jueves, 18 de septiembre de 2008

posible primer capitulo de aparente novela intrascendente



EL ATENTADO INESPERADO

(Carlos Miguel Giménez O.) [cmgo1979@yahoo.com]

“¡MATARON A GOMEZ! ¡MATARON A GOMEZ!”, gritaba Karim Mehlamed por Canal 7, con enormes ojeras y sin afeitarse.
“¡Estoy trasmitiendo en vivo!”, el camarógrafo lo enfocaba sentado en la parte de atrás de un coche en movimiento. “No estamos seguros de qué sucedió, si es cierto, una broma o una confusión”, Mehlamed se sostenía rígido del marco de la ventanilla.
“¡Mataron a Gómez! Esa es la noticia que manejo acerca del presidente Francisco Gómez!”. Parecía haber escuchado alguna instrucción por el audífono en su oreja derecha. Aún eufórico, comenzó a narrar: “¡Aún desconocemos cuál sería la causa! ¡Aparte en Primeros Auxilios apenas reportaron accidentes comunes!”.
“¡Estamos transmitiendo en vivo desde el móvil”, el conductor -que apenas salió en la imagen, cuando el camarógrafo enfocó hacia delante, para mostrar la rauda marcha en que iban- sostenía el pie sobre acelerador a fondo e iba arrasando los semáforos rojos.
“¡Me piden que vayamos a unos comerciales mientras llegamos al lugar del hecho! ¡Ya volvemos! ¡Ya!”, clamó Karim Mehlamed, adrenalítico.
El móvil de prensa, se metió como un bólido de Fórmula Uno en una estación de servicio, en una esquina, para carga súper sin plomo. El reportero aprovechó para darse un respiro, no aguantó las ganas de entrar en la tienda de la estación, donde vació rápidamente dos vasos grandes (los que se usan para las gaseosas) de café negro, sin azúcar, para reanimarse de la falta de sueño. El camarógrafo, viendo a Mehlamed haciendo compras, aprovechó para pedir un paquete de chicles con sabor a frutilla, que incluyen tatuajes temporales.
“Eh, Karim Mehlamed, sí, soy yo, eh... Sí, estamos con la cobertura del supuesto atentado contra el Presidente de la República. Seguimos en el móvil... y... estamos cerca... A unas dos cuadras del sitio del magnicidio”, el periodista se escuchaba más apagado, distraído, con los ojos apenas abiertos, pese al reciente ahogamiento con café.
Cambiaron de lugares. La cámara apuntaba hacia adelante, desde el asiento trasero de pequeño Gol 94, que realizaba coberturas policiales nocturnas, sin el logo del Canal 7. Aunque las imágenes transmitidas eran confusas debido al movimiento. Mehlamed calló en ese minuto en que tardaban en llegar hasta el probable lugar, el micrófono iba inclinándose fuera del alcance de su boca.
El coche ingresó por el cruce de las avenidas España y Venezuela, su conductor lo estacionó a unos cincuenta metros de la incierta escena de la noticia bomba. Allí ya habían llegado al menos unos cinco policías, aunque no se veía ningún patrullero cerca, en cambio había una ambulancia, pero sin que sonara la sirena ni emitiera luces de alarma.
En las veredas estaban tres o cuatro personas observando, luego se identificaron como guardias privados de las casas vecinas. A esas horas el tráfico era prácticamente nulo aún, sobretodo con la huelga general. De lejos se veía a un taxi doblando por una esquina, como a quince cuadras.
El vecindario estaba sumido en sepulcral silencio, apenas amanecía. La cuadra estaba nutrida por mansiones enormes, con extensos patios completamente amurallados. Se había encendido la luz en una de las ventanas de una de esas propiedades.
La única cámara seguía enviando imágenes en vivo, sin editar. Se podía ver cuando el coche de la televisora estacionaba en contramano, con las ruedas delanteras posicionadas sobre la acera, cuando la mano del camarógrafo jalaba la palanca para abrir la puerta, cuando sacaba los pies y los plantaba sobre el pavimento y se incorporaba, moviendo el foco con descuido y calibrándolo en un zoom improvisado.
También medio país, porque seguramente la otra mitad seguía durmiendo o no tenía televisor, estaba viendo desde sus camas cuando Karim Mehlamed se desplomaba al suelo pesadamente, hasta daba la sensación de que su cabeza rebotó una vez al tocar el pavimento, cerca del parchado oscuro de algún bache.
El cable del micrófono estaba enredado a su brazo derecho; se escuchó un golpe seco cuando cayó ese cuerpo inconsciente.
“Se desmayó”, dijo el chofer, atónito, que tenía medio cuerpo fuera del vehículo, pero aún mantenía el pie sobre el acelerador, por una mala costumbre. Mientras lo decía, la cámara lo había enfocado. Luego explicaría como anécdota que creyó haber escuchado que el reportero murmuraba algo de Irán, poco antes de que desmayara.
Pero lo dejaron allí mismo, tendido. El camarógrafo entendió que había una noticia que era urgente, una situación trascendental cuya magnitud desconocía, y se dirigió hacia el sitio del crimen.
A partir de ese momento sólo se vieron una sucesión de imágenes caóticas y borrosas, que cruzaban la pantalla de arriba abajo, a todas direcciones, se veían fugazmente algo de pavimento, murallas, techos, ya que el camarógrafo estaba corriendo, mientras podían escucharse los bruscos golpes del micrófono que era arrastrado, que había jalado del brazo a Mehlamed, hasta que se desenchufó de repente.
El camarógrafo, que se llamaba Santiago Pereira, presionó un botón rojo y en la pantalla apareció su nombre en la base de la pantalla, decía: "CÁMARA: SANTIAGO PEREIRA", en el ángulo superior derecho: "EN VIVO".
Se acercó hasta unos seis metros de la siniestra escena, comenzó a realizar un zoom ampliamente panorámico de las piezas destrozadas, y se movía lentamente a un lado y al otro para que se pudieran ver desde todos los ángulos imaginables por el televidente. La trasmisión era prácticamente muda, excepto por el audio de ambiente de la cámara.
Parecía haber sido un lujoso Mercedes Benz, negro. Ahora ya no era reconocible, sólo lo negro.
Muchos de sus hierros estaban doblados hacia afuera, y lascivamente humeantes. Las partes inflamables del vehículo estaban carbonizadas. Era tétrico. Hasta el motor había sido expulsado hacia delante, que simulaba una cesárea violenta para algunos televidentes con morbo más desarrollado. Los resortes de los asientos no vibraban siquiera.
Los vidrios hecho añicos estaban esparcidos en un radio de quince metros o más, a cálculo fácil, junto a otros fragmentos del vehículo, completamente destartalado. Las ruedas, cuyas llantas estaban chamuscadas, seguían rodeadas de pequeñas llamas que escupían una flama oscura, maloliente, que picaba al olfato.
El interior se notaba tan maltratado como una hoja de papel arrugada y arrojada fuera del cesto de basura. Dos de las puertas estaban abiertas, como alas quebradas, las otras fueron desprendidas.
Lo peor era describir cómo habían quedado los pasajeros del automóvil. Existieron un chofer y otra persona que quizá iba sentada detrás, o era un perro o alguna otra mascota grande.
“Un rompecabezas”, bromeó un agente, que luego tosió.
Los restos humanos también eran trozos carbonizados que estaban esparcidos y confundidos en derredor con las piezas mecánicas. Los huesos reconocibles estaban quemados, casi convertidos en cenizas oscuras. Al igual que los neumáticos, una suela, se supone que de algún anterior zapato, tenía una suave llama que flameaba imperturbable ante la ausencia de viento.
Unos policías de civil, que eran cuatro, con chalecos antibalas, conversaban cerca del cuadro que la cámara había pintado en vivo. Realizaban largas llamadas por teléfono, y también portaban radios.
Los guardias privados ya se habían esfumado. Algo se les dijo y se largaron, calzándose cada cual su gorro con desprecio.
Una ambulancia llegó, pero un policía habló al conductor y se estacionó cerca de una esquina, a tres cuadras del atentado. Al cabo, ya nada había que los enfermeros pudieran hacer por las personas del automóvil siniestrado, salvo recoger las extintas porciones orgánicas con una pala y una cubeta.
Las mansiones vecinas nunca abrieron sus puertas. El silencio dominaba aún el vecindario. Ambas avenidas seguían prácticamente desérticas. Cruzó un coche minutos antes, a veintiséis cuadras de allí, ése fue el último que se vio, ninguno más hasta luego del desayuno.
Ya habían pasado poco más de quince minutos desde que el Canal 7 había llegado, y recién se acercaban las patrullas con sus sirenas encendidas. Vinieron cinco. Con éstos, alrededor de nueve policías más.
Registraron el perímetro, tomaron muestras, sacaron fotografías, tomaron notas, incluso grabaron en video la escena. Se acercaron a Santiago Pereira para decirle que se aleje del lugar porque podría estropear las evidencias. Otros medios de prensa estaban llegando como a tres cuadras de distancia, donde eran retenidos por una barrera policial.
El chofer del Canal 7 fue interrogado, respondió que sólo era el chofer. El camarógrafo seguía filmando, después de todo no era más que su trabajo. Más atrás, el periodista Karim Mehlamed se estaba recobrando, con una terrible jaqueca; el micrófono seguía enredado a su brazo.
El Canal 7 seguía transmitiendo en vivo. La pantalla mostraba un título en rojo en mayúsculas y con signos de admiración: "¡¡¡PULVERIZARON AL PRESIDENTE GOMEZ!!!"; los técnicos de estudio ya habían eliminado el texto con el nombre del camarógrafo; en una línea inferior se anunciaba la reiteración de las imágenes emitidas en una versión editada, para después del primer corte comercial en 35 minutos.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

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El tren

(Carlos Miguel Giménez O.) [cmgo1979@yahoo.com]

Los pasajeros se apretaron en el andén para abordar el tren, que aunque todavía no se mostraba, desprendía en el aire el crujir de sus máquinas a la distancia. Las damas con sus vestidos amarillentos sostenían sombrillas, seguidas por criados pequeños que cargaban con bolsones. Obreros de carbón, con sus uniformes sucios, esperaban en grupo a un lado. Una vendedora de hortalizas resguardaba con ayuda de sus hijos de una docena de cajas llenas de sus mercaderías. Todos estaban expectantes, para poder abordar apenas se detuviera el tren. Todos con la mirada fija al otro lado de la colina, donde desaparecían los rieles, al final del horizonte.
Los vendedores de la estación se esparcían con su variedad de productos entre los pasajeros en espera. El miserable andén estaba repleto, apenas habría lugar para los pasajeros que descendieran en esta ciudad.
No sonó el silbato, como suele hacerse cuando se aproxima a esta parada. Tampoco una columna de humo peinaba el borde de la colina. Pero el ruido seguía firme. Venía el tren.
Unos minutos más tarde asomaba pálidamente la nariz del tren, avanzando imperante. Algunas señoras apretaron con fuerza sus bolsos, mientras otros recogieron del suelo sus bultos para acomodarlos bajo el brazo.
Ahora sí la columna de humo se alzó tan ancha en el cielo, desprendiendo cenizas negras y lenguetazos de fuego.
El tren estaba acercándose estrepitosamente, no aminoraba su marcha. Los pasajeros en espera murmuraron la sorpresa. Una sombra de pánico se puso a rondar en el andén. No tardaron en apuntar los dedos y en gritar las gargantas.
Apenas pudieron esquivarse los pocos que asomaban en el borde del andén de la marcha ardiente y rasante del tren. Cruzó al lado de la estación como un cometa caliente, con todos sus vagones incendiados, bañados en llamas desesperadas. Un aire quemante se desprendió sobre el andén, y las maletas apiñadas cerca de los rieles se desplomó chamuscada.
Luego el humo asfixiante llenó el lugar, nubló la vista. El tren se alejó tan repentinamente como llegó.

La corrida
(Carlos Miguel Giménez O.) [cmgo1979@yahoo.com]

"Hecho", sentenció Harold. Terminó su café de un trago, mientras con la otra mano golpeó la mesa con una pistola automática de 9 milímetros, según él sin cargar. Se puso de pie, casi tumbando su silla a sus espaldas. Y se fue corriendo, ante la mirada emocionada de sus compañeros de tertulia. Ellos lo vieron desaparecer entre la multitud del boulevard. Y no lo volvieron a ver hasta 52 minutos después.
Harold volvió corriendo, pero por el lado contrario al que había tomado en principio. Se denotaba en su rostro el esfuerzo de las corridas, pero aún así soltaba una gran animosidad. Se sentó en el asiento que había dejado vacío, retumbando nuevamente sobre la mesita su pistola, según él sin usar mientras se había ido.
Sacó del bolsillo una bola de billetes arrugados, cuentas de collares, moneditas, cheques doblados y recibos. Sus compañeros desparramaron el botín con entusiasmo, ante la mirada curiosa de los transeúntes. Contaron todos los valores: 754 euros.
Sus colegas lo felicitaron. Harold había ganado la apuesta, y en menos de una hora. En una vuelta por la vecindad asaltó tres hoteles, dos farmacias, una carnicería, una tienda de mascotas, dos verdulerías, cuatro mesiteros y un videoclub, robando todo lo que encontraba en las cajas registradoras.

martes, 16 de septiembre de 2008

cuentos sin descuento 5



No encontrado

(Carlos Miguel Giménez O.) [cmgo1979@yahoo.com]

Quería un comprarme un libro en el supermercado, pero no tenía ninguna etiqueta que indicara el precio. Fui a la máquina lectora de códigos. Pasé el libro y enseguida apareció su valor. Tuve curiosidad de ver qué pasaba, así que también puse una mano bajo el lector, la pantalla devolvió el mensaje "Producto no encontrado". Comiquísimo resultado. Pagué el libro en la caja. Cuando salía, los detectores que crucé sonaron su alarma. Me quedé quieto, un guardia se precipitó a donde estaba. Me hizo cruzar de nuevo, y la alarma se reiteró. Entonces me llevó a un lado y me hizo vaciar los bolsillos. Pues no tenía nada sospechoso. De nuevo pasé entre los paneles, otra vez la alarma se encendió. El guardia me esposó las manos por la espalda, me llevó a una habitación cerrada y me dejó sentado. Las esposas me pareció algo exagerado, pero como no tomé nada indebido, confiaba en que el asunto se arreglaría pronto. Pasaron algunas horas, no sé cuántas. Estaba aburriéndome, caminé dentro del pequeño cuarto. Traté de girar el picaporte, la puerta estaba bajo llave. Llamé. No se escuchaba nada de afuera. Llamé varias veces más. Luego me cansé y creo que me dormí. Cuando abrí los ojos descubrí que estaba enderezado dentro de una caja, una cinta cruzaba a la altura del pecho y otra bajo las rodillas. Una etiqueta colgaba del cuello de mi camisa indicando un precio.

La selva
(Carlos Miguel Giménez O.) [cmgo1979@yahoo.com]

Los campesinos volvían al anochecer a su pueblo. La selva oscura y apretada se desparramaba a los lados del sendero. No había nada de qué hablar, de repente cualquiera podía silbar, o seguir en silencio dentro de su pensamiento, escuchando a los bichos ocultos en la maleza. "¿Qué es ese ruido?", dijo Mancuello, cuya figura encorvaba apenas se reconocía en penumbras bajo su carga diaria. Además, el viejo hacía unos años que era medio sordo, y el ruido que se desataba en la selva debía ser muy estruendoso como para que él se queje. En el cielo desaparecido flotaban centenares de lucecitas rojas, se movían con lentitud, mientras todos los rincones endemoniados se saturaban por el ruido de los motores. Si alguien alcanzó a responder, no pudo ser escuchado. De pronto el suelo pareció estremecerse, los bichos se borraron del aire y fugaces criaturas atravesaron el yerbaje entre las piernas de los campesinos. Enseguida crujieron explosiones en algún lugar de la selva, sino en todas partes, entremezclándose con el rumor de los aviones. El fuego no tardó en asomar en las lejanías, y muy pronto todos los senderos escondidos emergieron como sombras. Muchas sombras se movieron, apresuradas. Algunas cruzaron cerca de los campesinos, gritando, jadeando, y dando disparos al aire, agazapadas. Eran guerrilleros. Iban o venían, huían o avanzaban, nadie sabía.

lunes, 15 de septiembre de 2008

cuentos sin descuento -cuatro-



El novio de la cantante

(Carlos Miguel Giménez O.) [cmgo1979@yahoo.com]

Conocí al tipo en uno de los conciertos de su novia. Fue la primera vez que vi una actuación de ella. Me impresionó mucha la joven, quedé tan encantado hacia sus maneras, por su fino talento y su belleza, que tuve intenciones de averiguar más de ella. En un momento estoy convencido que se fijó en mí, desde el escenario. No pude menos que pretender sonreír, embelezado por su encanto artístico. Fui a un lado de la plataforma para saludarla. Los músicos estaban bajando. Otros admiradores se congregaban en ese sitio. Ella era toda una estrella, por lo que me daba cuenta. Demostraba una simpatía entusiasta, era muy sociable y su sonrisa no se debilitaba en su fresco rostro. Le pedían autógrafos, se tomaban fotografías con ella, o sencillamente la saludaban, con un suave beso en la mejilla. Pude observarla cuidadosamente, mientras me acercaba hasta ella sin darme cuenta. Finalmente estuve delante de la cantante. "Hola", exclamó, "¿te gustó el concierto? Gracias por venir", me dijo a mí. No supe reaccionar, y ya su atención se dispersó en un autógrafo. Me alejé del grupo, aunque sin dejar de mirarla a ella, que era el centro de todas aquellas personas. Más atrás estaba él, bostezando. "Esa mujer es maravillosa", terminé suspirando. "Ah, ¿sí?", dijo el tipo, sin que yo lo esperara. Parecía distraído, no sé qué estaba mirando en realidad, aunque fijaba la mirada hacia donde se encontraba la cantante. "Es la primera vez que vengo a su concierto", agregué, no tenía deseas de conversar, pero algo me impulsaba a referirme sobre aquella muchacha. "Claro, a muchos les sucede", siguió el desconocido. "Parece tan inalcanzable, de todas formas", terminé reclamando. "Hmm... quizá", indicó aquel tipo, ahora apuntando la mirada hacia algún punto distante. En ese instante la chica saludó de lejos, agitó la mano y desprendió una sonrisa de pura alegría. Me estremecí, creyendo que se dirigía a mí. Entonces vi que el tipo que se paraba a mi lado movió la cabeza, le respondía el saludo. Ella se abrió paso entre sus admiradores, pero no se dirigió a donde estábamos. Desvió su rumbo hacia la salida del recinto. Fue así que desapareció el tipo que andaba a mi lado, sin que me diera cuenta. Más tarde lo reconocería por casualidad paseando solitario frente a tiendas cerradas de un centro comercial. Parecía despreocupado. Con las manos en los bolsillos. Sin prestar gran atención a otras personas que paseaban a esas horas por allí. No me vio, ni yo me acerqué. Algo me impulsaba a seguirlo, aunque no estoy seguro qué. Iba a paso lento, sin prisas. Creo que miraba un escaparate de vajillas. Aunque no demostraba gran interés. No me percaté que la cantante se acercó por el lado contrario hasta aquel tipo, ella lo saludó, el apenas la miró, seguía fijándose en el escaparate. Ella era un poco más alta, sonreía y su voz se escuchaba más fuerte que la de él. Le dio un beso en una mejilla y se fue. Pero aquel tipo no reaccionó de ninguna manera, continuó su perezosa caminata. Me intrigaba saber quién era él. Que tan ensimismado deambulaba delante de vidrieras oscuras. Que tenía la atención envidiable de aquella hermosa joven, pero que no se emocionaba con su presencia. Yo en su lugar no la hubiera dejado ir sin compañía, y le devolvería doblemente aquel beso. No advertí que había alcanzado el escaparate de la vajilla. Me concentré en las formas oscuras que se veían detrás del cristal, tratando de encontrar los signos que atrajeron al tipo que estaba siguiendo. Pero fue inútil, no había nada interesante allí. Fue así que se me perdió el misterioso hombre. Y fui sorprendido por la cantante. "¡Con que aquí estás!", me dijo, "Te estaba buscando". Yo me quedé petrificado, ella me estaba hablando. No pude menos que desviar la vista en la vidriera oscura. "Bueno, te espero afuera", agregó, con su mágica sonrisa revoloteando su cara. Asomó y me besó en la mejilla. Casi me demayé, no comprendía lo que estaba pasando, así que no supe reaccionar ni seguí la figura de ella alejándose de mí, para esperarme en no sé dónde. Completamente desorientado, continué adelante, con paso pausado, tratando de ordenar mis ideas. Miré atrás, pero nadie me seguía.

