lunes, 15 de septiembre de 2008

cuentos sin descuento -cuatro-



El novio de la cantante

(Carlos Miguel Giménez O.) [cmgo1979@yahoo.com]

Conocí al tipo en uno de los conciertos de su novia. Fue la primera vez que vi una actuación de ella. Me impresionó mucha la joven, quedé tan encantado hacia sus maneras, por su fino talento y su belleza, que tuve intenciones de averiguar más de ella. En un momento estoy convencido que se fijó en mí, desde el escenario. No pude menos que pretender sonreír, embelezado por su encanto artístico. Fui a un lado de la plataforma para saludarla. Los músicos estaban bajando. Otros admiradores se congregaban en ese sitio. Ella era toda una estrella, por lo que me daba cuenta. Demostraba una simpatía entusiasta, era muy sociable y su sonrisa no se debilitaba en su fresco rostro. Le pedían autógrafos, se tomaban fotografías con ella, o sencillamente la saludaban, con un suave beso en la mejilla. Pude observarla cuidadosamente, mientras me acercaba hasta ella sin darme cuenta. Finalmente estuve delante de la cantante. "Hola", exclamó, "¿te gustó el concierto? Gracias por venir", me dijo a mí. No supe reaccionar, y ya su atención se dispersó en un autógrafo. Me alejé del grupo, aunque sin dejar de mirarla a ella, que era el centro de todas aquellas personas. Más atrás estaba él, bostezando. "Esa mujer es maravillosa", terminé suspirando. "Ah, ¿sí?", dijo el tipo, sin que yo lo esperara. Parecía distraído, no sé qué estaba mirando en realidad, aunque fijaba la mirada hacia donde se encontraba la cantante. "Es la primera vez que vengo a su concierto", agregué, no tenía deseas de conversar, pero algo me impulsaba a referirme sobre aquella muchacha. "Claro, a muchos les sucede", siguió el desconocido. "Parece tan inalcanzable, de todas formas", terminé reclamando. "Hmm... quizá", indicó aquel tipo, ahora apuntando la mirada hacia algún punto distante. En ese instante la chica saludó de lejos, agitó la mano y desprendió una sonrisa de pura alegría. Me estremecí, creyendo que se dirigía a mí. Entonces vi que el tipo que se paraba a mi lado movió la cabeza, le respondía el saludo. Ella se abrió paso entre sus admiradores, pero no se dirigió a donde estábamos. Desvió su rumbo hacia la salida del recinto. Fue así que desapareció el tipo que andaba a mi lado, sin que me diera cuenta. Más tarde lo reconocería por casualidad paseando solitario frente a tiendas cerradas de un centro comercial. Parecía despreocupado. Con las manos en los bolsillos. Sin prestar gran atención a otras personas que paseaban a esas horas por allí. No me vio, ni yo me acerqué. Algo me impulsaba a seguirlo, aunque no estoy seguro qué. Iba a paso lento, sin prisas. Creo que miraba un escaparate de vajillas. Aunque no demostraba gran interés. No me percaté que la cantante se acercó por el lado contrario hasta aquel tipo, ella lo saludó, el apenas la miró, seguía fijándose en el escaparate. Ella era un poco más alta, sonreía y su voz se escuchaba más fuerte que la de él. Le dio un beso en una mejilla y se fue. Pero aquel tipo no reaccionó de ninguna manera, continuó su perezosa caminata. Me intrigaba saber quién era él. Que tan ensimismado deambulaba delante de vidrieras oscuras. Que tenía la atención envidiable de aquella hermosa joven, pero que no se emocionaba con su presencia. Yo en su lugar no la hubiera dejado ir sin compañía, y le devolvería doblemente aquel beso. No advertí que había alcanzado el escaparate de la vajilla. Me concentré en las formas oscuras que se veían detrás del cristal, tratando de encontrar los signos que atrajeron al tipo que estaba siguiendo. Pero fue inútil, no había nada interesante allí. Fue así que se me perdió el misterioso hombre. Y fui sorprendido por la cantante. "¡Con que aquí estás!", me dijo, "Te estaba buscando". Yo me quedé petrificado, ella me estaba hablando. No pude menos que desviar la vista en la vidriera oscura. "Bueno, te espero afuera", agregó, con su mágica sonrisa revoloteando su cara. Asomó y me besó en la mejilla. Casi me demayé, no comprendía lo que estaba pasando, así que no supe reaccionar ni seguí la figura de ella alejándose de mí, para esperarme en no sé dónde. Completamente desorientado, continué adelante, con paso pausado, tratando de ordenar mis ideas. Miré atrás, pero nadie me seguía.

