podía silbar, o seguir en silencio dentro de su pensamiento, escuchando a los bichos ocultos en la maleza. "¿Qué es ese ruido?", dijo Mancuello, cuya figura encorvaba apenas se reconocía en penumbras bajo su carga diaria. Además, el viejo hacía unos años que era medio sordo, y el ruido que se desataba en la selva debía ser muy estruendoso como para que él se queje. En el cielo desaparecido flotaban centenares de lucecitas rojas, se movían con lentitud, mientras todos los rincones endemoniados se saturaban por el ruido de los motores. Si alguien alcanzó a responder, no pudo ser escuchado. De pronto el suelo pareció estremecerse, los bichos se borraron del aire y fugaces criaturas atravesaron el yerbaje entre las piernas de los campesinos. Enseguida crujieron explosiones en algún lugar de la selva, sino en todas partes, entremezclándose con el rumor de los aviones. El fuego no tardó en asomar en las lejanías, y muy pronto todos los senderos escondidos emergieron como sombras. Muchas sombras se movieron, apresuradas. Algunas cruzaron cerca de los campesinos, gritando, jadeando, y dando disparos al aire, agazapadas. Eran guerrilleros. Iban o venían, huían o avanzaban, nadie sabía.

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