Caja 26
(Carlos Miguel Giménez O.) [cmgo1979@yahoo.com]

Me compré una barra de chocolate. Ultimamente me desagrada el sabor de la carne y no encuentro plato agradable que no contenga carne. Así que me conformo con el azúcar. Le entregué mi bolso a una señorita que estaba doblando papeles de regalo. Me devolvió un cartón numerado. Tenía un error de impresión, porque donde había un dos parecía haberse marcado un seis borroso. Un guardia se fijó inquisidoramente en mí. Miré las hileras de pasillos. Cerca una dependiente cargaba frascos de champú en un estante semi vacío. Finalmente hallé lo que buscaba, pero ese producto no indicaba ningún precio. Fui al final del pasillo. Pasé la tableta con su código de barras hacia el lector de precios. No leyó nada. Lo volví a pasar. "Buscando código", decía la pantalla. No sé para qué, lo que hice fue pasar mi mano bajo el lector, enseguida apareció un precio, que me pareció equivocado. Así que volví a correr la barra y allí me indicó su costo correcto. De vuelta a las filas de cajas, hallé enseguida una de ellas libres. Noté que su letrero tenía alguna falla electrónica, porque su numeración parpadeaba a diferencia de las demás. Pero no era importante. Extendí mi compra a la señorita de la caja, ella tomó la barra, tenía la muñeza vendada. Nos vimos en los ojos, un instante. Tenía un aro en una ceja. Hice el pago, o traté de hacerlo. Porque la caja registradora no respondía, así que no quiso abrirse para que la joven me diera el cambio. Resopló con irritación gesticulada. Me algo entre dientes que no comprendí. Se levantó y se fue ágilmente. Así que quedé esperando. Miré en el monitor de la caja, me pareció que hubo un leve temblor en su imagen, supuse que quizá la falla del letrero le haya afectado de alguna manera. Estaba mirando a todos lados para ver si volvía la señorita, entonces vi al guardia anterior parado a unos pasos detrás de mí. Creo que estaban pasando una canción en el supermercado, que en ese momento se estropeó y algún rincón detuvieron la cinta. Miraba al techo con curiosidad, creo que tras unas rejillas vi un movimiento, supuse que debía ser alguna cámara oculta; estaba espectante a ver si se movía de nuevo, cuando apareció otra cajera ante mí. Con una llave abrió la máquina y me entregó el cambio. Tenía las uñas pintadas de negro y le faltaba la mitad del dedo del anillo. Le miré al rostro, pero ella no levantó los ojos, ni me dijo nada sobre la espera que tuve que hacer. Al cruzar la línea de la caja, se encendió una luz roja sobre el monitor y un silbido rompió el ambiente. Volví atrás, confundido, la nueva cajera presionaba insistentemente una tecla, supongo que para detener el silbido anormal. En tanto el guardia se avalanzaba hacia mí, con una mano extendida hacia mí y la otra rodeando el mango de su arma. Me gritó algo, pero no lo entendí por causa del silbido. En ese instante paró. "Tenemos un problema, señor", me dijo. Tomó de mi brazo y me arrastrá enseguida a una puerta del otro lado. Ingresamos a una habitación blanca, sin muebles, exageramente iluminada, que me cubrí los ojos con un brazo, cuando me di empujado hacia unos escalones. Estábamos bajando. Tan pronto alcanzamos el subsuelo. Era parte del estacionamiento. Aguardaba un vehículo que tenía el motor encendido y la cajuela abierta. El guardia puso una mano en mi cabeza y me alojó en la parte trasera del auto. Cerró la tapa y sentí que partíamos. Yo estaba azorado, atrapado en un espacio reducido y oscuro, desconociendo qué estaba sucediéndome. No sé cuánto tiempo estaba en esa situación, cuando oigo que el motor del auto disminuye su potencia, se abre la cajuela de repente, con fuertes luces que me ciegan, al tiempo que unos extraños cubiertos de blanco ponen mano en mí y me inyectan algo en la pierna. Apenas tengo tiempo de resistirme. Cierran la tapa inmediatamente. Otra vez, más confundido todavía, reemprendemos marcha, no sé dónde, ni quiénes me llevan. Tras cierto lapso, la cajuela es abierta, alguien que no alcanzo a ver me quita del lugar, me lleva por la espalda. Subimos unas escaleras a prisa. Cuando me suelta y giro a ver, apenas abarco el talón de un pie desapareciendo tras la puerta. Entonces siento una mano en el hombre. Detrás de mí aparece la señorita encargada de recibir los bolsos. Mecánicamente quito el cartón numerado del bolsillo y se lo entrego. Ella me devuelve mi mochila, y luego se inclina bajo el mostrador. "¿Qué pasó?", pregunto. Pero ella no se enderaza aún, asomo sobre la barra y no veo a nadie dentro. Levanto la mirada: no hay nadie en el supermercado. Perplejo, me dirijo hacia la puerta de salida, afuera ya es de noche, y debe ser tan tarde que no hay ningún vehículo en la calle. Miró a mis espaldas: el supermercado está sumergido en la oscuridad y la puerta que acababa de cruzar estaba asegurada ya. Pero me compré una barra de chocolate.

lunes, 8 de septiembre de 2008

cuentos sin descuento tres



El elefante

(Carlos Miguel Giménez O.) [cmgo1979@yahoo.com]

"el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo. Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal, capaz de arrancar un árbol con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir."

Cierta tarde el elefante encontró una brizna de hierba que había sobrevivido a la brusca instalación de la carpa, o quizá volvió a brotar luego de la tormenta de pisadas.
El elefante extendió la trompa, pero no consiguió alcanzar la pequeña plantita. Dio un corto paso, pero aún faltaba una mínima distancia. De repente pareció sacudirse de su letargo, avanzó otros pasos más, y así fue como la estaca se safó con suma facilidad del agujero en la tierra donde estaba clavada.
El animal arrancó la hierba de una vez y la tragó completamente. Pero aún no se había dado cuenta que ninguna estaca lo encarcelaba a la porción de espacio donde estaba reducido. Su interés en olfatear obras briznas verdes lo llevó a dar nuevos pasos, así la cadena suelta empezó a arrastrarse entre sus piernas.
Alguien que casualmente pasaba por allí vio al elefante vagabundeando, se asustó y huyó para buscar ayuda. Enseguida vinieron otras personas, que aterradas por la libertad del paquidermo, algunas de ellas tomaron palos y cascotes para cuidarse.
La bestia, al ver a los hombres armados, se agitó y comenzó a buscar una salida. Sin querer atravesó el telón que separaba de la pista central, donde unos trapecistas estaban desarrollando su número.
El público se sorprendió, pero en general tomó aquello como parte del espectáculo. Sin embargo, el elefante, bastante perturbado, corrió hacia las plateas. En ese instante la carpa se llenó de gritos, todo el mundo empezó a correr desordenadamemte. Las personas se tropezaban, caían, se pisoteaban, los niños se perdían, lloraban, era un caos. Y todo ello solamente hacía que el elefante se confundiera aún más.
El animal aplastó varias butacas, una pata se enredó entre algunas tablas, mientras con la trompa daba golpes a los que eran más lentos en salir de allí. Finalmente se estrelló contra una de las paredes de tela, abriendo un agujero hacia la calle, donde ya había gente que se había interesado a qué se debía el alboroto dentro del circo.
Cuando el elefante salió hacia la calle, toda esa gente entró en pánico, y se sumó a la multitud que seguía saliendo de la carpa. Y también venían corriendo los hombres con sus palos. Se formó una estampida desenfrenada, por que era el atardecer y los vecinos salían a las veredas a mirar la calle, donde cruzaban varios coches.
El elefante estaba aún más aterrado cada instante, los coches trataban de evadirlo y provocaban choques, o atropellaban a gente. Sonaban los bocinazos, muchos gritos, lamentos, era una situación desesperante. Mientras algunas se atrevían a arrojar piedras contra la bestia suelta, y su cadena se arrastraba ruidosamente sobre el asfalto, mientras se dirigía hacia el centro de la ciudad.
Unos minutos después los móviles de la prensa estaban rastreando el sendero de heridos, de desastres, mientras las sirenas de las ambulancias, de bomberos y policías se mezclaban en el aire, entre los filas de vehículos accidentados, que apenas daban paso para que otros automovilistas emprendieran una carrera para ponerse a salvo.
El elefante veía todo ese mundo tan despavorido, los ruidos tan terribles de todas las cosas aumentaban en sus orejas, pareciera que lo persiguieran, que buscaban dañarlo, entonces tenía que seguir huyendo, sin detenerse, derribando murallas, pisoteando a personas, a perros, techos de autos. Y los fotógrafos de la prensa lanzaban sus flashes tan exasperando, como si fueran armas de luces. Estaba en un éxtasis de terror.
Entonces el cielo de la ciudad se cubrió de un sonido estrepitoso, y no tardó en aparecer un helicóptero de una canal de televisión. El vehículo volaba tan bajo, las aspas soplaban su viento tan furioso, y el motor hacía temblar todo en derredor. Lo que espantaba aún más al pobre elefante.
Huyendo entre varias calles, en un mar de multitudes desesperantes, que crecía con un montón de curiosos, que salían de sus casas, de sus tiendas, de los bares y cines a conocer la causa de la gran conmoción. El elefante llegó hasta una barricada, donde camiones de bomberos bloqueaban la avenida, apoyados en algunas patrullas, detrás de las cuales se refugiaban policías armados con escopetas.
El elefante se vio de pronto ante esa barrera armada, la adrenalina hizo latir su corazón un millón de veces más rápido, y sus patas casi se doblaron por causa de la rabia para correr más lejos. Pero dos gatillos tembloros se apretaron, las explosiones atronadoras rugieron en aquel improvisado callejón, con lo que el animal enloqueció.
Los balazos crujieron en el aire y fueron callando su velocidad cruel en la piel del elefante. El animal pretendía huir más, más todavía, pero sentía que las fuerzas se iban, que su gran cuerpo se adormecía, se llenaba de dolorosos agujeros.
El espectáculo explosivo arrasaba con el organismo del elefante, algunos escopetazos errados lo rozaban e iban a volar vidrieras, o parabrisas, o desmenuzaban paredes, o cabezas.
La bestia se derrumbaba, su oscura pelambre se manchaba de borbotones aún más oscuros, la negra sangre brillaba, se desparramaba por toda la calle, señalando un rumbo aturdido. Apenas caminaba ya, de pronto se quedó parado, y el elefante no soportó más su peso. Cayó plomizamente sobre uno de sus lados.
El dolor era desesperante, el elefante agonizaba en el suelo, un frío extraño estremecía sus orejas, en tanto la trompa rascaba el pavimento, pero la miraba estaba fría, congelaba en algún lugar lejos de allí.

Viaje al almacén
(Carlos Miguel Giménez O.) [cmgo1979@yahoo.com]

Lo de siempre, a Gaspar siempre le interrumpen su programa favorito en la mejor mitad. "Gaspar, carajo, vení pues", entonces el chico se despega lentamente del suelo, con la mirada todavía clavada en el televisor, como hipnotizado. "Andá comprá mortadela por mil y un cuarto galleta", ordena alguien detrás de la pared. El niño está rabiado, si al menos pusieran algún comercial, él saldría volando al almacén y quizá no se perdería del episodio. En la tele el Chapulín acaba de tragar sus pastillas de chiquitolina y camina ingenuamente hacia un nido de ratas. "¡Andate ya mi hijo!, tomá la plata y apuráte". Maldita sea, se va a perder la mejor parte. Aprieta la plata en un puño, de repente deja de mirar la tele y sale corriendo con rabia. El estúpido almacenero le atiende a una gorda, mientras le carga tomates en una bolsita de hule, la gorda le habla de lo grandes que están sus hijos, del trabajo de su marido y otras boludeces. Gaspar rechina los dientes, todos convinieron para joderle. Hay un televisor encendido en la pieza del al lado, están viendo una novela a alto volumen, cambia de canal, se escucha su programa, pero enseguida regresan a la estúpida novela, se rién detrás de la pared, todos le están jodiendo al chico, no hay dudas. La gorda se va, el almacenero acomoda sus pesas en una línea. "¿Qué va a llevar, mi hijo?", ahora este boludo tiene que sacar el paquete de mortadela, buscar su cuchillo, cortar los pedazos exactos, quitar de una bolsa negra las galletas, calcular el peso en la balanza, contar el dinero, y entregarle las moneda más mierdosas de vuelto. Gaspar zapatea un pie, le van a fundir todo el episodio. Toma el recado y corre apresurado de vuelta a casa, maldiciendo. Echa el portón de una patada, tira la mortadela, las galletas y las moneditas sobre la mesa, salta al televisor: están viendo la novela del otro canal. Gaspar refunfuña, se acerca a la perilla y pone el Chapulín, no es tan tarde. "¿Y éste?", "¡Qué hacés!", protestan en la habitación. Gaspar no reconoce las voces, gira y ve a personas desconocidas sentadas sobre la cama. Asustado, salta hacia la cocina: la gorda del almacén se encuentra acomodando tomates sobre la mesa. Gaspar sale enseguida de la casa, llega a la calle, no reconoce el vecindario, no ve nada que le parezca similar. Vuelve hacia el almacén. Ahora es una peluquería. Se precipita por la cuadra, pero todo está cambiado. Ninguno de los que ve le son conocidos. Este no es su vecindario. O quizá él ya no es él mismo.

sábado, 6 de septiembre de 2008

cuentos sin descuento 2



Una cita con el tenista famoso

(Carlos Miguel Giménez O.) [cmgo1979@yahoo.com]

lucy nunca tuvo novio. pero era afortunada. tenía una cita con el popular tenista, que había salido en televisión hace pocos días, llevaba ropa muy cara y ganó algún torneo importante para el país.
el coche deportivo se detuvo frente a la casa de lucy. ella salió, fue recibida con un beso en la mejilla. él le abrió la puerta y se marcharon.
esa noche salieron a comer en un lujoso restaurante, luego fueron a bailar, bebieron cosas caras y bailaron un poco más. nadie usaba reloj en aquella disco tan brillante.
más tarde volvieron a andar en el coche. el tenista la llevó a un sitio donde se podía ver la ciudad por la noche, con las luces tan lejanas. extendió su brazo por detrás del cuello de lucy, acercó el rostro de ella al suyo.
entonces lucy posó también su mano en la nuca del tenista. al hacerlo presionó por equivocación una vértebra-botón. el tenista se apagó. sus ojos se cerraron, cesó de respirar, sus brazos se desplomaron a sus lados. se fue la luz de su piel. de su rostro pareció desprenderse una mascarilla, mostrando la serie de circuitos y cables que formaban las gesticulaciones de su cara.
la joven estaba espantada. saltó contra el respaldo soltando un grito mudo. observó paralizada por unos segundos cómo su compañero de cita terminaba de desconfigurarse. repuesta de su sorpresa, salió del coche, miró en derredor y se puso a caminar de regreso a la ciudad. mientras iba en camino, lucy meditaba que no necesitaba salir con chicos de éxito fácil. siempre esconden algo.

la niña de la calle
(Carlos Miguel Giménez O.) [cmgo1979@yahoo.com]

cuando macarellina cumplió 12, ya llevaba tres años de trabajar en la calle, pasado algunas noches acurrucada en algún rincón libre. ella vendía baratijas en la calle, ayudaba a su familia, que también vivía en la calle. a veces limpiaban autos. sus hermanos mayores cometían pequeños robos a veces.
cierta tarde se detuvo en la fila detrás del semáforo en rojo un automóvil muy llamativo. macarellina se posó frente a la ventana y ofreció naranjas. dentro del vehículo lujoso viajaba una pareja de ancianos. la vieja le sonrió y compró sus naranjas. luego la invitó a subir, para llevarla a dar un paseo y darle de comer en algún buen sitio.
ella no tenía nada que hacer, entonces abordó en la parte de atrás del auto. los ancianos estaban tan animados, sonreían y escuchaban música jazz. la vieja estaba masticando una de las naranjas. macarellina estaba mareada por causa del perfume que se respiraba dentro. habían levantado los cristales y puesto la ventilación. el clima era tan acogedor.
cuando la niña despertó se sentía desorientada. la viejita se sentaba a su lado, siempre tan sonriente. la joven lucía tan limpia, fresca y llevaba un bonito vestido.
—No temas, niña. ahora estás limpia, fresca y llevas un bonito vestido. —saludó la anciana con un tono tan amable— pronto traerán de comer.
poco después asomó la azafata, que quitó de un carrito unas bandejas llenas de deliciosos platillos y las colocó en la mesita desplegable del asiento delantero. por la ventana podía verse el aeropuerto. el avión despegó.

viernes, 5 de septiembre de 2008

cuentos sin descuento I



La vegetación maligna

(Carlos Miguel Giménez O.) [cmgo1979@yahoo.com]

las raíces de la vegetación maligna contaminan a la ciudad en sus cimientos, destrozan las tuberías de gas y provocan grandes explosiones subterráneas, los bloques de hormigón se quiebran lentamente hasta estallar con estruendo, así los pisos de los altos edificios se derrumban inmediatamente, los enormes esqueletos de acero se parten como cerillas, una gran humareda de polvo invade las calles, mientras las luces parpadean hasta que se apagan de pronto, entonces toda la metrópolis se sume en la oscuridad más terrorífica y caótica.
las calles se destripan como hojarascas de tierra seca, los gritos de desesperación se ahogan entre los alaridos de las construcciones desplomadas, mientras los poco automóviles que emprenden una inútil huida son tragados por los agujeros ardientes que mecen la tierra, a lo lejos se oye un ruido mayor, un crujido sobrecogedor, el estremecimiento se esparce en todas direcciones pero no puede verse nada, los sentidos están ensombrecidos, el gigantesco puente acaba de partirse y abatirse sobre el río eufórico.
yo estaba durmiendo en mi cama, como la mayoría de la población en esta ciudad, hasta que las tablas de mi habitación se sacudieron, se filtraron los dedos ásperos de la flora demoníaca, sus raíces me capturaron, me sujetaron por todo el cuerpo y me hundieron en la profundidad de las cavernas negras. Yo siempre estaba seguro que había que eliminar toda esa vegetación que espera en las afueras de la urbe, esas forajidas plantas que adornan los caminos abandonados, que se mecen al viento con su rabia reprimida, esperando siempre el instante para sepultar la presencia humana bajo terribles capas de abandono y desolación.

El paramédicos
(Carlos Miguel Giménez O.) [cmgo1979@yahoo.com]

Todas esas luces locas desprendidas en todas partes. Que caen desde las azoteas sobre bolsas de basura. Entre veredas llenas de charcos lluviosos, miserables vagabundos, perros sarnosos. Los malditos edificios que se despedazan. No hay luces en las habitaciones. Solamente sale el humo por las ventanas rotas, con los bordes ensangrentados, los cristales rotos. La basura que se atasca, no permite que la alcantarilla fluya como antes.
Va a ser un fin de semana largo. Los días van a ser eternos. Cada segundo va a durar miles de años. Presiento que me voy a quedar atrapado en algún momento. Nadie puede escapar. Todos estamos tan condenados.
»ColdAngel, ColdAngel.
La radio que suena desde el fondo de mi cabeza. El café sabe a aire podrido. El aire está sucio en este vecindario. No puedo más que oler el humo de los cigarrillos, de los incendios, los coches quemados, o los olores extraños cuando se quema un adicto.
Cinco litros de café. No debo dormirme. Tengo que apagar la muerte. Seguirle el rastro. Tratar de sacarle de sus propias manos a las miserables almas. Debo rondar por este apestoso vecindario. Esta noche la muerta está de ronda. Va a cometer un crimen en cualquier momento. Ahora. Posiblemente.
Los días que paso sin dormir me siento más cerca de la locura. Más próximo a cualquier sentido de humanidad. Puedo ver a los fantasmas. Los secretos de las cosas muertas. Cuando se desprenden de las narices, o desde el brillo de miradas fijas. Se van. Ya no quieren regresar. Este mundo no les cabe esperanzas. Mi trabajo ya es inútil.

La chica de la taquilla
(Carlos Miguel Giménez O.) [cmgo1979@yahoo.com]

medianoche. función de trasnoche. última función.
cómo cambiaron los tiempos en este vecindario. antes vivían acá familias importantes. con apellidos europeos, dueños de grandes empresas. llevaban a sus hijitas en autos caros a colegios caros.
había un centro comercial para esa clase de gente. un sitio refinado, con tiendas muy brillantes, llenas de marcas importadas. venía los miserables a arrastrar sus pies, pero se resbalaban sobre el piso encerado. mientras con sus sucias manos toqueteaban los vestidos lustrosos, o los relojes.
una plaza pública, con árboles, banquillos, césped. lo había todo. habían veredas sanas, calles asfaltadas. luces toda la noche. había felicidad comprada.
no queda nada.
solamente una fila de casas descuidadas puestas en alquiler. tiendas vacías, puestas en alquiler. nadie quiere alquilar.
el cine se quedó dormido, no vio a la gente abandonar sus butacas. las películas cambiaron de color. los nuevos estrenos envejecieron en los carteleras de las paredes. un olor a humedad, con ratas, con paredes cubiertas de manchas de manos. cubierto el piso con servilletas arrugadas, vasos de plásticos, latas de aluminio. un desastrozo lugar.
el viejo telón está bordeado por telarañas. hay manchas de comida arrojada.
—¿Qué hay?
la chica de la taquilla mascaba chicle y fumaba, me miraba con una mirada de irritación.
—Esta noche, "Chocolate por la noticia". —dijo con su voz chillona.
—Ah... quiero una entrada.
—Quiero ver el dinero. —su rostro se llenó de humo.
puse el dinero en la ventanilla. no tenía cambio. pero no importó. recibí mi boleto e ingresé a la horrible sala del cine.
"Chocolate por la noticia", alguna vez fue una película muy importante. mucha gente venía a este cine para verla. la gente lloraba de pasión al verla. era todo, puro sentimiento. la pintura de cualquier vida y todas a la vez. llegaba al alma con una precisión invisible. uno creía de verdad en algo, o quería creer.
las actuaciones eran tan impactantes. todos los personajes, hasta los mínimos gestos. con modismos modernos que convencieron a la mayoría de los críticos. una historia original que se basada en personas legítimas, posibles. la espontaneidad se respiraba en aquella oscuridad, como si las cámaras estuvieran escondidas en la sala y se filmara a los protagonistas sin avisarles que estaban en una películas.
en su momento mucha gente le dio premios a esta película. los actores recibieron mucho prestigio, y cuando el niño joven falleció hace unos años en un accidente, muchos lloraron en su funeral, lo recordaban con terrible nostalgia. se pretendió reestrenar el filme en su memoria, pero los estudios decidieron lanzar una secuela que se había preparado secretamente, que luego se desestimó por las ocupaciones del equipo técnico y actoral en proyectos más instantáneos.
una verdadera película memorable. si no fuera por los cortes, los sucesivos remiendos realizados en el original por causa de tantas quemadas, el desgaste y los rasguños, quizá me hubiera emocionado mejor. ya no recordaba tan bien esas imágenes.
salí de la apestosa sala. creo que había más gente dentro, pero no miraban la película. no sé, creo que hay gente que vive allí dentro. quizá una o dos familias están refugiadas, duermen, cocinan allí. o vagabundos, o rameras.
cuando crucé frente a la taquilla encontré los cristales de la ventana despedazados, con trozos de vidrio dispersos en derredor, había en la pared contrario del interior una marca, agujeros y manchones ensangrentados. la chica de la taquilla no estaba sentada donde la había visto. no me atreví a asomar. apreté mi dinero dentro de mis bolsillos y me marché a casa.

jueves, 4 de septiembre de 2008

La performance del mosquito (2000)




Éxito

(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

Sabes que sigue lloviendo afuera y muy pronto llegará hasta aquí. Mientras el mundo se va cayendo a pedazos con cada paso que dejamos atrás. No falta mucho para que el viento nos aleje de la puerta.
El lunático está en la cabeza del conductor, todavía. No tardará en enterrar al cielo. Y esta vez no transformará su éxito en lo que ha hecho. Que el único recuerdo de la humanidad es un poema mal escrito. Una vez más y otra vez, correr por el sendero por la noche. Para permitir que patee a nuestros cadáveres y este lugar no sea aquí. Voltear para caer en el infierno blanco. Sentirse solo, en medio del ejército de hormigas carnívoras. Quizá desechar los nombres para hablarle a nadie. Y otra vez caer y caer, caer en un bostezo y caer en otro espejo. Mientras el borde del umbral se ahoga en el fondo de la lluvia.
Y nos apretamos más, más, para caer juntos en el vacío. E imagino que caigo primero y el cielo después. La tormenta se va nublando de fuego blanco. Que el lunático se escapó a través del orificio de una bala. De nuevo, otra vez más, permitió que este sitio siga donde está. Y te beso para sentir el frío de la lluvia en tu rostro. Y caigo primero.