Caja 26
(Carlos Miguel Giménez O.) [cmgo1979@yahoo.com]

Me compré una barra de chocolate. Ultimamente me desagrada el sabor de la carne y no encuentro plato agradable que no contenga carne. Así que me conformo con el azúcar. Le entregué mi bolso a una señorita que estaba doblando papeles de regalo. Me devolvió un cartón numerado. Tenía un error de impresión, porque donde había un dos parecía haberse marcado un seis borroso. Un guardia se fijó inquisidoramente en mí. Miré las hileras de pasillos. Cerca una dependiente cargaba frascos de champú en un estante semi vacío. Finalmente hallé lo que buscaba, pero ese producto no indicaba ningún precio. Fui al final del pasillo. Pasé la tableta con su código de barras hacia el lector de precios. No leyó nada. Lo volví a pasar. "Buscando código", decía la pantalla. No sé para qué, lo que hice fue pasar mi mano bajo el lector, enseguida apareció un precio, que me pareció equivocado. Así que volví a correr la barra y allí me indicó su costo correcto. De vuelta a las filas de cajas, hallé enseguida una de ellas libres. Noté que su letrero tenía alguna falla electrónica, porque su numeración parpadeaba a diferencia de las demás. Pero no era importante. Extendí mi compra a la señorita de la caja, ella tomó la barra, tenía la muñeza vendada. Nos vimos en los ojos, un instante. Tenía un aro en una ceja. Hice el pago, o traté de hacerlo. Porque la caja registradora no respondía, así que no quiso abrirse para que la joven me diera el cambio. Resopló con irritación gesticulada. Me algo entre dientes que no comprendí. Se levantó y se fue ágilmente. Así que quedé esperando. Miré en el monitor de la caja, me pareció que hubo un leve temblor en su imagen, supuse que quizá la falla del letrero le haya afectado de alguna manera. Estaba mirando a todos lados para ver si volvía la señorita, entonces vi al guardia anterior parado a unos pasos detrás de mí. Creo que estaban pasando una canción en el supermercado, que en ese momento se estropeó y algún rincón detuvieron la cinta. Miraba al techo con curiosidad, creo que tras unas rejillas vi un movimiento, supuse que debía ser alguna cámara oculta; estaba espectante a ver si se movía de nuevo, cuando apareció otra cajera ante mí. Con una llave abrió la máquina y me entregó el cambio. Tenía las uñas pintadas de negro y le faltaba la mitad del dedo del anillo. Le miré al rostro, pero ella no levantó los ojos, ni me dijo nada sobre la espera que tuve que hacer. Al cruzar la línea de la caja, se encendió una luz roja sobre el monitor y un silbido rompió el ambiente. Volví atrás, confundido, la nueva cajera presionaba insistentemente una tecla, supongo que para detener el silbido anormal. En tanto el guardia se avalanzaba hacia mí, con una mano extendida hacia mí y la otra rodeando el mango de su arma. Me gritó algo, pero no lo entendí por causa del silbido. En ese instante paró. "Tenemos un problema, señor", me dijo. Tomó de mi brazo y me arrastrá enseguida a una puerta del otro lado. Ingresamos a una habitación blanca, sin muebles, exageramente iluminada, que me cubrí los ojos con un brazo, cuando me di empujado hacia unos escalones. Estábamos bajando. Tan pronto alcanzamos el subsuelo. Era parte del estacionamiento. Aguardaba un vehículo que tenía el motor encendido y la cajuela abierta. El guardia puso una mano en mi cabeza y me alojó en la parte trasera del auto. Cerró la tapa y sentí que partíamos. Yo estaba azorado, atrapado en un espacio reducido y oscuro, desconociendo qué estaba sucediéndome. No sé cuánto tiempo estaba en esa situación, cuando oigo que el motor del auto disminuye su potencia, se abre la cajuela de repente, con fuertes luces que me ciegan, al tiempo que unos extraños cubiertos de blanco ponen mano en mí y me inyectan algo en la pierna. Apenas tengo tiempo de resistirme. Cierran la tapa inmediatamente. Otra vez, más confundido todavía, reemprendemos marcha, no sé dónde, ni quiénes me llevan. Tras cierto lapso, la cajuela es abierta, alguien que no alcanzo a ver me quita del lugar, me lleva por la espalda. Subimos unas escaleras a prisa. Cuando me suelta y giro a ver, apenas abarco el talón de un pie desapareciendo tras la puerta. Entonces siento una mano en el hombre. Detrás de mí aparece la señorita encargada de recibir los bolsos. Mecánicamente quito el cartón numerado del bolsillo y se lo entrego. Ella me devuelve mi mochila, y luego se inclina bajo el mostrador. "¿Qué pasó?", pregunto. Pero ella no se enderaza aún, asomo sobre la barra y no veo a nadie dentro. Levanto la mirada: no hay nadie en el supermercado. Perplejo, me dirijo hacia la puerta de salida, afuera ya es de noche, y debe ser tan tarde que no hay ningún vehículo en la calle. Miró a mis espaldas: el supermercado está sumergido en la oscuridad y la puerta que acababa de cruzar estaba asegurada ya. Pero me compré una barra de chocolate.

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