Podría repetirme la pregunta
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

Lágrimas de viento por una ventana rota
Naufragar bajo la ola más grande del mar
Es el viento entre los huesos del agua

Historia prohibida de un almacén
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

He vuelto con ese olor a almacén del interior/ Con sus estantes casi vacíos y empolvados/ Con un mostrador sin nada que mostrar,/ soportando una vieja balanza y sus pesas acomodadas por tamaño/ El tiempo reposando como un sorbo de agua eterna en un vaso olvidado/ Una silla en la esquina y el papel de envolver amarillento/ Mientras la leve y gastada melodía vaga en el aire pesado/ El sol por la puerta, a punto de consumir el almanaque del 72/ Con el diminuto santuario entre bolsitas de yerba y azúcar/ Trincheras de humedad alrededor de los sacos de mandioca, en el suelo/ El carbón haciéndose pedazos dentro del hule mojado/ Las galletas duras hasta el nido oculto de ratoncitos/ Muy bien, y la señora mirando números en un cartón,/ esperando un cliente, esperando el pasado hacerse presente.

Antihéroe por naturaleza (reprise)
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

Aunque he querido ser el héroe del día, el asesino que vive detrás de mis ojos me lo ha impedido. El mismo que piensa detrás de los tuyos y de los demás.
Sin embargo, mirando arriba sólo veo la fotografía de cielo que Dios ha puesto para todas las noches, la misma fotografía que oculta la desordenada biblioteca de alguien que odia los libros.
Pude haber sido un héroe, y al día siguiente ver una estúpida sonrisa mía en la primera plana, con el rostro doblado hacia el suelo, a poca distancia de la puerta del cementerio.
Pero no.
Decidí volver a la prisión dentro del cráneo para diseñar el futuro a mi modo.
Hoy volví a asomar por la ventana, luego de tiempo. Allí estaban ellos: todos esos escolares esparcidos sobre el pavimento, como plasmados por ese extraño arte de la vida. Pensaba que también me culparían por eso, pero yo no fui el que condujo el autobús, casi sin tiempo y en el momento preciso.
Y una noche sientes frío para salir a la calle.

De mal humor (Señor Presidente)
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

Todo en su lugar. Estratégico. Corregido y revisado cada año, a cada momento. Paso por paso. Todos los obreros mecanizados. Automatizados por dosis crueles de rutina y rutinas. Drogados sistemáticamente, a diario, desde antes. Cada uno de los alimentos sintéticos con fragmentos invisibles de narcóticos, administrados a voluntad ciega. Sus cerebros nublados y además entorpecidos y lentos por los programas de televisión potencialmente psicológicos, pero fríamente subliminales. Repletos de comerciales siniestros y propagandísticos.
Todos los hogares con televisores y computadoras: delatores insospechados de las confidencias más detalladas ante la Central de Espionaje del Gobierno.
La democracia abstracta, fabricada perfectamente. El serie paralela a un capitalismo seudo estabilizado.
—Capitán Bank, permita el ingreso de los huelguistas y cuando estén en el patio: ordene acribillarlos.
—Sí, señor —respondió Bank y colgó el teléfono.
Posteriormente salió de la cabina de Guardia y señaló a un soldado que abriera el portón. Frente a la Casa de Gobierno habían unos veinte campesinos con sus ridículos carteles sobre sus cabezas. Era el tercer día de su protesta a favor del financiamiento estatal para evitar el cierre de la refinería de la ciudad de Martel.
El grupo se compactó, mientras hacían gestos que ocultaban sus panfletos, y se dirigían tímidamente hacia la imponente arquitectura colonial donde desde adentro regía el Presidente de la Nación.
El portón volvió a cerrarse. El pelotón de seis soldados se alineó con sus metralletas ajustadas. El Capitán gritó la orden de disparar a las espaldas de aquellos ciudadanos revoltosos. Ráfagas de avispas metálicas impactaban en los desprevenidos campesinos, que en pocos segundos caían sobre sus pancartas ensangrentadas. Unos pocos trataron de correr cruzando el césped, pero también fueron alcanzados.
Luego de cesar el fuego llegó corriendo otro soldado desde la cabina hasta el Capitán.
—Señor, el Presidente comunica que aniquile a la prensa y a cualquier curioso que hayan visto u oído el acto.
Y la prensa no se hacía esperar. Varios reporteros se apretujaban con sus filmadoras, grabadoras y cámaras fotográficas contra las rejas, para verificar la masacre. El pelotón dio media vuelta y sin reparos comenzó a disparar en dirección a la calle, a todo lo que se moviera. Poco después las veredas se cubrían de cadáveres.
El Presidente ya había ordenado a otro Comando el bloqueo de veinte cuadras alrededor de la sede gubernativa. En tanto el pelotón de Guardia se encargaba de destrozar los artículos electrónicos de los reporteros muertos.
De otra esquina llegaba un pelotón mucho más numeroso que comenzó a detener los vehículos que transitaban el área, y luego a disparar a muerte a los ocupantes de los mismos.
Inmediatamente en varias calles recorrían Comandos de ataque que aniquilaban a todo civil que hallaban. Minutos antes el Presidente había ordenado el cierre de las fronteras. En un siguiente llamado logró detener el suministro de energía eléctrica en todo el país, con excepción de las bases militares; en el preciso instante en que llegaba a su despacho un fax de la Central de Espionaje donde confirmaba el bloqueo magnético de todo flujo radial, televisivo y telefónico no militar, así como la detonación de las bombas secretas instaladas en todos los televisores y computadoras del territorio nacional.
Al rato, trasponía la puerta el Secretario de Estado para comunicar que los Equipos Especiales de Asalto estaban volando los edificios de los medios de comunicación y atacando fuertemente a las embajadas extranjeras, sin ninguna toma de rehenes.
El teléfono suena de nuevo, es el Capitán Manfield para expresar que las Fuerzas Aéreas ya habían derribado a 73 aviones comerciales; mientras que la Marina continuaba apresando embarcaciones en las fronteras, para conducirlas a ríos interiores y hundirlas.
Otro fax urgente de la Central de Espionaje indicaba que se había liberado el más potente virus informático a través de la red mundial de computadoras, y que destruía toda la información virtual existente.
Ingresa el Capitán Bank hasta frente al escritorio del Presidente.
—Señor, en este momento están estallando los misiles ultra atómicos en todos los países que pudieran causarnos problemas.
—Muy bien —contestó pausado el Presidente, a la vez que abría el micrófono del teléfono.
—¡Señor Presidente! Habla el General Wolf. Hemos detectado a un grupo militar de insurgentes de aproximadamente dos mil soldados —gritaba desde su radio el líder castrense, situado en una Base de Entrenamiento.
—¡Diablos! ¡¿Por qué no aplica el chip?! Para eso fue creado.
—Disculpe, Señor. Ahora haré la orden.
Enseguida los rebeldes murieron al accionarse el chip venenoso que todos los soldados del Ejército llevan en la base de su cerebro, pero que ninguno lo sabe.
Hacía media hora que los tanques invadieron las principales ciudades del país para eliminar todos los automóviles civiles. También la cuadrilla de Aviones de Guerra seguía bombardeando las enormes fábricas que concentraban a muchos obreros.
Los Equipos Especiales de Asalto reportaban la eliminación física de todos los miembros del Congreso Nacional, la Corte Suprema de Justicia, de los Partidos Políticos, Sindicales, Eclesiásticos y otros organismos catalogados como "estorbos existenciales".
Fue cuando el Presidente observaba desde su balcón cómo la ciudad rugía de disparos y explosiones, y se llenaba de incendios. Sonó su teléfono personal.
—Tenías razón, los allanamientos y saqueos directos a los contribuyentes están haciendo crecer agigantadamente el Tesoro Nacional —exclamó muy exaltado el Ministro de Economía.
—Muy bien, respondió y cambió de frecuencia.
—Señor, un país africano logró disparar un cohete atómico con curso preciso a la Casa de Gobierno. Pero fue interceptado por la Central de Espionaje y anulado dentro de su propio territorio por la Fuerza de Contención Mundial —comunicaba una vez más el Capitán Manfield.
El Presidente pidió al Secretario de Estado, que estaba detrás de él y era el único asesor presente e el despacho, que lo dejara solo. Así lo hizo. El teléfono sonaba insistente y la máquina de fax se había quedado sin papel.
Pero el Presidente se quedó en el balcón unos minutos, mirando el horizonte lejano. Parecía que una diminuta lágrima rodaba sobre su rostro. Se arrancó la gota con el dedo y escupió hacia el jardín, donde estaban esparcidos los cadáveres de los campesinos.
Se acomodó en su sillón ejecutivo y ordenó por radio que aniquilaran las demás capitales del mundo, así que demolieran con dinamita los edificios que circundaban a la Casa de Gobierno.



Falso self

(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

La línea blanca que divide al cerebro. Caminando por el centro del fuego urbano. Cuando Mitch desecha las marcas rojas de sus manos. En la calle, entre la ciudad con su frío lento. Las habitaciones a la izquierda del pasillo del tren, de madrugada. Puedes ser inmortal sin caerte del puente subterráneo.
Mitch marcha con una línea de rabia entre las cejas. El viento orgánico despide las rocas contra las luces apagadas. Las veredas derretidas. El silencio donde descansaban los pies. La ciudad quemándose, vacía. Las casas olvidadas a ambos lados de la calle. Desoladas por sus puertas y ventanas, por el ruido de vidrios rotos, jardines derramados.
De vuelta al callejón azul, apagado de sombras temblorosas, más sus cajas de basura amarillenta chocando los pies de Mitch, ciego por las paredes de ladrillos fuera de órbita. Su propia sombra que crece y se aleja de sus manos. Mientras el viento vuelve para esparcir la llama alrededor de rejas asfixiantes.
La noche dura tres horas. Otros coches que han perdido movilidad, consumidos, y el humo con sus formas, esas formas oscuras que giran sobre la mente de Mitch. Un hacha cremada sobre el río de pavimento. Las sillas plegables, la manguera de corcho, el techo del horno. Una casa dentro del desierto de calles, hasta el parque público, o la escuela secundaria.
Mitch abandona la ciudad, cuando llegue a la colina podrá voltear para ver el destello azul elevándose, la humareda toda, el viento de azufre retornando al hoyo oscuro que se parece a la noche; y a la línea blanca que lo separa del día siguiente.

K.C.: “El Gobierno encubre a las vacas voladoras”
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

Tocino: un osito de peluche traidor. Durante una guerra que les hubiera dado vida a los juguetes incendió toda la trinchera para salvar a un ser humano.

—¿Estamos cerca de la ciudad, Tocino? Creo que sí, cada vez estamos atropellando a más gente.
El tanque militar iba a toda máquina por Ruta a Ñemby. Manejado por K.C., alucinado. Este creía ver vacas aladas, a las cuales perseguía por haberle manchado una camisa limpia.
El tanque quebraba la banquina del paseo central en su suicida paseo en zigzag. Aplastaba y volcaba a los vehículos que le cruzaban cerca. Cerca de Cuatro Mojones disparó una carga contra el nuevito viaducto, para evitar que las vacas posaran allí para descansar, decía a Tocino.
A la altura de la avenida De La Victoria esperaba una barrera policial. Cada policía fue autorizado a disparar sólo dos de las ocho balas que se les proveía anualmente.
El tanque los arrasó. Luego dobló en el desvío de colectivos de La Terminal. Dobló en República Argentina, luego. Disparó otra carga contra un pasacalles que anunciaba una fiesta bailable en el colegio Ysaty, para que las vacas aladas no lo lean, se justificaba ante Tocino.
Segundos después zumbaron terremotamente los súper aviones Xavantes y soltaron sus explosivos sobre el tanque.
Todo incendiado marchó por inercia once metros más.
Fin del juego.

Viernes 13: no te mates ni te mueras
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

—Hola.
—Hola Ana —dijo la corrosiva voz.
—Sí, ¿quién habla?
—Leí tu mensaje en un asiento de la línea 21: "busco novio. Ana. Interesados llamarme al 7198000"...
—Ah... ¿quién sos? La verdad eso era de broma nomás.
—Sé donde vives. Me llevó tiempo, pero encontré tu dirección en la guía telefónico. Me llevó tiempo porque la guía no indica tu nombre real.
—¿En serio?
—También sé que esta noche estás sola.
—Ja, ¿quién te lo dijo? Qué broma. ¿Sos Julio?
—Estoy como a treinta cuadras de tu casa... eso te da tiempo para huir.
—¿Huir? ¿Por qué?
—Sencillo, llevo conmigo un cuchillo de pan afilado, resplandeciente, voraz...
Ana colgó violentamente el teléfono. Se quedó mirando un rato, confundiendo sus ideas y empezando a tener miedo. Decidió ir a la casa de su amiga, que vivía enfrente, al cruzar la calle. Fue entonces hacia la puerta y al abrirla tropezó con un sujeto que le dijo:
—Hola, Anita. Te mentí, estaba más cerca de lo que creías.
Aquel levantó el brillante cuchillo para clavárselo al instante en que Ana soltara un grito desesperado. El arma rozó la piel del brazo de la adolescente, quien ya corría hacia dentro de la casa.
El psicópata la seguía caminando y sonriente, con el cuchillo a la altura del mentón y el filo apuntando al suelo. Empujó lentamente la puerta de la cocina.
Al asomar recibió un fuerte golpe en la cabeza que lo tumbó sobre el piso encerado. Ana había atacado utilizando el peso de la aspiradora. Comenzó a darle furiosas patadas al extraño, con sus energías inspiradas en el miedo, con una fuerza insospechada, terrible.
Ella sola cavó un hoyo en el jardín del patio trasero. Ocultó el cadáver en ese sitio, aplastó con sus pies la tierra encimada. Cubrió el rincón con trozos de césped. Regó un poco de agua y colocó además algunas macetas con flores.

Lásnai héroe
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

El loco salió del baño del Segundo Nivel, el del Cine del Shopping Multiplaza. Llevaba una especie de armadura metálica, con un hermético casco empleado en soldadura. Tenía una caja en la espalda, con dos tanques a los lados. Una metralleta. Con una metralleta pulverizó la pared de vidrio del local de cine.
Fue hasta el pasillo aéreo que conectaba los bloques de edificios, desde donde saltó hasta el nivel del suelo. En esa calle interna accionó un lanzallamas instalado en su brazo izquierdo e incendió las dos hileras de coches estacionados. Mientras los guardias lo rodeaban de lejos, por su peligrosidad, y pedían su rendición. El los fulminó con una ráfaga de balazos ardientes. Algunos respondieron al ataque, pero los disparos no dañaban a su grueso disfraz.
Entonces llegó David Bowie, se ocultó detrás de un pilar de cemento. Bowie estaba tomando un café en el Patio de Comidas hasta que apareció este loco.
—¡Hey! ¡Esto creo que lo vi en "Arma Mortal 3"! —gritó Bowie.
El sujeto acribilló el pilar y las marcas formaron el número 4.
—¡Supongo que estás escuchando a Van Halen! ¡¿"Fire in the Hole"?! ¡¿eh?! —agregó.
Las patrullas policiales invadían el Shopping, la gente ya estaba siendo evacuada del sitio y la avenida Eusebio Ayala era bloqueada.
—¡Sabes que podemos ser héroes, aunque sea hoy!
El hombre blindado presionó algo en su cinturón y los cohetes en su espalda lo elevaron en el aire, ante la mirada sorprendida de los policías resguardados de su alcance. Se elevó hasta la cúspide del Shopping, hasta la punta de la cúpula central.
Llegó un helicóptero policial que lo intimaba con disparos de un francotirador que colgaba de uno lado de la máquina. El sujeto no dudó en ametrallar el aparato, que tambaleó y luego cayó sobre la fachada del hipermercado del fondo. Estalló ruidosamente.
El blindado destruyó el techo de vidrio de un puñetazo, descendió al primer piso. Allí un equipo especializado lanzó un tiro de bazuca. El lo evadió fácilmente, mientras el misil explotaba todo un pabellón de tiendas comerciales.
El loco subió al ascensor para descender hasta el estacionamiento subsuelo. Allí continuó desplegando ráfagas de baleo y fuego contra todos los vehículos. Ocurrieron varias explosiones importantes y la estructura edilicia del Shopping se desplomaba a pedazos. Una espesa columna de humo emergía entre los bloques desordenados de escombros, fragmentos de concreto caían de todas partes.

Rabia contra el sistema Pal-N
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

El oficinista durante el receso. Descanso de mediodía. Con corbata, camisa blanca, pantalones planchados. Oficina climatizada. De 9 a 14 horas. De 12 a 13, receso. Sueldo privilegiado. Tareas absurdas.
El oficinista trabaja a dos cuadras de su casa. Va a su casa a almorzar. Camina dos cuadras. Llega y su joven esposa lo recibe con un abrazo y un beso.
El va a la mesa de la cocina. El plato humea el suculento y jugoso churrasco, compartiendo media vajilla con el puré de papas lechoso. Cerca ese pan tan exquisito, blanco y suave. Más el jugo de naranjas perfectamente endulzado. Perfecto.
Pero el oficinista no prueba bocado.
El toma la pala detrás de la puerta del desván. Va a la sala, allí su bella esposa teje alegremente medias de lana. No dice nada. Los dedos de ambas manos crujen firmes alrededor del mango de acero de la pala. Levanta al aire la parte ancha y afilada.
El violento golpe descuartiza la pantalla del televisor de la sala. Estallan chispas eléctricas.
El camina dos cuadras. Son las 13. Lleva la pala consigo.
En su oficina, él descarga rabiados palazos contra el computador sobre su escritorio. La máquina se descuartiza. Otros oficinistas miran a su pecera de vidrio muy de cerca.
El oficinista regresa a su casa. Al llegar besa apasionadamente a su joven y bella esposa.
—¿Qué tal te ha ido, querido? —pregunta ella con su deliciosa voz.
—Ja, ja... no estoy loco, mi amor —responde.
Entonces se dirige a la mesa de la cocina.

Discromatopsia (...también es azul)
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

Azul, todo es azul. Azul son todas las cosas alrededor. Azul sobre sus propios colores, es todo. Sobre el azul es negro, negro sobre lo demás colores. Negro porque es de noche y la noche es azul.
Triste, triste es todo. Triste también es azul y todo es negro. Azul, negro y triste, como la triste película en un cine vacío. Azul y viejo, como la lágrima triste del proyector.
Azul como palomas en un triste balcón, que cierran sus alas viejas y la ventana está cerrada y la sensación es negra. Negra como las tablas de una triste casa, la casa de la melancolía azul.
Azul es la soledad, como la negra noche sin tristes grillos cerca de la vieja hamaca. Azul es el día y la noche es negra Triste y azul son. Triste es un día nublado sin las risas azules recorriendo la lluvia sobre los demás colores. Es azul.
La sensación es negra y el suspiro es triste, es triste por ella. Ella es azul, porque azul es sobre los propios colores de las cosas.

Dirty tricks
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

El público derritiéndose sobre la sartén, las banderas de plástico quemadas por la pirotecnia desenfrenada. En la tabla de dioses pateando al sol con rabia, mordiendo su venganza y las camisetas despintadas por el sudor elíptico. La euforia plagándose dentro de las cicatrices curadas, sin descanso, tratando de escapar sin huir y envolverse en el mismo sitio de la derrota.
Atravesando la línea de los afilados trapos, de ratas calcinadas sobre asfalto líquido, liquidando la última carta en dislocaciones extremas, y ganarse el tiro de gracia. Gracias.

Kenya
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

Se abre un sepulcro. El llanto del recién nacido. La embarcación con rumbo extraviado. El trabajo por poca paga. La golpiza no planeada. El aplauso luego del juego. El libro comprado en la esquina. El parpadeo frente al televisor, El dolor de cabeza al despertar. Las diez y ocho horas. Siempre sucede en algún lugar.

...ya no corres, sólo miras el mar sin sentido...



El retorno de El Mack

(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

El Mack fue el nombre favorito que el público le había puesto. Así, por esa razón. Aunque nadie estaba realmente seguro de quién sea, El Mack se popularizó por sus travesuras en las salas de cine.
Desde su aparición (algunos sospechan que se escapó de algún viejo film) aumentó la venta de taquillas en todas las salas de exhibición, a la espera de su magia.
Creían que usaba su mente. El Mack podía mantener las luces encendidas durante toda la proyección de una película, podía nublar las escenas que quisiera, volverlas mudas, y hasta subir irritadoramente el volumen.
A veces adelantaba el filme rápidamente, o repetía veinte veces las mismas actuaciones. Podía volver al revés los subtítulos en castellano, o cambiarlos por los de otras películas.
Durante un Festival de Cine sólo dejó las vocales de la traducción de una producción finlandesa. Hasta llegó a mezclar tomas de una historia de guerra belga, un musical francés y una comedia colombiana. Creo un nueva película, al estilo de los nuevos cantantes que mezclan viejas canciones.
Los pre estrenos eran preferidos de su humor, pero no para muchos asistentes, ya que iban por la función gratuita. Sin embargo, el público no dejaba butaca vacía donde emitían películas de horror; El Mack las hacía definitivamente escalofriantes, a su gusto. Volvía a la oscuridad del recinto parte del tenebroso ambiente diseñado en el celuloide.
Hasta que todo terminó.
Dicen que murió el año pasado, justo cuando empezaba a meter su mente en un largometraje reciclado. Ocurrió un apagón eléctrico que lo atrapó y sepultó entre los cuadros fílmicos de la empolvada cinta. El enorme rollo de aquella película está engavetado en algún sitio, hasta hoy.

Los payasos terroríficos
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

Sencillamente la cuestión es que estás adentro, mientras los bufones malignos siguen merodeando por los patios.
O encienden la luz o apagan la música tenebrosa.
Sin luz no sentirás los pasos frenéticos y los martillazos esquizofrénicos contra el candado oxidado.
Sin música tendrás pesadillas y podrás verlas correr hacia ti.
Es cierto que los enmascarados se ríen fríamente a través de las ventanas. Hoy vi uno, siempre oscuro, con círculos blancos pintados alrededor de los ojos y una sonrisa artificial cubriendo sus bocas hambrientas.
Parado dentro del baño pude reflejarme en la terrorífica carcajada del demonio atorado en la ventanilla rota, también a dos de ellos tratando de derribar la puerta del fondo. No le temo a la oscuridad, ni ellos tampoco.
No debería sostener la puerta con ambas manos, porque las navajas perforan la crujiente madera y dañan.
Esos locos payasos suben al techo para que el polvo de los tejados quebrados me vuelvan loco.
Ríen, vuelvo a la cama y me cubro hasta la cabeza. Ellos siguen allí afuera, tratando de no estarlo.

El pájaro Pica-cerebro
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

La playa estaba bombardeada de restos de barco. Maderos, telares, utensilios, valijas, cadáveres. La noche anterior la tormenta hundió su estaca invicta contra ese barco. Soplaron vientos malditos, y la marea no permitía siquiera caminar en la orilla. Trozos vegetales, árboles caídos, frío, completan el desolador cuadro. Mientras el ermitaño observa todo desde su desbastada roca, de su enorme isla desierta.
Dos náufragos están sentados sobre un tronco, a metros del agua embravecida, temblando, lamentando. Hay otro sobreviviente arrastrándose sobre la arena húmeda, desfallecido. Los dos lo ayudan a salir del agua congelada.
El ermitaño se acerca, por los arbustos semi deshojados.
—¡Allá está alguien...! ¡Señor, ayuda, por favor!
—¡Cuidado! ¡El pájaro Pica-cerebro está cerca! —gritó desde la distancia, luego se alejó. Desapareció.
Los tres náufragos tiritan de frío. No pueden hacer fuego, todo sigue mojado. Sigue nublado, casi lloviznando.
De las lejanas montañas internas se oyen gritos agudos, escalofriantes, que crecen. Los náufragos no saben qué pasa, qué viene; uno está muy asustado.
El cielo se cubre de una gran mancha. Es el pájaro Pica-cerebro. Sobrevuela la cima del bosque asolado. Aterriza en la arena, imponente. Despliega sus tres metros de envergadura, con alas filosas. Su plumaje negro, sus garras negras, su pico negro, sus ojos negros, un negro profundo, aterrador.
Observa a los náufragos. Vocifera agudamente. Con cabeza pequeña y su puntiagudo pico brillante. Se impulsa con sus alas estruendosas, perfora el aire y extiende sus dentadas garras sobre el pecho de un náufrago, que cae de espalda. Otro náufrago corre, otro se paraliza. La demoniaca ave da un potente picotazo en la sien del marinero, estalla su cráneo y liba las vísceras cerebrales.
El otro náufrago se decide a correr hacia el bosque. El pájaro Pica-cerebro tiene el bulbo humano en el pico, agita sus alas y se eleva, con dirección a las montañas de su enorme isla desierta.

El taxista y el escritor (según él)
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

La puerta se cierra ruidosamente.
—Por lo visto, joven, no tiene heladera en su casa —replica el taxista.
—La verdad es que no tengo casa —se excusa el pasajero, acomodándose dentro del destartalado Fort 89.
—¿A dónde lo llevo? —el motor ya estaba impulsando a la charata amarillosa.
—Donde siempre.
—Nunca lo llevé antes, joven.
—ah, disculpe, a la Refinería, entonces.
El chofer lo mira de reojo, firme, cuidadoso. Comunica por radio su partida.
—¿Qué tal la actividad? —dice el muchacho, con aires de poca importancia en sus palabras.
—Y nada.
—Qué calor hizo hoy.
—Mucho.
El taxi bate vibraciones sonoras en su rumbo sobre calle Ultima. El pasajero apoya su brazo derecho en la ventanilla y mira sin sentido el raudo paisaje, además del camino, largo y oscuro.
—Sabe, yo me dedico a escribir.
—¿Periodista? —sin dudas, el taxista se muestra de poca habla.
—No, escritor. Escribo libros; tengo uno publicado que... vende bien —el chofer mantiene su vista concentrada en la ruta.—...Sinceramente, es bueno esto.
—¿Por qué lo dice?
—Bueno, somos una especie de... dios, eso. Ya que tenemos la libertad de crear así como de eliminar a nuestros personajes, cuándo y cómo se nos dé las ganas. Definimos sus destinos, sus actos, y sus pensamientos. Podemos modificar el tiempo, la historia y...
—¿Usted se cree Dios? —interrumpió de forma despectiva.
—No, no, no digo eso. Más bien creo que ser escritor es muy peligroso.
—Especialmente cuando se dedican a hablar —ironizó el taxista, con una mueca burlona en su perfil fijo en la ruta.
—...bueno, sí.
El ruido del motor reinó unos instantes. El diálogo impertinente parecía frustrado.
—Por ahora estoy en una novela, hace unos días...
El taxista miró fugazmente el taxímetro, que marcaba una tarifa al borde de ocho mil guaraníes.
—Yo creo —continuó el joven —que toda la obra de un escritor son fragmentos desordenados de una gran novela autobiográfica. O sea, —hizo una leve pausa, como para dar tiempo al taxista para comprender lo que iba a decir —todo lo que escribimos revela, aunque sea ficción o poesía, nuestra visión de las cosas en un momento determinado de la vida.
—Y de qué trata su novela —interrumpió casi abrumado, otra vez.
—Ah, ahora mismo mi personaje está en una escena en que justamente aborda un taxi y salva a su conductor de unos asaltantes de ruta.
—Interesante —agregó sin ninguna emoción el chofer, puesto que el código de la Asociación indicaba que no se debían permitir los monólogos de los clientes.
—La cuestión que me falta corregir es que mi personaje ahuyenta a los criminales con la propia arma del chofer y no tengo ninguna buena idea de dónde suelen esconderlas.
Nuevamente el silencio, breve.
—¿Usted utiliza armas? —increpó directamente el supuesto escritor.
El chofer lo miró a los ojos, con una reacción dubitativa.
—Sí... como todos... en la guantera.
El joven no dudó en estirar inmediatamente la mano, jalar de la tapa y palpar desesperadamente en la guantera, a pesar de la oscuridad que había dentro del móvil.
—Ja, ja ,ja —rió burlonamente.—Me cree estúpido, señor escritor.
El taxista apuntaba con un revólver sostenido con la mano izquierda, a la altura del estómago, mientras seguía conduciendo con la otra mano.
El chofer desvió involuntariamente la vista hacia adelante, situación oportuna para que el joven tomara con ambas manos el arma empuñada y la dirigiera hacia arriba. Se abalanzó encima y un balazo se disparó, perforó el techo.
Ambos iniciaron un forcejeo entre los estrechos asientos. El vehículo zarandeaba a lo ancho de la ruta oscura, peligrosamente, la velocidad no diminuía.
El chofer daba codazos al pecho del joven, y éste a su vez apretaba el rostro del taxista hacia afuera de la ventana. Algunos puñetazos. Más empujones. El cañón del revólver se hamacaba encima de sus cabezas.
El arma cayó al piso. Seguían peleando. Trenzándose con violencia. El coche estaba sin control, salió de la ruta, destrozó la barrera metálica que la bordeaba, cayó por el barranco, rozó por encima a un alambrado y se estrelló contra una arboleda de un patio baldío. En medio de la oscuridad. En un monte, cerca de la Refinería.
El motor estaba reventado. La chapería aplastada y el parabrisas totalmente pulverizado. Un faro delantero alumbraba la espesura de la vegetación silvestre, humeaban alrededor del capó.
Los ocupantes yacían en sus asientos, muy ensangrentados, rodeados de un fino humo. El chofer estaba reclinado sobre el volante, la bocina sonaba en un eco continuo; tenía el cuello quebrado. El escritor estaba tendido sobre parte del capó arrugado, cubierto de vidrios, parecía inconsciente.


Héroe zurdo. Viaje digital a la mente de Kali - II (fragmento) (hombre muerto caminando version)
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

Sin concentración: era un cínico destilando palabras, era un cínico haciendo uso de la razón. Aunque en una vida existe una alquimia de conceptos que en algún momento chocan contigo, los códigos de etiqueta cambian el orden. Usa el monopolio de la autoridad. Si civil, comprende que el espectro que lo favorece boicotea sus intenciones. Te odia, pero te sonríe.

Axiomas incongruentes
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

La Tierra es un agujero negro inactivo. La Tierra devora al hombre por sus pies. Luego otra capa de piel. La tumba es una cápsula de tiempo, con sus intestinos de madera, para juntar el agua, cuando llueve muy fuerte sobre las paredes de los panteones góticos. El viento es la presión sanguínea que se acumula en esta fosa nasal. Nadie lo dirá. La realidad, en la vida real, es sólo un cuento en un libro de ficción prematura. Trasmitiendo señales de fricción.
La Tierra es un agujero con cicatrices con forma de continentes secos. Con sus entrañas revueltas, con una úlcera ardiente. Girando con sus cordilleras de espinas vertebrales. La Tierra se perfora y respira como una nariz comprimida. El desierto alcanzó la orilla del mar, el mar hundió al Polo Sur. Los polos son elipses que desintegran la gravedad del Sol. Ese sol es un asteroide estéril que apuñala el riñón sano del planeta inclinado.

Shaggy 1944
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

"En Dios he confiado; no temeré; ¿qué puede hacerme el hombre?", recitaba para sí, en voz alta, Shaggy; y entre sus palabras el calibre sembraba bajas en la cancha del enemigo invisible. Sólo, en la torre de la iglesia de alguna vez.
Con el campanario fundido y convertido en millares de balas. Con el escombro tambaleando en los muros fuera de foco. Con la entrada al cementerio salpicando sus botas de barro quebradizo.
"No te alejes de mí, porque la angustia está cerca; porque no hay quien ayude", y concentraba el ojo diestro en la mirilla de rayos solares, y el mundo paraba de girar un momento; el gatillo oxidado en un fusil de salmos justicieros.
Cae el enemigo, pero son varios. Agazapados, y el casco sin soportar el peso de los balazos. El entrenamiento retuerce su biografía, Shaggy lo sabe todavía.
"Ellos perecerán, más Tú permanecerás; y todos ellos como una vestidura se envejecerán", la pausa para recargar la cámara de fuego, "Pero Tú eres el mismo, y tus años no se acabarán".
Fiel hasta el último proyectil. El Apocalipsis es ahora. Y la muerte, amén.
"¿Dónde está el hijo del Presidente?", se quejaba la semana pasada su compañero, Elías. Ahora su fusil y su casco simulan una grotesca cruz sobre su sepulcro de piedras. En una batalla le arrancaron el respiro. "¿Mi padre votó por ellos, pero sus hijos no están aquí, en el frente?",
Inclina la cabeza y las avispas de muerte asesinan a otra pared de polvo. Luego el francotirador bendice su arma y exorciza al enemigo, liberando su vida de su vida. Eso es muerte.
Sabe que en su pueblo lo esperarán, sino con una cruz blanca y pulida por funcionarios del Gobierno; unas muletas de cerillas gastadas, y una medalla de lata con colores distintos al de la sangre, por el resto de su mortalidad.
Soy Dios y los perdono.
"No sea yo avergonzado, oh Jehová, ya que te he invocado; sean avergonzados los impíos, estén mudos en el infierno", repiqueteaba a nadie, Shaggy, y su voz viajaba entre las explosiones, los llantos de dolor, las órdenes desesperadas, la agonía de las rocas mutiladas.
Dispara aún, la obra es grande y el enemigo un hombre tras otro.
Es que Dios le dio las pupilas para no errar el blanco; ayer falló un tiro, desviado por el temblor de una juventud que amanece un día escondida en trincheras, con el largo camino a casa alejándose cada vez más.
Pero no termina. La guerra no termina y los jóvenes pierden su tiempo, mueren.
"Clame a ti, oh Jehová, dije: Tú eres mi esperanza, y mi porción en la tierra de los vivientes", sermonea de memoria, Shaggy, una vez más, y el sudor le ahoga la mirada demasiado pronto. Las municiones se acercan a cero, pero la obra es aún muy grande.
Le pega un balazo a la pierna de un enemigo, a veces es extraño. A veces no queda tiempo y el ángulo está perfecto, sí, que el tanque enemigo apunta a la torre del vigía divino.
El campanario se hace añicos, pero Dios sigue en otras bocas en el campo de batalla.

Gymkata (Qualyfing)
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

Jouz está en Pangeon. La niebla gris cubre los pasadizos salvajes del pueblo. Mira su reloj 00:02. Los pies sudorosos. Además su número de jugador en la espalda. La carrera alcanza su quinta prueba. Gira una esquina tan vidriosa. Jouz encuentra a los demás atletas, aplastados contra las paredes de arcilla, colgados de las puertas rayadas, hincados en el empedrado suicida. La quinta prueba es vil.
Jouz es alcanzado por los gritos inyectados de ira. La tropa neurótica escarba su territorio. Pangeon como una ciudad negra, aniquilada por los nervios cerebrales. Es cuando Jouz gira atrás y las bestias sacan sus dientes llenos de carne mal masticada, con sus rostros mugrientos y sus armas urgentes. La legión tiene una piedra filosa en la mano y un palo espinado en la otra.
Qué comience el juego.
Jouz corre por los pasillos ahumados, mientras es hostigado por cascotes punzantes. Los habitantes de Pangeon están cazando en la quinta prueba. Arden de rabia, arden este infierno gótico. Jouz es rodeado, ve una mancha hambrienta, sucia, violenta de gente. Las bestias se lanzan con sus armas improbables. El atleta cae en el centro de la paliza. Todos desean golpearlo al menos una vez, es la regla psicótica. La euforia criminal es contagiosa. El niño profeta rastrea a otro participante en dirección oeste, y Pangeon abre sus fauces nuevamente.
Jouz se queda aplastado entre magulladuras ácidas, agonizante, con sus respiros sanguinolentos. Su mirada inconsciente percibe a un competidor que huye despavorido, que pasa tan cerca. Enseguida la estampida salvaje pasará también por allí.


Isidro Fernández está riéndose de todos ustedes, ahora.



Ellos están cerca

(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

"Ya no sé si soy latino, cristiano o lo que sea", recuerdo que José se quejaba decepcionado todas las tardes.
Ayer, los González abandonaron su casa, sus cosas, el pueblo. Se fueron todos, sin despedirse. Nadie los vio. Pero al anochecer el escuadrón irrumpió en la vivienda y la saqueó en su ronda habitual. Mientras destrozaban los muebles, las paredes, los cristales, el ruido era atemorizante. Creo que ya nadie puede dormir por las noches. Todos están armados y empujando las puertas.
Se siente ese aire tan desesperanzador en el pueblo, las miradas que se pierden en el polvo de las veredas desiertas. El bosque a lo lejos ya no parece el refugio donde aventurarse lo fines de semana.
He visto esas lágrimas congeladas eternamente en las mejillas de las abuelas sentadas en las calles. La nostalgia invade ese aire tan confuso.
Don Cristóbal no soportó más y decidió quemar toda su propiedad. Cerca del mediodía el fuego, el humo se alzaron sobre su pequeño rancho. Sí, con todos los vecinos observando callados, impotentes, buscando aún más augurios oscuros.
Si fuera otra época creo que alguien trataría de ayudar, que habría agua con qué apagar las llamas. En otros tiempos Don Cristóbal no se presionaría la cabeza con ambas manos ni se volvería loco.
El fuego que crece con su dedo punzando el cielo, que ya no parece tan azul y radiante. Ya nadie se atreve a mirar al cielo.
"¿Y si los ateos tuvieran razón? ¿Si la historia fuera una farsa? ¿Si la vida no tuviera sentido?".
Cada vez llegan noticias más tenebrosas del norte, dicen que ellos se están acercando, que en cualquier momento atacarían el pueblo, que el terror nos atraparía a todos, que ya no quedaba tiempo para escapar.
Algunas familias de otros pueblos pasaron presurosas por las calles. Dejaron atrás todos sus bienes, sus casas, sus empleos, sus vidas. Si podían soltaban a los animales para que también huyeran por el bosque.
He visto a hombres fornidos arrastrarse entre el polvo, cabizbajos, con los brazos muertos, el rostro demacrado. Con sus hijos y esposas tristes, en el éxodo sufrido. Nos han pedido un poco de agua y comida, pero también estamos muriendo de hambre.
Don Alfredo preparaba una carreta tirada por un viejo buey. Pensaba que podría llevarse todo, que lograría alejarse. Pero los viajantes lo han reprochado, han declarado que el olor de ellos está cerca, que es espantoso lo que hacen hacia el norte, y que con la carreta sería más peligroso.
Don Alfredo no hizo caso, poco después lo vieron partir hacia el bosque.
"La vida tiene olor a muerte. La vida atrae a la muerte, pero la muerte jamás a la vida. Qué si tratase de escaparme de ella", a veces crees que esas cosas que dices sirven de algo, ¿no?
José se queda pensativo. Hace unos años intentó matarse, después que incendiaron su última cosecha de algodón. El había invertido mucho en ese negocio, el Gobierno lo convenció que era lo apropiado.
Ahora ya no importaba. Sólo podía hablar y escucharse en el aire agónico.
Al atardecer el rumor era cada vez más desolador.
Vino corriendo alguien. Alguien con su rostro débil, ensangrentado.
"Hace días que ando, pero ellos me están alcanzando. Temo sobrevivir".
Después siguió corriendo rumbo a la espesura maldita del bosque.
El pueblo desfallecía. Otros vecinos habían decidido quemar sus cosas, tal como Don Cristóbal. Ya estaba oscureciendo y el escuadrón quizá aparecería por última vez, antes de que ellos llegaran.
Las columnas oscuras de humo que envolvían el cielo. Eran contornos extraños. Pensaba en todo ese esfuerzo carbonizado, ese orgullo para no permitir que ellos vinieran a disfrutarlo.
Los más jóvenes ya habían partido. Ya quedábamos tan pocos.
"¿Y si predijera el fin y sucediera así?", deja de mirar a los ojos del fuego.
Comentaban las abuelas que sonaron disparos a unos kilómetros, hacia el norte. Que los balazos parecían encontrar los cuerpos vivos, que muy pronto estarían entre nosotros, con sus rostros enfurecidos.
Poco después José bebió el último sorbo de agua que guardábamos en un cántaro de arcilla. Ya no quedaban velas para iluminar el camino. José había encontrado el viejo fusil y empujaba la puerta, para que nadie la abriera y entrara a la casa abandonada, era la casa de los Peralta.
El escuadrón estaba destrozando una vivienda a unas cuadras de allí. Parecían muchos. Eran los saqueadores de la noche, con sus palos, cadenas, puñales y revólveres. Eran unos chicos que huían y atacaban los pueblos a su paso. Como si estuvieran preparando el camino para ellos, que eran mucho peores. Las noticias decían eso, y nunca se mencionaba sobrevivientes.
Esa noche el escuadrón nos encontró. Nos encontró a los pocos que quedábamos en ese pueblo muerto.
Recuerdo que José empuñaba firme el fusil, rechinando sus dientes. Que ellos habían atacado con piedras contra los cristales. Que habían derribado la puerta a patadas. Que el ánimo destructivo nos aliaba en ese sin sentido.
Poco después, mientras huía hacia el bosque, nuevas llamaradas teñían el pálido cielo del pueblo, que se iba quedando atrás, lejos.
El bosque era muy oscuro por las noches. Que se escuchaban voces por todas partes, voces bajas. Que algunos llantos leves sacudían los arbustos entre las sombras. Que decían que ellos estaban muy cerca, que había que temblar y orar con la mente distraída, irreal.
Los pasos desesperados que tropezaban con las piedras, los árboles caídos y las fosas poco profundas, había más. Había oído hablar de esas fosas. Las ramas bajas que rasguñaban el cuerpo, que desgarraban las prendas. Y el augurio escalofriante de un viento que venía del norte, que movía las hojas de los árboles en la oscuridad.
"¿Hasta qué punto puede soportar la decencia del hombre? La cordura, la consciencia, ¿qué eran? ¿quién podría definirlas?".
Era como huir a ciegas por el bosque, tan oscuro. Hasta que el cansancio bate cualquier instinto optimista. Es el fantasma del terror que merodea el aire, que respiras y haces parte de tu sangre, de tu historia. Hasta los insectos parecen aullar como lobos. Ellos, son ellos.
Cuando desperté estaba en una fosa con su suelo frío, húmedo. Vi la tierra con sus venas cortadas. Esperé un momento, pero no escuchaba a nadie, el bosque se había tragado todos los rumores. Ese era el rumor más tenebroso.

Jaimito promete
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

—Bueno, Jaimito, llegó la hora de que sepas la verdad sobre tu padre: el no murió arrastrado a la laguna del patio por una boa gigante.
—Ya sé, mami.
—¿Cómo que ya sabes?
—Sí, me contó la tía Casilda, que un día salió a comprar cigarrillos y nunca más volvió.
—¿Eso te dijo?
—Que posiblemente fue raptado por Coca Cola para que viviera dentro de una de las cajas donde deben soltar latas cada vez que la gente metiera fichas por un agujero para fichas.
—No, hijo. Eso es mentira. Tu padre murió cuando intentaba salvarle la vida a un duendecillo del árbol de mandarinas. Una noche los perros comenzaron a ladrar, a inquietarse mucho. Tu padre salió afuera con una vela encendida. Primero creyó ver a un conejito ensangrentado, malherido, siendo destrozado por los perros.
—¡Ught! Pobre conejito.
—No, no era un conejito. Jaime lo metió en la casa y allí supimos que era un duendecillo. Yo preparé agua caliente, mientras tu padre le daba respiración artificial y le daba masajes en sus piecesitos. Después lavamos sus heriditas y lo vendamos. Estuvimos toda esa noche preocupados por esa pequeña criatura.
—¿Y qué paso luego?
—Bueno, al amanecer el duendecillo (maldito) se había ido. Pero tu padre despertó muy enfermo y murió de rabia poco después. Uno de los perros que mordió al enano tenía rabia, y se le contagió a tu papá.
—No llores, mamita, por favor.
—No, hijo mío. Ahora que sabes la verdad, ¡debes jurarme que exterminarás a todos esos malditos duendes!
—Shhh, shhh, tranquila, mami, te juro que lo haré, lo haré.

Un estúpido partido de fútbol americano
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

Hace 23 años comenzaba el partido de Fútbol Americano, un apasionante juego que abarca todo el continente. El balón se había movido a favor de los países norteños en la línea central situada en medio de la ciudad de San Miguelito, Río San Juan, en Nicaragua.
Desde esa fecha el balón ha picado kilómetros, ha sido chutaba por miles de pies, pero hasta ahora no se ha acercado a ninguno de los arcos. Una vez, hace cuatro años, mediante una fatigada jugada de un venezolano, el equipo Sur llegó hasta la altura de Laramie, Wyoming (EE UU). Eso fue lo más cerca.
Los del Norte alcanzaron a lo sumo Tiraquecito, Cochabamba (Bolivia), a través de una excelente combinación entre un mexicano y un hondureño, hace una década. Pero la defensa boliviana pudo más y alejó la pelota hacia el medio, donde transcurren todas las jugadas.
Casi un año después por poco se produjo el primer saque lateral, en este caso a favor del Sur, cuando el balón rozó la línea sobre la playa de Mataraní, Arequipa (Perú). Pero no sucedió. Es así, se cobra lateral cuando la pelota llega hasta cualquiera de los dos océanos que bordean América, el Pacífico y el Atlántico.
El arco del equipo América Norte se sitúa en Uranium City, Saskatchewan (Canadá), mientras que el del Sur en Gastre, Chubut (Argentina). Por el primero juegan nueve países, desde Panamá hasta Canadá. No participan las islas. En tanto los sudamericanos suman 10. Surinam, Guyana y Guayana no participan, pero están como suplentes por si algún país dejase de existir en medio del juego por cualquier causa imprevista.
Este es el verdadero Fútbol Americano, deberían ver qué emoción se siente si cuando la jugada llega a tu poblado, hasta ahora no se ha repetido la misma ruta de juego. La competencia es lo máximo. Toda esa gente defendiendo a su equipo, despejando, haciendo pases, las personales, las pifiadas. Se calcula que en territorio de Colombia se ha jugado más tiempo hasta ahora, unos seis años, dos de ellos consecutivos. Sí, el fútbol estuvo muy parejo en esa época. Hoy el balón ingresó dentro de los límites de Yaviza, Darién (Panamá); por magistral pared dirigida por el grupo brasileño, específicamente junto a los chilenos.
Dentro de 22 años concluiría el primer tiempo, luego vendría el siguiente. Hasta ahora el marcador sigue indicando: A.Norte 0-0 A.Sur.

Yo le disparé a Bono Vox
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

Yo fui. Una tarde, cuando él volvía del estudio de grabación. Un amigo mío, ni siquiera recuerdo su nombre, me prestó un arma, bueno, en realidad me la vendió. Y yo aprendí a usarla disparando un par de tiros hacia el campo despejado. Me había quedado una sola bala, entonces.
U2 estaba terminando su nuevo disco. En su página oficial en internet ponían imágenes de las grabaciones. No se conocía nada más del álbum. Yo no soy fanático de U2, pero tienen un par de canciones que me parecen buenas. Sí tengo un par de cintas de Elvis Costello.
Esta mañana un directivo de Island Records vino a visitarme a mi celda. Me felicitó. Me dijo que el cuarteto ya estaba durando demasiado y que entraba a regir una cláusula secreta del contrato discográfico. Alguien me comentó algo, no recuerdo bien.
Yo sólo esperé. Llegó Bono e intentó darme un autógrafo en un extraño impulso que tienen algunos artistas. Su esposa sonreía, había otro que parecía el baterista. Yo sólo le apunté al pecho y disparé. Eso fue todo. El cayó.
Mi abogado me llamó por teléfono para indicarme que un doble mío había sido linchado al mediodía por una turba de fanáticos descontrolados. Me trasladaban a una prisión más segura, a la espera de mi juicio. Pero los fans lograron superar la barrera policial y masacraron al muchacho que hacía de mí. Estoy muerto.
Ni siquiera intenté huir. Así fue como destrocé mi vida. Había logrado lo que siempre quise: ser invisible. Yo caminaba por las calles y nadie parecía verme. Yo no hablaba mucho, porque nadie me escuchaba. Ahora que ha muerto Bono, de alguna forma su fama superficial me ha arrastrado. Odio eso.
El baterista, creo que se llama Harry, me dio una paliza ese día. La mujer lloraba sobre el cadáver. Harry le pegó con el arma vacía. Ahora ninguno de ellos sabe que sigo vivo. Sin embargo, sus cuentas bancarias aumentarán, lo sé.
Mi abogado me explicó que Island me acogió en su Plan de Protección a Asesinos de Artistas. Si bien estaré el resto de mi vida en prisión, bajo otra identidad y otros cargos ficticios, tendré todo lo que necesite, incluso toda la colección de discos de U2. Yo no quiero escuchar a U2, ahora ya no.
Tengo en mis manos una carta membretada dirigida a mi nombre, a la prisión que me encierra. Es de la Asociación Internacional de Asesinos de Celebridades, me han declarado como nuevo socio vitalicio, a la espera de confirmar mi aprobación como socio definitivo. Ya cumplí con el requisito básico. Llevaba la firma de uno de sus fundadores: Carlos Manson, o algo así.
Yo no quiero ser socio de ninguna asociación. Al principio me sentí devastado, pero me puse a pensar, ahora tengo bastante tiempo para ello, y comprendí que había recuperado mi invisibilidad, porque el resto del mundo ya me daba por muerto. Estoy de acuerdo, ahora, como dice mi abogado, lo importante es no volverse loco. Yo no quiero enloquecer.

¿Se viene un nuevo libro de Malcom Cruz?
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

Esta es una entrevista inédita realizada al célebre escritor nacional Malcom Cruz a poco del lanzamiento de su quinto libro "La añeja comida de avión del pasajero sentado al lado de la puerta para salida de emergencia" en 1987, para la revista "OLEAJE de Libros, Música y Cine", que dejó de editarse esa misma semana de la nota.
Yo: Hola, ¿Malcom Cruz?
Malcom Cruz: ¿Quién diablos es usted? Esto es propiedad privada.
Yo: Soy de la revista OLEAJE, ¿me concede una entrevista?
MC: Maldito estudiante de filosofía... bueno, sé breve, pregunta.
Yo: ¿Qué me dice de su nuevo libro?
MC: Apesta.
Yo: Eh, eso es todo, digo.
MC: ¡Sí! Pregunta.
Yo: Entonces, ¿por qué demonios se hizo escritor?
MC: En realidad yo escribo sólo para demostrar qué tipo de libro me interesaría leer.
Yo: ¿Se cree un desgraciado artista?
MC: No lo creo. Un artista tiene una visión positiva de su obra, por lo menos al comienzo. Para mí es pura basura.
Yo: Maestro, ¿se puede saber cuál es su nombre verdadero?
MC: Tú escribe Malcom Cruz, pregunta y toma apuntes, deja de apuntarme con esa maldita grabadora.
Yo: ¡Hey! Usted también me está apuntando con una escopeta...
MC: ¡Calla, imbécil! Recuerda que estás en propiedad privada.
Yo: Okey... He leído un par de libros suyos y...
MC: Dime los títulos de tus cuentos favoritos.
Yo: Eh... ¿"Sartén"?, ¿eh?
MC: ¡Hipócrita malnacido y mentiroso!
Yo: Bueno, bueno, admito que sólo miré la tapas. Entonces, dígame, ¿en qué se inspira para hacer sus obras?
MC: Ja, desde que me enfermé de hipersomnia casi ya no tengo tiempo de inspirarme, así que me duermo con un lápiz y una hoja en blanco y espero verla escrita al despertar.
Yo: Mmm... eso explica por qué se ha tardado cuatro años en editar su nuevo libro...
MC: ¿Qué estás murmurando?
Yo: ¿Qué tendencia tiene su publicación reciente? Eso.
MC: La Iglesia, dos sectas y el ateísmo.
Yo: No le entiendo, ¿podría ser más preciso?
MC: ¡No!
Yo: ¡Cómo quiera! Ahora, ¿es ventajoso ser un autor independiente?
MC: ¡A usted qué le importa! Acaso me fui a burlarme de usted, gusano desconocido, cuando se independizó de sus papitos.
Yo: Oiga, maestro, es sólo una entrevista.
MC: Ni qué nada, vete ya lejos, que tengo que descansar.
Yo: De qué, de haberse despertado...
MC: ¡Hey!, oruga de cebolla, mueve tu trasero de mi propiedad antes de que desperdicie un cartucho comprado con mi propio dinero.
Yo: Ya, ya, maestro... ¿unas últimas palabras?
MC: Sí, los odio a todos, odio a todo el mundo, a usted también lo odio ahora.
Yo: Gracias, maestro, por la exclusiva. Por último, ¿puede darme su autógrafo?
MC: ¡¡¡AAaaaarrrrgggghhhtt!!!
Nadie pudo nunca obtener un autógrafo hasta hoy de Malcom Cruz. Recuerdo que salí corriendo cuando escuché que fue a soltar a sus dieciséis perros doberman, que dormían aún.
Cinco años después publicó su último libro "Sanguijuelas sobre el globo ocular". Jamás volvió a conceder entrevistas. Sus fanáticos esperamos su séptimo libro para el año 2001, según rumores de su hijo, Marco Cruz, que maneja la editorial independiente de la familia. Ojalá.

Próxima inauguración de Supermercado, aquí.



Cómo sobrevivir a las catástrofes - I

(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

Las turbulencias lo despertaron molestamente. El vuelo nocturno se tornó incómodo, arriesgado. El avión había ingresado a una tormenta y los vientos sacudían con saña al aparato alado. Tronaron relámpagos, uno alcanzó un ala, una turbina; ese motor paró, y el humo emergió en la profundidad de la lluvia.
El comandante de vuelo declaró emergencia, perdían altura, peligrosamente. Por los parlantes ordenó ajustarse los cinturones y colocar la cabeza cerca de las rodillas, tal como ilustraban los folletos distribuidos. En tanto las azafatas trataban de deshacerse de todos los bultos posibles. Así lo hicieron. Las valijas, bolsos y carteras fueron arrojados por la puerta de emergencias que estaba oculta en el baño para damas.
Pero la desesperación continuaba. La terrible turbulencia. Por error la tripulación de servicio tiró hasta los paracaídas. Entonces el comandante decidió deshacerse del piso y de los asientos, para intentar levantar vuelo sobre la tormenta. Los pasajeros se sujetaron de los ganchos del techo y colgaban sus pies después de que el piso desaparecía en la oscuridad de la distancia.
Tampoco mejoró la situación. Era necesario deshacerse de al menos 50 kilogramos. Pero ya no quedaba nada por tirar. Sólo quedaba sacrificar a un voluntario para equilibrar el volumen ideal para pilotear la nave, que seguía en picada. Los pasajeros miraron a Diosnel y votaron que saltara porque él era el único diferente de todos. El se rehusó, pero sus argumentos fue ahogados por los desconsiderados, casi furiosos. El pasajero de la ventanilla, al lado, le apuntó con un revólver.
Ya no dudó. Soltó sus manos y se dejó caer. Mientras caía con la lluvia vio a través de la neblina cómo el avión se estrellaba contra una montaña. El caía, vivo aún.

Premoniciones (aún sin interpretar)
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

Yo, Gilberto Nascimento, he sido muerto en las calles del viejo Cabildo, de un balazo al corazón, disparado a mis espaldas, un día lluvioso de junio, entre la gente que huía del cielo abierto. Son dos los que me han disparado, sin justificada razón. Pero mi cuerpo estuvo horas sobre el empedrado húmedo, y mi muerte se supo luego de terminado el aguacero. Por años nadie ha sabido de mis asesinos, pero tiempo antes de que aquel atentado ocurriera hice nota de todo detalle y decidí conservar ese escrito en el bolsillo izquierdo interno del saco que me vestirán durante mi sepultura. [...] Así es, tuve visión de un conflicto histórico que será interpretado en el tercer decenio, contra otro mediterráneo. Los países combatirán por las tierras desérticas, más nada hallarán. Y en junio, en el día de la muerte, la paz será restablecida. [...] Sépase que habrán seis periodos, a partir de la mitad, y el Rey será un tirano que arrancará las hojas y respirará la muerte de su pueblo. Más su trono caerá al final, con su partida lejos de esta tierra. Nunca volverá. [...] Las luces serán encendidas cerca del 88. Habrá ganado la propia sangre del Rey, con sus armas de olivo. Clamará el poder, así el poder le será permitido. [...] Mucha confusión en las calles, en los días finales. Nadie escapará de la luz, el pánico será parte de un todo, que vendrá a llevarse a los que hablaban de un sol diferente. [...] Pasarán 125 años, hasta que las puertas serán abiertas y mi pluma descubierta para todos. Será un secreto para pocos aún, más la verdad se vislumbrará entre las velas señaladas. [...] Sí, se escribirá ese libro, sobre la forma de las moscas; para que crean en mi. [...] Poco faltará, la lucha será tenebrosa, luego el libertador descansará sus pies en este país. Se desatará un ciclón, que luego desaparecerá por siempre. [...]
(nota encontrada con el cadáver de una tumba abierta por accidente en la Plaza Carlos Antonio López, mientras un tractor removía la tierra donde se instalaba la nueva antena del Canal 9).

Malas visiones (epitafio)
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

El mar. Llueve sobre el mar. Llueve escalofriante y estamos en medio del mar. Sólo el frágil apoyo de los pies indica la dirección del cielo, pero tiembla el suelo y se ahoga, mientras todos corremos, pero estamos encerrados sobre el trozo de madera flotante. Perdimos el sentido de la dirección.
He visto a unos hombres caer en las fauces de un oleaje deforme, aterrador. Y los gritos se llenan de agua, de lluvia. Y tambaleamos espantosamente, sólo los relámpagos pueden darnos un breve sentido de luz, pero la luz se quema en nuestra incertidumbre improvisada.
Vi al Capitán tratando de redactar el epitafio, en un camarote, mientras las cosas caían de todas partes. Nosotros aferrados a la madera muerta, aferrados ante la desesperación, mojados por el agua, por la lluvia, por las lágrimas y el falso sudor frío.
E imagino la inmensa paz bajo la capa crujiente del mar. Esa oscuridad inmóvil, sin ojos de verdad. Sin madera flotante, ni oleaje maldito. Ese sepulcro de soldados desconocidos, de carnívoros que no duermen jamás, ese reino de cápsulas infinitas, de vida escasa de oxígeno terrenal.
Y la madera flotante deja de columpiarse. Entonces los extraños atacan y morimos, siempre.
El guerrero con cabeza de reptil sembrando una espada en las costras humanas adheridas sobre la madera húmeda. Peleando sin máscara de terror. Mientras la popa se inunda de visiones fantasmales, y el fantasma es muy blanco, transfigurado de blanco, y está desnudo, lleva un lienzo muy blanco que contagia de blanco a la oscuridad que lo rodea. Abre la boca y brota un manantial puro de sus entrañas que calcina la piel de los marineros furtivos.
La madera flota sobre la mano de la serpiente de cuero, que eleva su cuello hasta el techo del cielo, y el cielo sigue escupiendo blasfemias acuosas. Entonces dobla el cuello y mastica a unos hombres, dominados por el pavor, sin escape. Otros saltan al mar y caen en el ojo de las cerraduras invisibles que forma el oleaje esquizofrénico.
El viento ha estado presente aún, arrancándonos las ganas de seguir aferrados al tipo de muerte que escogimos.
Espero que el Capitán lo haya registrado todo en el maldito epitafio.
Baqinc
El 15 de abril del año gregoriano 8.367, un día lunes, todos los nuhures del poblado de Kaspar estaban en las calles, llenas de banderines y flores multicolores, celebrando la víspera del Asqhig anual, una fiesta en la que ni un sólo vecino quedaba en su casa: pobres y ricos, desde niños hasta ancianos, incluso enfermos y recluidos, poblaban las empedradas arterias de la distante aldea.
Era la fiesta de Asq, el legendario dios que había creado el mundo de una gota de su sangre, luego de luchar por milenios y vencer al demoniaco Baqar en el cosmos infinito.
Asq era un dios de guerra, y en este día se recordaba su gran victoria. Los más ancianos decían que Asq estaba en el cielo mirando siempre con su ojo de furia y por eso se debería representar su triunfo con la fiesta Asqhig y, al día siguiente, ofrecer un sacrificio humano como la propia muerte de Baqar.
Todo era cantos y griterío, una algarabía que no se repetía en ningún otro día del año. La cerveza se consumía sin cesar, la carne asada era mucha. Corderos, cerdos, pollos y vacas eran degollados en las veredas angostas y cocinados en hogueras especiales.
Habían bailes desenfrenados y la música que no tenía sentido. Todos estaban divirtiéndose, excepto un joven de 16 años que fue elegido este año como el incubo maligno que debía ser descuartizado en la cima del templo solar de piedra, que emergía en el centro de la plaza pública.
Los primeros que vieron al extraño visitante que acababa de llegar creyeron que todo era producto de la incipiente borrachera. De pronto, en aquella plaza, como salido de la nada, había aparecido un sujeto encorvado y de mirada turbia, con la mandíbula colgante y aspecto simiesco. Sus pies estaban ensangrentados, tenían el cabello largo y vestía un ropaje oscuro, muerto. Llevaba una carta en la mano izquierda, que la apretaba temblorosamente.
Hubo gritos de espanto. Enseguida llamaron a las autoridades. El sastre del poblado se le acercó y le ofreció cerveza y jamón a esa infeliz criatura que por su aspecto se parecía a un grotesco y golpeado espantapájaros. El insólito forastero llevó la jarra a la boca, bebió un largo trago y vomitó no bien la cerveza había llegado a su estómago.
Entonces se acercó una mujer, una vendedora de frutas, quien le entregó pan y leche; esta vez la misteriosa persona comió y bebió sin problemas.
Cuando llegaron el alcalde y el oficial de guardia, el hombre parecía más tranquilo. Lo acosaron a preguntas, pero de inmediato descubrieron que no podía pronunciar palabras, sino algunas letras sueltas. Alguien le acercó lápiz y papel, él escribió lo que parecía su nombre: Baq Inc. Sólo eso.
El alcalde, Jan Blitz, tomó la carta de su mano, la leyó y pronto la guardó en su bolsillo. Decía que no era nada importante, pero no indicó qué contenía. Nadie se preocupó entonces de ello.
El oficial se molestó por la mudez del niño, que se llamaría Baq Inc, y opinó que se trataba de un imbécil o un primitivo. Era conocido el carácter temperamental del policía principal, y nunca se vio que tuviera paciencia con los niños. El diminuto hombre bebió otro trago de leche; las miradas de curiosidad lo cercaban. En el fondo la música seguía sonando. Se formaron varios rumores, pero el estado festivo le restó importancia al hecho.
En la comisaría local el niño fue atendido por el médico, que lo revisó y dijo: "El hombre no es un retrasado mental, pero tiene los reflejos escasamente desarrollados. Supongo que debió estar mucho tiempo confinado en algún lugar. Goza de excelente salud, aunque de mucha sensibilidad en su piel".
El extraño fue puesto en una celda. Allí se quedó sentado sobre el suelo húmedo, con las manos sobre la cabeza, oculta entre las rodillas.
Le habían puesto unos zapatos, pero sólo conseguían que sus pies sangraran más. Su piel era extremadamente sensible y muy blanca. Estaba vestido con una clase de tela de algodón, material que apenas se alcanzar a encontrar en museos de antigüedades.
Por la tarde, su carcelero llamó con urgencia al oficial. El niño estaba pronunciando su nombre repetidas veces: "Baq Inc".
Lo primero que se le ocurrió al oficial fue entregarle un lápiz y papel, que el forastero asió y comenzó a escribir figuras y oraciones. Luego quedó dormido, en una extraña posición fetal.
El oficial revisó las notas y las llevó al alcalde Blitz. Enseguida éste ordenó una comitiva de tres hombres para rastrear la figura con forma ovoide que dibujó Baq. En las calles continuaba el ferviente festejo del Asqhig.
Al anochecer, a unos kilómetros del poblado, los policías hallaron un enorme hoyo de unos tres metros de diámetro, así como la vegetación quemada alrededor.
En el centro había una especie de cápsula del tamaño de una mesa mediana. Era como la figura copiado en un trozo de papel.
Con forma redondeada, sin puntas simétricas, muy brillante; parecía hecho de un tipo de metal poco común, que se decía provenía de un asteroide que había estallado contra la extinta luna hace más de seis mil años. Llevaba una pequeña inscripción: Baq Inc.
Los guardias informaron sorprendidos al alcalde de todo lo visto. Este decidió que no se comentará a nadie más de ello. Ordenó que ocultaran lo que aparentaba ser una nave espacial. Así lo hicieron.
Por la mañana del día siguiente, día del sacrificio humano en honor a Asq, el pequeño poblado de Kaspar mostraba los rastros de la extensa celebración anterior. Los banderines y flores multicolores seguían colgados de las pequeñas casas y sobre las angostas calles. El fuego de las hogueras aún estaban humeantes, habían perros que merodeaban los restos de carne.
En la plaza pública estaban avanzando los preparativos para representar nuevamente la muerte del arimán Baqar. El templo solar estaba siendo bendecido por el sacerdote desde el inicio del crepúsculo. Era una mañana muy calma a esas horas. El silencio era un brazo que reposaba sobre Kaspar.
Cerca de la hora octava, unos vecinos se habían reunido frente a la comisaría con intenciones de ver a la misteriosa criatura y llevarle un poco de comida, leche y pan. Era bastante temprano y aún estaba cerrada la casa policial.
Daumer, el sastre, se acercó a la puerta, pero ésta cedió con el primer golpe. Adentro estaba bastante oscuro. Unos instantes después se animó a ingresar. Había mucho silencio adentro; la calma también era mucha allí.
Desde afuera observaban temerosos los demás pobladores. Un rato, se oyó un grito y Daumer salió presuroso y angustiado del interior de la comisaría. Dijo que no había nadie, que la única celda estaba abierta, con sangre por todas sus paredes y en el suelo. Que el olor era a muerte.
Luego llegó el oficial principal, al mismo tiempo que el médico, quien vivía bastante cerca. Se supo que el cadáver del carcelero yacía en el centro de la celda vacía. Se autorizó al médico a revisar el cuerpo. El policía había concluido que el misterioso niño era el responsable del crimen y ordenó una búsqueda imperiosa. Por supuesto, nada de esto se supo de inmediato.
Al mediodía, cuando el sol estaba en su cenit, todo Kaspar estaba rodeando el templo solar de la plaza pública. El sacerdote local inició el milenario ritual y luego sacrificó al joven, con un corte profundo en el corazón. Los ancianos decían que Asq estaba satisfecho y que su furia había disminuido.
Era hora de volver a la normalidad. Hasta el próximo año.
Una semana después del Asqhig, las autoridades dijeron que el niño Baq Inc era un asesino, que había engañado al carcelero para poder escapar y lo había apuñalado con saña. Se iniciaron rigurosas pesquisas que jamás lograron una sola pista del niño. Nunca se presentó algún testigo, no había nada.
Pasaron varios años más. El suceso había quedado como una trágica marca en la vida de Kaspar. Sin embargo, cada 15 de abril se celebraba entusiastamente el Asqhig y al día siguiente el sacrificio de Baqar, con la muerte de un joven de 16 años, electo por los más ancianos.
En el año 8.397 murió el respetado médico del poblado. Entre sus pertenencias hallaron una extraña carta dirigida al "Mundo del futuro", y llevaba la firma de Albert Hill, debajo "CEO de Baq Inc."
La nota expresaba en parte: "Si todo resulta como esperamos, esta carta debería provenir de la mano de un niño varón de alrededor de 16 años de edad. Este es un experimento in vitro realizado en el año 2.351."
"Ideamos una cápsula hermética que vagará por el espacio unos seis mil años, calculamos, para retornar luego al planeta. La nave tiene tecnología para incubar (en el 2.351, con exactitud) y mantener vivo a un ser humano. Una computadora avanzaba coordina desde su interior todas las funciones biológicas, fisiológicas y psicológicas del sujeto, para que su desarrollo sea lo suficientemente normal."
"Quizá este sea nuestro último aporte a la humanidad, como científicos de Baq Inc. Sólo esperamos que nuestros agresivos colegas (rivales) de Asq Inc. no lo descubran."
El resto de la carta estaba redactado en otros cuatro idiomas. Algunas porciones del viejo papel mostraba manchas de sangre. Es un misterio, hasta hoy.

Feliz
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

Feliz. Es el día más feliz de tu vida. Todo te ha salido bien.
Mientras conduces, el cartel amarillo a la altura de tu rostro: "Mantenga distancia", adherido al enorme camión cisterna.
En la radio al locutor se le quiebra la voz al leer los mensajes de los oyentes: "Siempre quise decirte que te amo, lamento que sea en esta situación", "Llamo de Clorinda, mamá llamame, por favor", "Viejo, atendé que te den el vuelto".
Queda un kilómetro nomás, y el ejército revolucionario campesino avanza rumbo a la ciudad. La carretera se embotella.
Los guerrilleros se ríen debajo del pañuelo oscuro que cubre sus rostros.
Luego acribillan el camión cisterna. Y toneladas de petróleo refinado revientan con los balazos.
Mantenga distancia, eh.
Fin al feliz.

PRFRMNC
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

Las palabras son una violencia para mi pequeño mundo dormido. Si la luna roja sobre el pueblo dentro del cementerio de kamikazes. Con sus aviones rasantes cerca de los mosquitos rojos. La etiqueta descolorida al borde de la bolsa negra. O los crímenes en la calle de la morgue, resueltos.

Dark (mirando el mundo desde arriba)
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

El ángel se quita las alas y se acerca al precipicio de líneas.
—He desaparecido —pronuncia en su celda solitaria, encadenado por su sombra triste, muy cerca de sus manos muertas.
Las paredes se esparcen como arena del alrededor invisible. Cuando llega el ojo oscuro y la única luz es la de una luna vacía.

La breve historia de dos jóvenes amigos que descansaban pesadamente en el elevado techo despintado del viejo tanque de agua en las afueras de su pequeño pueblo olvidado y que en una de esas aburridas tardes de un caluroso día domingo de mayo pasado decidieron al cabo divertirse un poco con un nuevo e ingenioso juego al que luego de cinco minutos de escasas ideas y otros tres de acalorada discusión creativa lograron ponerse de acuerdo para llamar a la competencia “Quien Puede Estar De Pie Por Más Tiempo Posible En Medio De Los Rieles Delante De Un Tren Que Se Aproxima A Gran Velocidad”
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

José ganó.



SMO, sí mba’e

(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

Le decían loco y cruzaban hacia el otro lado de la calle.
Pero a Johnny no le importaba, el sabía que estaba en lo cierto aunque nadie le creía. Bueno, estaba loco, pero no siempre lo estuvo. Al menos antes de enrolarse al ejército se lo veía un poco más cuerdo.
Los días de Johnny eran bastantes sencillos. Bien temprano por las mañanas para repartir los diarios, luego ante del mediodía con la venta ambulante de verduras en el viejo carro tirado por un caballo tuerto. Algún partidito por las tardes en la canchita de la esquina y luego a enfilarse hacia el colegio. Así todo. Sin problemas, eso que ya pensaba probar Economía mba'e el año siguiente, puesto que terminaba nomás la secundaria...
Y se vino el maldito llamado. Dos veces por día en la tele, un frío y descolorido aviso en los diarios que repartía, y encima las amenazas de secuestros callejeros. Sí, era hora de enrolarse al ejército. A cumplir el servicio militar.
Qué más, entonces. Pues, a cumplirlo. Hasta aquí todo bien.
El año siguiente Johnny había desaparecido del barrio. Todo ese tiempo cumpliendo honorablemente en "servicio de la patria", como repetía un diputado de dudosa calaña.
Sin embargo, ya cuando las viejas gruñonas, que se gritaban por encima de sus cercos, comenzaban a sospechar que Johnny cayó como tiro al blanco de algún general borracho; apareció un día. Vestido rigurosamente con el uniforme planchado, pelo al ras del cuero cabelludo, con pasos disciplinados. Llevaba la baja en la mano.
Por aquel tiempo el Movimiento de Objeción de Conciencia incrementaba sus protestas a favor de la abolición del Servicio Militar Obligatorio. Y un día después los jovenzuelos, con una horrible pinta a patoteros vagos y a chicos perfumados, terminaban peleados por los soldadillos fanáticos libres. Así y otra vez.
Que llevaban dos semanas desde su "aparición", pero Johnny seguía encajado en el uniforme, casi hablando solo, casi acatando órdenes nunca pronunciadas. Que se había traumado.
Y vivir solo no le ayudaba tanto (¿o sí?), ni mucho menos los vecinos caraduras que vivían aferrados a su clase media. Acabaron los laburos, los estudios y los partidos, sin más.
Johnny se había vuelto andrajoso, desaliñado. Fue por estos días en que las madres del barrio prohibieron a sus hijos acercarse a él. Le decían loco y cruzaban hacia el otro lado de la calle.
Decían más, sin embargo. Decían que su cabeza se había inflamado de voces, específicamente voces militares. Decían que pasaba noches sin poder dormir y que las voces lo desesperaban y gritaba terroríficamente y bla. Y empezaron a creer que el ejército lo había trastornado. Los menos informados asumían que tenía una bala atorada en el cerebro.
En la prensa se debatía la presión del llamado Grupo de Madres, que como tal era un grupo de madres, de madres que por entonces perdieron a sus hijos en situaciones misteriosas, y sus hijos se hallaban cumpliendo ese "deber patrio". Pero sólo recibían miserables ataúdes por parte de las autoridades correspondientes.
Sin embargo, Johnny sólo se reducía a su universo de locura. Incluso habían oído ocasiones en que sus ataques lo hacían conversas supuestamente con el Presidente del país, y ese era el chiste de la tarde en el bar de la esquina.
Bueno, al cabo no era un bar. "Don Zoilo" era la tienda de comestibles del vecindario, que con el tiempo se convirtió en el punto de encuentro para beber cerveza y ver televisión. Sí, un rélax que conglomeraba a los señores de la zona, que en esas horas dejaban sus televisores sintonizados con telenovelas húngaras, y a sus señoras anestesiadas delante de la pantalla color.
Fue en una de esas tardes que Johnny apareció por lo de Don Zoilo. Y los señores, con su ebriedad tempranera aún, dudaban si acusarlo de loco otra vez y echarlo, o escucharlo un rato para divertirse. Decidieron divertirse.
—Mañana comienza la guerra. Así lo ha dispuesto el Presidente, señores —comenzó Johnny, seguido fue rodeado de carcajadas etílicas. Ni ellos en su peor borrachera lo hubieran dicho mejor, mejor de chistoso.
—Es cierto. Pero la única misión de esta guerra es probar el nuevo armamento secreto que ha adquirido el Gobierno recientemente —explicó. Y los señores empezaron a creer que el ejército verdaderamente lo había trastornado.
—El plan se estaba organizando hace semanas, pero recién anoche el Comandante recibió la orden oficial —seguía diciendo tan tranquilamente, mientras sacudía un insecto de las mangas de su uniforme verdoso y maloliente. Los ebrios habían parado de beber para soltar largas carcajadas. Dijeron que el chico estaba loco y siguieron escuchando.
Así fue, y al día siguiente la prensa horrorizaba a la ciudadanía con rumores bélicos. Bueno, sólo Johnny estaba tranquilo. Y los señores salían a la calle a mirarlo de lejos, sin gritarle loco.
La guerra se formalizó. Muy pronto llegó el llamado, más maldito aún, para proteger a la patria.
Al día siguiente los objetores fueron duramente reprimidos por los policías, en su protesta frente a la sede de Gobierno. Era una guerra ridícula (¿cuál no?), pero guerra al fin.
Johnny había decidido no presentarse a pelear. Las voces parecían invadir aún más su cabeza; los vecinos quedaron convencidos de ello luego de verlo en una conflictiva pose de profeta apocalíptico... aunque eso ya era muy exagerado.

De salmones tierra a azules cielo

En el azul de sus ojos por el dolor insoportable de la enfermedad me sumergí para disputar casi desarmado contra el ejército canceroso que rápidamente se apoderaba de los pulmones; sus órganos más sensibles. Aunque podía acariciar algunas fibras de su estómago para provocar una sonrisa desganada de la piel facial que lo abandonaba a medida que pasaban los días, sin que las puntiagudas inyecciones hicieran efecto, el dolor persistía.
Después vendrían las cataratas diarréicas que harían que alquilaran los baños del hospital con sus azulejos salmones tierras invitando a relajar al cuerpo, pues los teóricos de los colores alguna vez dijeron que esos gustos relajaban, igual que el azul de sus ojos por el dolor, pues mis ojos marrones parecían rojos por derramar lágrimas.
Igual que los días de resacas, cuando dominado aún bajo el dulce efecto de los estimulantes empezaba a hablar de la sensibilidad humana, de lo sugerente que eran los cuerpos de las mujeres, que sin importar la carencia o la abundancia de grasas, era siempre potable practicar el ritual del amor para darme cuenta que aún tengo un miembro superior entre mis piernas, especialmente cuando quería ir al baño, o cuando se ponía de pie inconscientemente en los tiempos de la publicidad de afiches eróticos, con féminas exhibiendo magistralmente sus grandes deformaciones pectorales.
Cómo podría olvidar la primera mancha láctea sobre el papel ilustración, después de tanto revoloteo mental. Jugar los campeonatos de salpicadas genitales.
Pero allí seguía, juntando con las pocas neuronas las vivencias de la vida, los importantes momentos que enriquecieron sexualmente nuestras vidas, aquellos a que recurrimos cuando alguien no está o se ha ido para siempre, o nos visita de vez en cuando, cuando un almuerzo inesperado es un motivo de cohesión filial, sin siquiera pensar en el estofado de pollo.
No podía ir a ningún lugar aunque quisiera la conciencia no me habría dejado. Tenía que esperar al relevo. Al sujeto que pasaría por los mismos síntomas que yo, que sin un aliento de alegría, tendría que actuar como payaso para conseguir la mueca de la tarde, el que valdría para toda una noche y para los rebuscados relatos funéreos a los que asistiríamos todos los allegados al difunto.
Era otra pesada cruz que debía cargar como si no hubiera pagado ningún pecado. Soportar el peso de la espera mortal viendo la lucha por la vida a través de esas sonrisas, que un viejo criticó noches antes porque no le dejaban concentrarse para introducir los alimentos por la sonda equívocamente enchufada a la cadera; otro proyecto de cadáver.
Durante unos días duró el escarnio para desgracia de sus familiares y murió en ese lapso convirtiéndose en otro huésped celestial.
Era una mala señal. Razón por la que los últimos días habíamos decidido vivir fríamente de las bufonadas que alguna vez nos mataron de risas y mi compañero se acordó de la teoría de los colores cambiando la pintura de la habitación por tonos vivos. Yo, como no estaba tan convencido con tal teoría, resolví seguir a mi compañero pues el comprometido con la vida era él, no yo. Así, unos días después, los salmones tierra de todo el centro asistencial aparecieron azules cielos como mi amigo deseaba cuando dejó de respirar.

Agustín Duarte (un invitado para

Suelen escupir dentro de las hamburguesas
Suelen escupir dentro de las hamburguesas, eso.

Servicios ejecutivos
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

—Señor Businelli, está aquí Jaqueline.
—Hágala pasar.
Jaqueline sin mediar palabra se dirige al ascensor. Desde el mostrador siguen observando. Se abre la puerta y allí dentro presiona el botón 9. El Hotel Palace es uno de los más distinguidos de la ciudad, y el más caro.
Se detiene ante la puerta 27-B, golpea. Aparece Businelli, calvo, de baja estatura, obeso y con batas puestas.
—¡Oiga! Usted no es Jaqueline.
Y Jacky le abofetea la cara, Businelli cae sobre la alfombra perfumada. Cierra la puerta y propina una potente patada al estómago de Businelli, arrastrándose en dirección al teléfono. Tiene la nariz rota, sangra.

“Jaqueline. Sensual, fina, buena cultura y buena presencia. Ofrece sus servicios de masaje para ejecutivos de alto nivel. Exclusivo en hoteles. Absoluta reserva. Disponible a toda hora.”

Jacky cuelga su saco negro y su sombrero en el perchero. Luego va y empuja con el pie a Businelli, mientras le arranca el teléfono de la mano temblorosa discando cualquier numeración, y suelta el cable telefónica, de un tirón. Arroja el aparato a un rincón, cerca de una bolsa de palos de golf.
Seguido, toma una silla, de esas tan cómodas que hay en el hotel, y la pone en el centro de la sala, una amplia sala repleta de lujosos adornos exóticos y muebles sofisticados. Acomoda a Businelli en la silla y lo ata a ella con sábanas de seda convertidas en sogas. Jacky se saca los lentes negros y los deja sobre un escritorio de superficie vidriosa. Businelli gime apenas en su sitio. Jacky se sirve un trago del champagne frío que encontró en la cabecera de la cama de aire colonial, en el dormitorio en penumbras. Enciende el tocadiscos para hacer sonar alguna calma sinfonía. Se pone los guantes especiales y comienza a pegarle puñetazos al rostro y al estómago del viejo Businelli.
Terminada esa sesión, saca una navaja guardada en sus botas negras y corta las sábanas ensangrentadas. Tumba a Businelli de un empujón rápido, con la silla y todo. Aparta la silla con una patada corta. Businelli parece inconsciente y respira ruidosamente, con problemas. Tose. Sangra.
Jacky encontró un bate de béisbol en el estudio del departamento. Entre dos de los estantes de libros enciclopédicos, debajo de un trofeo y la cabeza disecada de un alce pálido. Cruje los dedos sobre el mango, levanta los brazos. Y batea. Fuertes golpizas caen sobre los brazos y piernas del Doctor Businelli, el millonario, el empresario exitoso del año pasado. Y sus miembros rebotan con cada golpe.
Deja caer el bate a un lado. Jacky trae la cortina de plástico que arrancó de la ducha del baño de cuatro metros cuadrados de grande, decorado con delicados azulejos turcos. Cubre a Businelli con dos vueltas, de la cabeza a las rodillas. Lo lleva al baño.
Allí arroja el bulto en la tina de brillantes bordes plateados. Hace un ruidoso impacto al caer. Jacky abre el grifo y el agua se estanca dentro de la tina. Después Jacky descubre su arma de su chaleco. El arma tiene puesta un silenciador. Apunta sobre la desfigurada forma del cortinado mojado y hace tres disparos. El agua cambia de color, se densa.
Jacky guarda el arma en su chaleco, regresa a la sala, donde toma su navaja de la mesita de cristal y la vuelve a ubicar en sus botas gruesas. Va al dormitorio y coloca una pequeña tarjeta encima de la cama aterciopelada.
“Un ejecutivo alegrado, más”, en letras brillantes y salientes.
Se saca los guantes y los pone en un bolsillo de sus pantalones. En la sala se coloca los lentes negros, se acerca al perchero para ponerse el saco y el sombrero de corte sesentista. Desconecta el tocadiscos. Prueba un último sorbo de la pronunciada copa que emana burbujitas de champagne. Abre la puerta y sale, no sin antes dejar afuera, colgado del picaporte de platino, el cartelito de “No Molestar”. Cierra la puerta. Se va. Se va a otra cita ejecutiva.

El sepulcro del Imperio Vorágine
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

A 15 kilómetros de la playa el muro flota, se hunde y flamea. Nadie ha vuelto allí. Sin vida, kilómetros. De cuando fusilaron a la bestia, con sus pulgas dementes. El muro que se inyecta hasta el cielo; más cinco kilómetros de grosor. Que circunda el territorio muerto, desolado, áspero. Sólo tierra llana con polvo gris soplando entre las paredes del muro. Y la densa niebla de muerte.



El camino de las ánimas

(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

Una noche densa de invierno. Las calles solitarias, abandonadas con sus pálidos faroles. Y el fresco respirando el vacío, las sombras sin formas. El viejo camino de tierra. Ese blanco enfermizo bordeado por hierbas silvestres, cubriendo las veredas descuidadas.
Ese sendero deshabitado, pintado de patios baldíos, por maleza siniestra formando un irregular horizonte borroso. Con los alambrados ocultos, destrozados; sus postes inclinados, amenazados por figuras fantasmagóricas de árboles olvidados. El camino del cementerio.
El cementerio imponente en medio de la espantosa soledad, del silencio demencial. Desdibujado por los lejanos aullidos de perros, de aves nocturnas gimiendo voces difusas, extrañas. La muralla baja del cementerio, llena de humedad verdosa, de manchas imaginarias. Sembrada sobre el corredor de maleza oscura; coronada por oxidadas púas de hierro, de astas góticas. Con sus ladrillos desintegrándose entre el tiempo muerto, desmoronándose casi hacia el este, contagiándose de desolación.
El portón hincado en el suelo, en el barro seco, pero abierto, abierto como un gris mensaje eterno. El paseo central hacia el patio de cruces. A través de las mortuorias edificaciones. Con sus formas mimetizadas, con sus cristales perforados, empolvados. El viento, tan leve, desenredando el fresco puntiagudo. meciendo quedamente la puerta de un panteón desconocido, anónimo, creando un mundo invisible con el chirrido del hierro despintado, desentonado. Formando murmullos lejanos entre las sombras sin formas.
Y en el centro la enorme cruz negra de madera. Brillando en la oscuridad por los destellos temblorosos de la luna llena, infectada por fugaces nubarrones deformados. Entre los huecos hambrientos del cielo que no parece cierto. La cruz negra sobre las demás, rodeada de pequeñas velas apagadas, calcinada por la cera congelada y desorientada por la maleza invasora. Un halo tenebroso.
Con el aliento humeando en la boca, la mirada desconcentrada, el temblor sobre la piel descubierta. Una noche de invierno atrapado en el cementerio de la muerte. Rodeado de una paz infinita, de un temor inexplicable. Contando ovejas para dormirse en el fondo de su propia fosa.

Un mundo carbonizado
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

Soy yo. Estoy enloqueciendo entre el carbón del fin del mundo. Bajo mis pies el planeta se hunde dentro de su propio interior. No estoy solo, quedamos tres en la ciénaga universal. La mujer maravilla y el hombre que me podría asesinar. Sólo quiero irme de aquí.
Dios había bajado entre los hombres como hombre. Él mismo. Pero los hombres lo asesinaron, y Dios, como hombre, murió. Y los hombres se comenzaron a matar. Mientras del aire caían ángeles incendiados. Sus cuerpos con el fuego temblando alrededor, sus alas desgastándose contra la atmósfera. miles de ello muriendo con Dios.
Y el fuego cubrió el planeta y se quemó. Mientras se seguían matando hasta que se mataron todos, menos yo, una mujer y otro hombre.
Las ciudades del mundo decoran el escombro carbonizado. Todo está chamuscado y el humo respira lo poco que queda de oxígeno. Por las mañanas está tan oscuro y el día dura poco, y las cosas están muertas. Ha pasado una semana y los insectos no se pegan a los cadáveres, los insectos han desaparecido. También los hongos de la putrefacción. Todos los bosques pintados de cenizas.
Y el agua con sabor a fuego y un trozo de madera negra para comer. Nadie vive más, sólo tres puntos existenciales en todo el mapa cósmico. Odio haber sobrevivido.
Pienso en todos eso libros escritos, destruidos tan pronto. En tantos avances humanos aplastados por la ignorancia con que enceguese el odio. Todas las armas usadas para aniquilar, pero luego aniquilando todo lo que se ha podido usar. Ya no dependemos de Dios, lo han matado.
Pienso en esos niños en el parque, en ese futuro increíble que hablaban desde antes, pero ahora soy casi el único en saber cuál es la verdad definitiva, y hoy estamos muriendo de hambre.
El fuego aún no se extingue en algunas parte del planeta. Y el carbón está ahogando nuestra piel, mientras el agua salada apuñala el estómago vacío. No creo que sobrevivamos todavía.
Hoy les dije a los otros humanos que partiré hacia un rumbo distinto. He visto en sus ojos el deseo de restaurar a la humanidad, pero siento que los estoy odiando. Sin embargo, esas emociones innatas obligarán al otro hombre a matarme. Pero me iré lejos.
Creo que todo ha terminado, aunque por la tarde vi a unas cucarachas bajo el escombro. Suena horrible, pero la humanidad termina en nosotros y la humanidad destruyó a su Dios. Ya no queda nada. Debo irme ya.
Oigo que viene alguien, seguro es el otro sobreviviente que viene a eliminarme de la historia. Esos estúpidos que quieren reconstruir a la humanidad. No me interesa. Me iré a ver la tumba de Dios, por última vez.

Cerdos, perros, ovejas y ovejas subversivas
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

El asesino se detiene en la esquina, cierra los ojos y aspira el suave aroma a pan fresco, y trata de recordar de no matar al panadero.
Piensa que todos los días comemos cadáveres en el plato, cadáveres asados y salados, carne de animales muertos. Y el buen pan abriga un respiro en esa masacre. Y el buen vino ayuda a digerir el funeral sin culpas. Sí, todo está bien.
Pero está mal.
Por eso debe asesinar -opina él-, para eliminar el odio latente. Bajo la piel no hay piel, el color es igual. La sangre es sangre, y es rojiza. En la mente hay odio, aunque no siempre ha estallado del todo. Pero siempre está pendiente de cualquier falla. El asesino lo sabe y utiliza las armas creadas por el mismo odio para rodearlo donde esté.
Y si alguien se deja llevar por la escalera mecánica es parte del pueblo Oveja, y no merece recibir papel que desperdiciar. Contar hasta tres y sentir su propia sangre en la piel.
Hasta aquí todo bien.
Mientras el hombre extraño cae piso tras piso, la azotea arriba, al lado del despegue, y el aterrizaje abajo, muy cerca del asesino. Todo bien y el color no combina con los zapatos.
Siempre lo supo. Si los perros uniformados escaparán de su prisión de jerarquías ya estarían en el lado opuesto, el de las ovejas subversivas empujando la línea de distensión hacia el rostro relleno, suave y sonrosado de los cerdos que no pueden moverse de su mesa que es un banquete infinito. Pero si todos fueran huelguistas no habría a quien recriminar. Tal vez.

Los dos jinetes restantes
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

El pequeño pastor de ovejas no lo podía creer, ni mucho menos entender. Había caído en una profunda cueva oculta, mientras dirigía a su rebaño a pastar. En la caída fue deslizándose por unas paredes inclinadas, por lo que apenas sintió rasguños. Allí estaba, iluminado por una cuerda de día, a 40 metros bajo la superficie, rodeado de cavernas que conducían todas a una oscuridad congelada.
Pero encontró unas cinco o seis ánforas de barro, semi enterradas en la arena, bien tapadas con gruesos broches de lacra. Rompió una y al instante tosió por el fino polvo liberado de su interior. Había un rollo de papiro, con escasas huellas de desintegración. Al girar el rollo empezó a ver unas brillantes letras oscuras, escritas cuidadosamente ya que mostraba exagerados detalles en la caligrafía. El niño leyó en voz alta el título:
“Apocalipsis. Capítulo 6 - continuación”
Y siguió:
“El quinto jinete bajó del cielo. Su caballo tenía el color del polvo reposado mucho tiempo, más su carne parecía desgarrada, con sus huesos amarillos casi visibles. Y la voz exclamó: aniquila a la Iglesia sentada sobre la Tierra, su camino está lejos y sus pecados son grandes. Entonces al jinete le fue dada una espada de doble filo de oro refinado, cuyo mango llevaba incrustaciones de esmeraldas y rubíes. El jinete estaba cubierto de un vendaje ennegrecido y cubierto de moho verdoso, hasta la cabeza. Sólo la vista parecía abierta.
Enseguida, el quinto jinete asoló el enorme patio del Santuario y luchó contra los templarios que lo protegían de día y noche. Nadie detenía el paso de su caballo muerto, y su espada mataba a los soldados leales a la iglesia, más su filo no se manchaba de sangre. Llego al trono del Sumo Sacerdote, quien estaba rodeado de amuletos inmundos. El jinete decapitó al Sacerdote, luego cubrió la ciudad del Santuario con una densa niebla que quemaba los ojos de quienes intentarán entrar en ella.
La voz volvió a decir: Ven y mira. Miré y vi a un sexto jinete, con una figura repugnante y a la vez muy resplandeciente. Su caballo parecía quemado con azufre, y el olor era insoportable, muy nauseabundo. Fue cuando lloré y pedí a los seres vivientes que me libraran de su ira. La tercera voz me dijo: calma, hijo, este enviado acabará con la hipocresía y la soberbia del poder, con todos los gobernantes embriagados de su propio reinado.
El sexto jinete cabalgó en medio de la casa blanca cubierta de plata en derredor. Aplastó todas las armas con sus manos y subyugó a los reyes y gobernantes de la Tierra. Entonces los encerró en una vasija de oro cargada con el fuego eterno. Ellos proferían llantos, pero el fuego los consumía.
Se me acercó el primer ser viviente y me ordenó: escribe estas palabras para la revelación de los hombres antes de su inminente destrucción por causa de sus ofensas. Todo sucederá como has visto y ninguna letra menos podrá evitarlo. Porque está marcado que el fin de los tiempos suceda pronto, en el día séptimo del primer mes de las cosechas, del año de e...”
Allí se cortó la lectura porque un cabrito perdido cayó por accidente en la fosa, siguió el rumbo obligado de la luz para caer cobre la cabeza del pastorcito. Allí quedó inconsciente sobre la arena, mientras el animal, lastimado, llantaba muy cerca. Luego devoró los rollos de papiro.

Un cerrista en Graderías Sur. Olimpia pierde
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

El clásico, al fin. Y otra vez. Cerro Porteño y Olimpia, en milésimas de finales. Pero cada final tiene su propio aire. Como también el aire que no se respiró en algún clásico del pasado. Es domingo, y es la hora. Arranca el partido, son las 19. El estadio como olla a presión a punto de estallar. El papel sin escribir al aire, en picadas congeladas, las explosiones en pleno vuelo, y en el suelo, AM a todo volumen y la gran bandera decapitando a medio mundo. Nublando. Creciendo con cuerpo tembloroso, agitado.
Los comandos taladrando la cerca, un locutor de radio a 120 km/h, los técnicos se estrechan la mano, la hinchada con estrofas de batalla, y la policía en el centro del límite. Cerro Porteño y Olimpia.
Se pita la vida, los arqueros levantan la mano desde sus porterías, el balón gira y se escapa de los pies de cuero. Blanco y negro, rojo y azul. El clásico es un virus en la mente del estadio, caliente. Norte y Sur.
Sólo graderías, sólo eso. El banderín de línea zurdo, la chipa con aroma a chispazos y los suplentes se rascan detrás de la oreja. El patrocinador se esconde en la inconsciencia y el marcador se reitera en el tablero de electrones. Los clubes impactan, las camisetas se atropellan, ganan, pierden.
Un gol y la red arranca el césped. El festejo, el júbilo. El estallido masivo. Un goleador despegando. Y el arquero quejándose fríamente mientras es rodeado por las redes. La balanza se inclina, el Norte se eleva sobre el Sur. Los tambores redoblan y la media cancha se llena. Media hora se agota. Y llueven más gritos, de guerra, de goles, de rostros sin espejos, alegres, insatisfechos. Cerro 3-1 Olimpia.
Y los 40’. La gente afuera, con el panchero radial. Más policías, el verdugo, la víctima. El sacrificio.
Otro sacrificio. Otro clásico. Sin boletería.
Desapercibido. La policía lleva un preso al estadio, al altar. El preso, de mala suerte. Sorteado. Otro más, así. Las manos atadas contra la espalda, apretujadas. Y la camiseta apretujada, al cuerpo. Inmóvil. Los ojos vendados, muy fuerte. Y el pañuelo en la frente, como corona de espinas. Y la bandera en la mano artificial.
El guardia da la orden y se abre el portón. En el Sur. En Olimpia. El preso en Olimpia, en el Sur. Como pájaro pintado. Disfrazado de cerrista en medio de olimpistas en pleno proceso frustrativo. Olimpia pierde. El preso está ciego y el portón ya está cerrado otra vez.
Lo escupen, lo patean, lo abofetean. Cae contra gramos de concreto. Lo linchan. Sangra, sin saberlo. Grita, pero a él lo gritan más fuerte. Una escena de rapiña feroz. Cerro festeja, en el Norte. Y el fútbol en la cancha, un córner. Un cerrista en falsete. Uno contra el Sur. Una botella a la cabeza. Más patadas. Dolor. Y no escapa. No puede escapar. Corre abajo y el golpe con los bordes. Sólo graderías. Y su azul se pone rojo, y el rojo más rojo. La policía detrás del portón, mirando el juego. El Comando captura al intruso, la presa. Lo elevan, lo llevan. Sube, sube. Los reflectores, los nidos de pájaros y banderas. pintados. Es preso. otro más. Llora, y agoniza.
Nadie lo escucha. Nadie le pregunta si es cerrista. Lo es, de color. Llega a la cumbre. Un puñal en la pierna. El descuento del primer tiempo. El marcador mascando goma. Olimpia tiene circo este año, en este clásico. Pero pierde. Cerro perdía hace un año, pero había circo, en el Norte. Mala suerte, el cerrista, el preso, resbala al borde del estadio. Cae, vuela. No es goleador. Es la ofrenda. Se rompe la cara en la vereda, muere. Y el panchero se asusta, y la gente se acerca. Arriba, el Comando observa. Adentro se termina el tiempo. Cerro 3-2 Olimpia.
La ambulancia estaba esperando. Gana Cerro. Se gana un espacio en la penitenciaría. En secreto.
Queda el segundo tiempo. Es la final del año, el clásico. Quedan miles de clásicos.
Olimpia-Cerro Porteño.
Cerro Porteño-Olimpia.
El preso era de Guaraní.

El Cerrador
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

Te preguntas quién camina a tu lado en tus sueños. no sueñes. Abre los ojos después de medianoche y vigila tu cama flotando a diez mil metros de altura. ¿Le temes a las alturas? Y la ventisca que te baña de frío. Tu rostro adquiriendo formas entre las nubes en fuga. Cuando se voltea el lecho para que cuelgues de tu brazo débil, de una pata frágil de la cama. Mientras cae tu almohada en la profundidad del territorio desaparecer. Con las sábanas vistiendo a fantasmas desfigurados en vuelo desenfrenado hacia la nebulosa atmosférica. caes.
Con el grito anudando tus manos a la espalda, la mirada apuñalando la caída oscura. El pulso acelerado estropeando los pensamientos retrospectivos. Más allá de la sombra carnívora, de los dientes que arrancan ectoplasma, estabas allí.
Vigila tu cama que el cerrador ha desconectado a la ciudad de lamparillas. Que se ha saciado de pesadillas entre los excursionistas. Que quien sobreviva lo mecerá en su lecho de carcajadas siniestras. Las ideas clavadas en el lado derecho del cerebro desactivado. Con sus manos tejiendo un infierno dentro de la mente dormida, tu lugar encerrado.
He despertado a la noche equivocada todavía. El Cerrador hincado en la pared, al lado de la cama. Mirando con su rostro vegetativo, siendo un espectro inconsciente, esa oscuridad derretida. Que extiende la mano para segar la pesadilla brillante. Ese sueño detrás de los ojos, esa sensación de cruzar al hemisferio sepultado. La escalera secreta a la Luz, debajo de lápidas nerviosas amontonadas.
El Cerrador ya asoma en la ventana para saltar a otro callejón de sanguijuelas oníricas. Seguro sonríe al extender los brazos sobre el viento de la noche. Sabe que cuando mueras no verás la Luz que se te ha dado. La luz que te ha robado. Quedarás atrapado en tu túnel cerrado. En tu túnel frío, oscuro y cerrado.

El viento en su lugar
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

No debería escribir esto, repite el olvido en su lugar.
Tampoco podría llegar a tu puerta, la tormenta golpea las ventanas.
Mientras tu nombre es arrancado de los poemas de zinc.
No debería sentirme bien. No sería suficiente ser bueno.
Casi devuelves los recuerdos a su lugar.
Sería más fácil si el viento no se llevara nuestras sombras.
Hoy es fácil recordar que pudimos ser los mismos. No lo es.

ERROR

Leviatán
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

Anoche Don Pablino comentó que vio una extraña sombra poco antes de la desaparición de Joel, el repartidor de soda. Esta mañana Don Pablino también había desaparecido. Su vecino, el mecánico, dijo que era de madrugada, que fue al fondo de su patio, al baño. Dijo que vio algo extraño entre el cielo nublado y un grito desgarrado, solitario. Cerca del mediodía el mecánico había desaparecido.
Escuché que Florencio había despedido a su primo frente a su casa, en las afueras del pueblo. Ayer al mediodía. Escuché que cuando entraba a su casa había girado y su primo ya había desaparecido. Sin embargo, todos sabemos que frente a la casa de Florencio hay una pradera enorme y llana, y que su primo jamás podría correr doscientos metros en un segundo, para ocultarse tras el árbol más cercano. Florencio desapareció unas horas antes de Joel.
Nadie está seguro de qué sucede con las desapariciones. Ya estamos pocos.
Hace cinco minutos el jardinero, el gordo de Octaciano, me contaba el caso del mecánico. Luego llegó el policía nuevo, Federico de Chaco’í, confirmaba que Octaciano había salido de casa y, sin alcanzar la calle siquiera, había desaparecido.
Desde hace tres días Federico realiza guardia frente a casa. Pero eso no ha servido. Ayer se llevaron a Don Pablino, quien vive en frente. Mientras que mi tío Florencio parece haber abandonado su granja.
Mi abuelo llegó esta mañana a casa. Después de escuchar a Octaciano me dijo que había un aleteo extraño en una ventana. Pero no le hice caso, porque el policía estaba golpeando la puerta. Poco después de oír las noticias de Federico, mi abuelo había desaparecido.
Enseguida miré por la ventana de enfrente y el policía ya no estaba. Había desaparecido.
Yo todavía no he visto ni escuchado nada extraño.

” 1999 cmg, o sea copyrigh y esas pelotudeces
las ideas, textos, títulos, diagramación, enfoques, tendencias, dibujos y apologías: de cmg; excepto dibujos de páginas 25 y 56 de felipe vallejos; y pág. 83, de alicia giménez. escritores invitados: agustín duarte (pág. 60) y cmg. ¿quién es isidro fernández, entonces?
dedicado a alguien.

La cazadora de ambulancias
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

La venida Eusebio Ayala a las seis y media de la tarde.
“¡Abran paso por favor!”
¡¡¡Iuíuíuíuíuíuíuíuíuíuíuíuíuíuíuíuíuíuíuíuíuíuíuí!!!
Es la ambulancia, rebasando el límite de velocidad, cruzando el semáforo con luz roja, yendo de contramano, doblando a la izquierda, adelantándose son encender sus señaleros.
Y la Marutti púrpura persiguiéndola. Es el tablero de radar que indica su posición satelital.
Es el tablero electrónico que lanza un par de misiles. Uno que da contra la Línea 26 recién descompuesta, otro que desintegra la estatua del General San Martín.
Es el botón de la izquierda, el que prepara la ametralladora por un compartimiento encima del paragolpes. Así, para acribillar a la presa, que pierde el control y se estrella en la cuneta, a la altura del Hipódromo.
Es otro punto a favor, para colgar sobre la chimenea, con una pequeña etiqueta dorada.
Pero otro punto es el que parpadea en el radar, ahora.

La carta de suspenso
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

Tengo una amiga de Paraguay que me ha escrito una carta. Dentro del sobre habían dos monedas nuevas, cinco estampillas para mi colección y su nota en una sola hoja de oficio. En la cabecera se indicaba viernes, nada más. Comparé con otras cartas anteriores de ella, no sé por qué lo hice, pero noté algo extraño en su forma de escribir.
Aparté la vieja carta para revisar el resto de la correspondencia, tenía otros seis sobres a mi nombre.
Al cabo, entre los papeles, monedas, las estampillas, revistas y otras cosas que me enviaron, me re encontré con la carta de mi amiga paraguaya, debajo de todo, sobre el vidrio del escritorio. Aún notaba su tenebrosa letras, ni siquiera aparecía el saludo inicial de cortesía como es costumbre.
Decía: no sé qué ocurrió realmente. Estoy confundida y tengo mucho miedo. Es muy tarde, no me animo a acercarme a la ventana, estoy sola en la habitación. hay demasiado silencio. Cada tanto miro alrededor, está oscuro afuera. Aquí hay poca luz, para que no vean desde la calle. Anoche me llamó mi primo, él tiene teléfono inalámbrico. no me dijo nada claro, se oía muy perturbado, mucho. No creo que sea soportable lo que sea que haya visto. Su voz se quebraba, no sabía qué decir.
(aquí se notaba una pausa, su letra era más tenebrosa)
Estoy preocupada. No puedo salir, tampoco llamar a nadie, porque me oirían. Estoy escribiéndote para ver si luego me duermo de cansancio. El día fue extraño. Me pareció escuchar a alguien. Creo que son autos que pasan, o se quedan. No sé. Pienso en mi primo. La policía ya debió haberlo reportado desaparecido esta mañana, supongo. No habrán encontrado ninguna pista, quizá. Tengo miedo.
Él me llamó, no dijo de dónde. Sólo pude entender que entró a uno de esos baños portátiles. Sí, son esas cajas azules, hay algunas en plazas, gasolineras y en mercados públicos. No me gustan. Era tan tarde como hoy. El sonaba aterrorizado, decía que unos perros rodeaban la caja donde estaba. No los pudo ver, pero habían gruñidos. Acercó el tubo a la puerta trancada y me parecieron gruñidos. Parecía una jauría belicosa, salvaje.
Mi primo sentía que olfateaban cerca de la puerta. Enseguida oía sus gritos desesperados, jamás creí que lo oiría así, pero anoche fue. Él me relataba todo, como podía. Se oían golpes de fondo. Me dijo que la caja se estaba tambaleando. Habían gruñidos. El gemía y yo me moría de nerviosidad. No entendía bien lo que le sucedía. No sabía cómo reaccionar.
(otra pausa, se notaba por la forma de la escritura, parecía que presionaba el lápiz con fuerza, rabia)
Luego sonó un golpe fuerte, algo que fluía también. Los desechos contenidos en la caja volcada. Los gruñidos demenciales y mi primo que ya no hablaba. Me quedé tiesa, perturbada. Escuchaba todos esos ruidos horribles, hasta que dos horas después se acabaron las baterías de su teléfono. Yo no estaba consciente de la realidad, me parecía una pesadilla. no sé. Ahora estoy sola y tengo miedo. En realidad, siempre vivía sola, pero no tenía tanto miedo. Siento que estés tan lejos, no hay nadie que me ayude. Escucho cosas afuera y aún falta tanto para el día. Debo apagar la lámpara; tengo una pequeña lámpara. Te escribo oculta detrás del sofá, en el suelo. Pondré una monedas en tu sobre y lo dejaré bajo la puerta, para que el cartero que viene temprano la envíe. Ahora debo despedirme, debo hacer mucho silencio o me descubrirán.
Eso fue todo. Después la escribí tres veces pero nunca me respondió. Las dos últimas cartas me fueron devueltas tal como las envié, por no encontrarse el destinatario. Mientras escribo estas líneas estoy escuchando un golpe en la puerta, pero es muy tarde, no sé quién será. Te envió unos billetes devaluados en 1967. Ya debo despedirme. Espero tu respuesta muy pronto.
Saludos,
Thomas Jefercovsky, Ucrania

Razones para concursar
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

Todos los altos ejecutivos -con traje, corbata, lentes y maletín- están convocados para la macabra maratón por el bosque donde nos disfrazamos de árboles. Suerte.



Mar hacia el fin del mar

(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

Primero fue en Papua Nueva Guinea, luego cerca de las costas de Tasmania. Pasó un tiempo y sucedió en Islas Galápagos. Ahora se espera más.
En principio se creía que era algún ensayo nuclear secreto. Sin embargo, las explosiones eran perfectamente dirigidas contra sus objetivos, y muchos isleños fueron abrasados por los ataques marinos. Los destrozos eran muy calamitosos.
En aguas de Panamá un barco se hundió por un reciente estallido originado del fondo del mar. Nada. Nadie sabía qué. Ni los submarinos federales espías.
Dos días después las costas de California, Japón, Australia, Corea y Chile fueron arrasadas por una descarga destructiva jamás vista en las guerras marinas.
Tres pescadores neozelandeses lograron sobrevivir a la lluvia de meteoros que arrancaban desde el océano oscurecido.
Uno creyó ver crestas puntiagudas emergidas sobre la superficie del agua. Su compañero, que tenía una profunda quemadura en la espalda, sospecha que los misiles se disparaban de tanques.
Se formó una Guardia Costera Internacional para investigar la causa de la extraña hostilidad acuática. Unas semanas después la base instalada en una isla artificial, cerca de Samoa Occidental recibió un pedido de auxilio de una barcaza pesquera. Enseguida partió un buque rastreador a su rumbo.
—Atención, Base Dauk, Patrulla Kimera pide coordenadas de SOS.
—Lo captamos, Capitán Orson, su posición actual es correcta.
—Aquí no hay ninguna barcaza a la vista. Sólo aguas calmas.
El buque rastreador detuvo sus máquinas. Sobre cubierta unos marines inspeccionaban el área con largavistas. Nada anormal.
Instantes después empezaron a sorprenderse de un ruido que aumentaba. En dirección a la proa alguien apuntó a unos remolinos que se formaron rápidamente.
La barcaza apareció. Flotó de debajo del mar, cosa poco común, ya que la mayoría de las embarcaciones hundidas caen al fondo. El agua corría por las paredes del pequeño navío.
La Patrulla Kimera intentó comunicarse con el pesquero, pero fue inútil. Entonces se envió un bote para abordarlo. Estaban separados por unos cien metros. Cuando cruzaron esa distancia, el Capitán Orson y otros tres de sus hombres vieron mucha tranquilidad y silencio de posible origen del llamado de socorro.
En la barcaza encontraron todos los objetos en su lugar, ordenados. Nada estaba caído ni roto. No había rastros de ningún tipo de violencia, como tampoco de vida humana. Curiosamente en la cocina había café todavía humeando de tibieza.
Desde la Patrulla podía verse a uno de los marines en el barco fantasma, saludando con una mano alzada. El marinero y todo lo que estaba cerca de éste se hicieron mil pedazos con un estruendoso golpe de fuego. Habían montones de trozos esparcidos sobre el agua, mientras la estructura central iba cayendo con el humo encima.
—¡Alerta, Base, alerta! ¡Por favor, responda!
—¿Qué sucede Patrulla?
—¡Envíen refuerzos, envíen refuerzos! ¡Hemos sido atacados!
—¿Qué ocurrió con el Capitán Orson?
—¡Fue aniquilado junto a otros marines! ¡Auxilio, estamos siendo... zmd$%&jfmvkl#*#7jxmf!
—¿Sí? Responda Patrulla.
—...
—¡Patrulla Kimera, responda!
—...
—Perdimos comunicación... Atención patrullas Omega, Tucan y Queen, por su proximidad en la zona, verifiquen la situación del Kimera.
—Bien captado, Base —contestó el Queen.
Unos minutos después.
—Base, aquí Queen, necesitamos la posición anterior del Quimera, estamos en la zona, pero el radar no registra ninguna presencia.
—Queen, habla Base, es extraño, pero se encuentran en el sitio exacto de donde recibimos la última señal.
—Aquí no hay nada anormal. Reitero, nada a-ah... ¡‡8fmΩ#çrjf3dk!
—Queen, ¡Queen!¡¿Qué sucede?! ¡Responda, Queen!
—Aquí Omega, estamos a dos minutos del rescate. Captamos unas columnas de humo y agua en la posición del Queen; vamos a prisa.
—Tenga cuidado, Omega; reporte lo que vea. Le sugerimos que se aleje del área.
En ese instante la patrulla ya estaba cerca del sitio conflictivo. Los marineros estaban temerosos, el equipo de navegación y de comunicación falló por completo, mientras las aguas estaban cubiertas de pedazos de cosas y pequeñas bolas de fuego flotaban zarandeados por un oleaje silencioso. No había ningún sobreviviente.
El Omega también desapareció. Luego un avión de rescates sobrevoló el lugar y reportó que no había quedado nada. Las embarcaciones se hundieron íntegramente. Pero, por la circunstancia, la GCI no podía arriesgar el envío de más equipos, y no contaba con submarinos disponibles.
De ello pasó un tiempo. Varias veces se notificaron de desapariciones de distintas embarcaciones en cualquier mar del planeta. Los escasos sobrevivientes hablaban de cosas que se movían muy rápido y lanzaban fuego. Por las noches, muchos puertos habían sido afectados por extraños ataques. Pero se desconocía la causa. Cierta vez unos científicos rusos indicaron que sus satélites que utilizaban para investigar aves migratorias, mostraron un grupo de sombras desconocidas que “descansaban” en el fondo del Mar de Barents. El Gobierno dijo que eran ballenas.
Distintas historias surgieron al respecto. Las más populares eran la que decía que el intruso era un gigantesco dragón marino, que buscaba a su cría atrapada en el lago Ness; otros hablaban de un grupo de piratas-terroristas armados con tecnología de avanzada y material nuclear, con base en una antiguo ciudad en medio del océano.
Y los más eruditos apoyaban la teoría de que las placas tectónicas de la Tierra estaban en intensa actividad, y dejaban grietas que permitía el contacto de las aguas con el ardiente núcleo, lo que ocasionaba explosiones volcánicas que “ablandaban” el líquido y así era fácil hundirse en él.
Esta última creencia estuvo más cerca. Apenas pasaron 29 años y los mares estaban secándose. Alrededor del mundo la temperatura líquida subió diez a quince grados y la evaporación era impetuosa.
Los tres grandes océanos se redujeron al tamaño de mares, y los mares a lagos. Extensos espacios de tierra seca fueron descubiertos. Los puertos tuvieron que trasladarse permanentemente, mientras miles de barcos se inutilizaron, tanto por quedar varados en desiertos así como por el hecho que el tránsito terrestre ya era posible entre los continentes que antes no se tocaban en los mapas.
Millares de seres acuáticos perecieron, se descubrieron exóticas nuevas especies, pero muertas; algunas islas se transformaron en elevados montañas; había una cerca de Hawai que superaba la altura del Everets. Diversos objetos, sobretodo barcos, perdidos en las anteriores profundidas lograron recuperarse; incluso los restos del famoso Titanic pudieron llevarse finalmente a un museo, hoy muy visitado.
Cierto día un pescador (que ya no cumplía con la profesión) encontró en unos charcos barrientos unas extrañas bestias enormes que agonizaban por la sequía. Las formas trataban de moverse pero no podían, intentaban atacar pero tampoco podían. Allí se supo que eran esas cosas las que habían acosado tanto tiempo los mares.
Se averiguó que eran tanques viejos de la Segunda Guerra Mundial. La explicación era una incomprensible simbiosis entre esa maquinaria, arrojada cerca de corales en el Pacífico en los sesenta, y una especie de algas tóxicas. Esa nueva forma podía “nadar” con dependencia propia y atacar con una mucosa explosiva que segregaba la parte vegetal.
Esa misma tarde las bestias fueron incendiadas con doce mil litros gasolina. Los científicos llegaron a tiempo pero sólo para recoger a un especimen para su investigación.

A veces todos enloquecemos algo
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

Ellos nunca me creerán. No. Ya les dije todo lo que sabía, varias veces, pero la policía insiste en que, al cabo, me declare culpable y así puedan cerrar el caso rápidamente. Ya han pasado tantos años y todavía debo reiterarles mis ideas. ¿Cuándo saldré de aquí? Sabes, ese día volvía a casa como todos los días. Todo había sido tan extenuante y agitado, ese día. Recuerdo todavía que por la mañana había despertado y que media hora después ya estaba sentado frente al escritorio, trabajando.
Y todo pasó tan rápido. Cuando ya estaba oscureciendo llegué a casa y encontré la llave escondida en el mismo lugar de siempre. Pero todo seguía tan normal. Aunque todas las luces estaban encendidas y las ventanas cerradas por las gruesas cortinas. Además estaba elevado el volumen del televisor y de la radio, en habitaciones separadas. Eso era todo, Pero no recuerdo haber visto a nadie.
Me saqué la corbata y los zapatos y me dormí inmediatamente por el cansancio que tenía. Entonces creí haber visto algo de humo en el umbral de mi habitación. Pero me dormí profundamente.
Hasta que un ruido se hizo insoportable, intolerable. Me levanté torpemente y la habitación estaba completamente oscura, mientras que en la de al lado se veía más iluminada que de costumbre; la puerta estaba abierta.
Cuando miré por la ventana vi que aún era de noche, y habrá sido muy tarde.
Otra vez el ruido, como un golpe mezclado con un chirrido, muy leve, desde la cocina
Quizá haya llamado a alguien, pero ahí no estaba nadie. Todavía no sospechaba nada.
Entré a la cocina, la puerta de la heladera estaba abierta y la heladera estaba vacía. Todo estaba sobre una mesa cercana, pero no tenía hambre.
Escuché un golpe a mis espaldas, giré y vi que mi habitación estaba con la luz encendida. Afuera de casa todo seguía oscuro y silencioso, era tan tarde y hacía frío.
Volví a mi habitación, tampoco vi a nadie allí. De nuevo ese ruido que se escuchó más insoportable que nunca. Pensaba en ir corriendo rápidamente a observar dentro de la cocina, para atrapar a quien profería el ruido, pero entonces sentí un fuerte golpe en la nuca y caí en inconsciencia. No sé qué pasó entonces.
Cuando me despertaron había policías por todas parte. Ya era de día, otra vez. Ya era bastante tarde esa mañana. Ese día falte al trabajo por primera vez.
Vi que las paredes de la casa estaban pintadas por una ancha e imperfecta línea horizontal roja que parecía de sangre, aunque no recuerdo haber visto manchas del mismo líquido esparcido por el suelo. Después confirmaron que no era sangre humana y que no podían saber de qué era.
Ya era de día y yo tenía la corbata y los zapatos puestos. Mis zapatos tenían mucho barro y encontraron muestras de la misma sangre, mezclada con el barro. Entonces les conté el relato por primera vez. No me creyeron. Recién en ese momento supe que estaba solo y que mis padres y hermanos habían desaparecido misteriosamente de la casa, sin dejar ningún rastro, hasta hoy.
Cuando me sacaron de la habitación vi que todos los muebles estaban revueltos y sólo el televisor permanecía en su lugar, encendido y sin sintonizar ningún canal. Por el olor supe que la cocina se había incendiado. Aunque nadie pudo afirmar que allí hubo fuego y humo reales.
Más tarde me dijeron que la policía llegó a mi casa porque fueron llamados por unos vecinos que habían oído disparos durante el amanecer, pero tampoco encontraron pruebas de ello.
Cuando llegaron la puerta estaba abierta, todo a oscuras.
Pero hasta ahora nadie sabe realmente qué sucedió. No hay testigos de nada. Yo tampoco sé que sucedió. Sólo aseguran que mis familiares no están en ningún lugar.
Eso es todo. Pero la policía insiste en incriminarme, pero tampoco hallaron huellas digitales en la casa que comprueben algo. Estoy cansado y esta historia me puede enloquecer. No sé cuánto tiempo más debo permanecer aquí, quizá pasen otros años más. Me voy a dormir. Lo único que sé es que la policía no me cree. Yo creo que nunca lo hará.

Guía escolar de tránsito
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

estaba cayendo, la tierra venía directo en contra, las alas no respondían, las nubes ya no, ese zumbido que burbujeaba al cerebro, los pies congelados, corres, corría, corrías, pero no avanzabas, lento ibas, atrás el sarambí, esa distancia tan inútil, qué inútil, te/me sentía/s sobre la línea cortada con carros rodeada, tarde ese viento, después se sumió en un silencio desgarrador, puro, y después se escuchó la explosión que crecía hacia todos lados levantando, casi devorando, las cosas a su paso, que avanzaba muy rápido.

Los sobrevivientes
(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

Karau y Chovy abandonaron la montaña en busca de agua. Era la peor sequía en años que afectaba a la aldea oculta en lo alto de las montañas, en medio del pantano.
Ya eran escasas las nubes que rodeaban esa planicie, la bruma se dispersaba, por lo que el sol emergía cada vez con más estocadas puntiagudas y estaba causando enfermedades en la piel del pueblo nativo.
El agua estaba escaseando. El viejo y profundo pozo natural era apenas un depósito de rocas y arena. Los cultivos se estaban marchitando, era terrible. Todos esos rostros llenos de hambre. Todos esos cadáveres que el dios Aká no permitía que fueran alejados de las chozas. La hediondez cubría el aire, mientras que aparecían insectos nunca antes vistos, como moscas y gusanos.
Finalmente el Ruvicha de la tribu permitió que dos hombres abandonaran por primera vez en siglos las montañas para ir en busca de agua y alimentos. Nadie podía salir de aquella aldea sin la bendición de Aká, porque afuera nadie sabía qué sucedía, algunas noches se oían horribles ruidos en la lejanía de las tierras bajas, y sería muy fácil morir.
Según la milenaria leyenda oral, cuando el maligno sol no existía siquiera, el Ruvicha de la tribu también había permitido la salida de un grupo de hombres para conseguir nuevas formas de alimentos, bajo bendición de Aká. Pero sólo retornaron dos con vida, y por el camino uno de ellos decidió no subirse a las montañas, por lo que Aká había castigado a la aldea con una estrella ardiente que quemaba la piel y secaba los ojos. Tres generaciones después el Ruvicha había conseguido el perdón de Aká mediante rituales de sacrificios y por eso las montañas fueron rodeadas de nubes protectoras.
Karau y Chovy fueron escogidos por el Ruvicha, ellos se habían despedido de sus esposas y de sus hijos, y del pueblo que los miraba con pocas esperanzas de verlos regresar, de sobrevivir. No se dijeron nada, simplemente partieron, después del ritual de bendición a Aká. Ellos sabían que era demasiado peligroso y que no deberían atraer la furia de Aká, porque su aldea sufriría un castigo peor.
Tres días después los dos hombres habían logrado salir de las montañas, muy agotados. El frío en algunos momentos había sido tan cruel. Hubieron fuertes vientos que podían arrastrarlos al precipicio. La respiración se hacía difícil, podrían morir en un breve instante. Sólo podían refugiarse entre las rocas afiladas. No habían podido dormir en ese tiempo y tampoco llevaban alimento, no había. Siquiera se habían hablado, sólo bajaban entre las frías rocas, que les dejaban profundos y sangrantes rasguños, pero la sangre se congelaba fuera de las venas, que resaltaban en la piel amoratada.
Finalmente pisaron las prohibidas tierras bajas. Se miraron y elevaron un rezo silencioso a Aká. Sus piernas y labios temblaban. Temían que vaya a aparecer Aká y los desgarrara con sus dientes enormes. Nadie podía ver a Aká.
Según la leyenda milenaria, las tierras bajas estaban cubiertas de bestias tenebrosas y gigantes, con sus pieles duras como rocas, con filosas garras y dientes. Bestias muy salvajes que aparecían del aire, de lo profundo de la tierra, del silencio. Fue por eso que la aldea se había refugiado en las montañas, en tiempos en que Aká todavía caminaba entre los hombres y había elevado las rocas hasta los cielos para proteger a sus ancestros del fuego y de las bestias.
Karau y Chovy fueron caminando en medio del pantano. Ahora sus pies se hundían hasta las rodillas en el lodo denso, por la poca humedad. Había una bruma oscura que no permitía suficiente luz. Habían árboles muertos, con sus ramas secas trenzadas. Y el silencio, había un extraño silencio. Sólo se escuchaban sus esfuerzos por avanzar a través de pesado lodazal. Chovy había tratado de comer un poco de lodo, el hambre crecía. Pero apenas el bocado tocó su estómago, se convulsionó y lo escupió tosiendo.
Por la tarde alcanzaron una porción de suelo áspero. Era el mismo lodazal, pero seco. La tierra se agrietaba en innumerables cicatrices, con bordes puntiagudos. Había un viento frío que estaba arrancando partículas del suelo. El camino parecía no tener fin. Era un ambiente sombrío, desolador. Pero no habían bestias, como esperaban.
Poco después el viento había crecido y su furia era tremenda. La arena castigaba sus rostros, brazos y piernas. Eran golpes de frío. Varios árboles marchitos se quebraban y caían estruendósamente. El lodo que cubría sus piernas se había endurecido, era dificil caminar por causa de la extraordinaria presión del viento. Ambos se agazaparon cerca de un tronco caído.
Hacían cuatro días de su partida, la piel estaba cubierta de rasguños y polvo. La boca estaba casi seca y los ojos rodeados de costras irritantes. No se podía ver el horizonte, una bruma oscura y rojiza lo cubría. La cumbre de las montañas no era visible. El paisaje era el infierno que hablaba la leyenda, el sitio de castigos para quienes no obedecían a Aká.
Karau y Chovy seguían sin hablarse. A pesar de la calamitosa situación, ya casi salían del entorno hermético del pantano. De pronto el suelo áspero era ya sólo rocas y arena fría. Se veía una extensión infinita de desierto y con el viento arrastrando paredes de arena fina. Sólo se oía al viento chocar con el viento.
Ese día caminaron mucho. Detrás sus huellas sobre la arena pronto eran borradas por el maldito viento. Chovy apenas se arrastraba, con la mirada muerta y la boca abierta, seca. Sus brazos languidecían. En ese momento era tanto el viento que apenas se podían abrir los ojos y no se veía absolutamente nada a poca distancia. Karau se desesperó un poco cuando dejó de sentir la presencia de Chovy. Pero tampoco podía hacer mucho.
Al sexto día Chovy estaba pensando en comerse a su compañero, pero sabía que tenía menos fuerzas que Karau. Ambos llevaban unas estacas atadas a sus espaldas, para utilizarlas como armas, cuando fueran atacados por las bestias.
Cuando la fuerza del viento había mermado un poco, Karau y Chovy vieron a dos bestias dirigirse hacia ellos. No eran enormes pero eran horribles, con sus ojos cubriéndoles la cabeza y sus bocas con hocicos que terminaban en sus cuellos. Con su piel gruesa y oscura. Uno pareció gruñir de rabia.
Karau, que tenía aún suficientes fuerzas, tomó sus lanzas y las arrojó contra las bestias. El viento a favor había permitido que las armas hechas de cañas y rocas puntiagudas fueran más veloces. Las bestias fueron atravezadas y gemían en el suelo frío de polvo. Sangraban y agonizaban con sus horribles formas. Murieron.
Una vez inertes los cuerpos, Chovy se acercó y bebió un poco de sangre de la herida de una bestia. Luego cargaron los cuerpos a sus espaldas y emprendieron el difícil viaje de retorno a la aldea. Si lograban sobrevivir nuevamente cinco días, podrían llevar a su gente ese poco de alimento. Todavía sin hablarse, ellos.
—¡Mira, humanos! —había gritado Juan a Antonio, a através de su máscara de filtro, poco antes de ser alcanzados por las lanzas. Antonio no escuchó nada.
Juan y Antonio no esperaban ver a otros humanos, y esa fue la última vez. Si bien, no parecían humanos, por su aspecto primitivo, por su agazapada forma de caminar y sus prendas poco comunes, sus cabelleras roñozas.
Juan y Antonio llevaban máscaras para filtrar el aire que respiraban. Llevaban gruesos abrigos, con guantes y botas. Ambos llevaban un bolso en sus espaldas con una cantimplora, y armas, unos revólveres y cuchillos.
El día anterior habían caminado mucho por ese inhóspito desierto. Sus gruesas botas de goma sintética aislaban el contacto con la arena fría y contaminada por la lluvia ácida. Sus rostros y su piel estaban cubiertos del irritante viento radiactivo, que podía provocarles cáncer en pocos minutos. Pero el viento era fuerte y la arena volátil no permitía que avanzaran tan rápido. Debíeron atarse una soga para no perderse durante los momentos más escabrosos de la ventisca.
Aún antes de llegar a aquel desierto, tuvieron que cruzar a través del lecho seco del que fuera el río más grande de la región. A través de los lentes se distinguía un panorama nauseabundo. Con diminutos charcos de rocio ácido sobre el fango decorado con desperdicios, con cadáveres de animales y trozos de aviones caídos. Era un espasmo infinito el que se podía percibir. Cruzar el antiguo cauce del río les había tomado toda una tarde.
Pero antes de alcanzar ese sitio, cuando abandonaban la ciudad destruida, se notaba un horizonte sombrío, muerto. Con una brillante mancha de bruma rojiza y oscura en la lejanía, que se suponía un efecto de la lluvia nuclear, más el efecto invernadero de las nubes de gases tóxicos.
Juan pensaba que el paisaje era el infierno del que tanto se hablaba en las profecías religiosas. Antonio le había respondido que era una imagen desgarradora sacada de una novela de ficción futurista y nada optimista.
Ambos debieron cruzar toda la ciudad que era apenas escombros. Las calles estaban cubiertas de grandes baches y estructuras de metal, vidrio y cemento desparramados en gran caos. Todavía habían incendios interminables y el humo oscuro que se acumulaba en el aire espeso. Habían esqueletos de vehículos, con cadáveres disecados en su interior. Los edificios estaban aplastados, comprimidos hacia el suelo, varios siguieron desmoronándose peligrosamente por donde pasaban Juan y Antonio, quienes debían utilizar linternas para dirigir el paso.
La onda expansiva había consumido todo. No se veía el cielo, no se podía ver más allá de tres metros por la densa bruma que llovía en aquella ciudad asolada. Pero era peor que hubiera sol, puesto que sus rayos ultravioletas directos calcinarían en pocos segundos cualquier material inflamable. No habían otros sobrevivientes, no había agonía siquiera. Por eso Antonio le había comentado a Juan que iba ser muy dificil cruzarse con otros humanos vivos; sanos, al menos.
Juan y Antonio habían partido de su casa al otro lado de la ciudad, casi en las afueras, casi al borde de la pradera. Donde habían dejado a sus esposas y a sus hijos, de quienes se despidieron cinco días antes, en el búnker subterráneo que los había protegido de las explosiones nucleares.
Juan y Antonio habían trabajado durante años para construir esa estructura oculta bajo cientoveinticinco metros de tierra, en medio de sus propiedades contiguas. Habían diseñado ascensores especiales y conductos de emergencia para poder refugiarse inmediatamente cuando la guerra llegara allí.
Estaban a salvo, y tenían una inmensa reserva con agua y alimentos para un par de años, para ambas familias. Pero Juan y Antonio habían decidido salir a la superficie.



ÍNDICE, (el dedo)

(Carlos Miguel Giménez O.) [Paraguay - cmgo1979@yahoo.com]

Capítulo Página
Prólogo de S.D.D.: “¡Atención: Este libro apesta!” 02
I- Unos obreros esperan frente al bar cerrado 04
II- El nuevo mozo se atrasa en su primer día 09
3- El desayuno se cocina a las patadas 13
4- Mozo I: ¡Hay una mosca en mi café! 14
V- El joven utiliza un fumigador bactericida 22
VI- Llegan unos orientales y piden el menú 29
7- La vieja critica la falta de higiene del local 48
8- Los extranjeros tiran pedos y ya se van 50
IX- Suelen escupir dentro de las hamburguesas 62
X- El nuevo mozo tropieza y aniquila la vajilla 64
XI- Juan fue ascendido, ahora lava las lechugas 66
12- Mozo II: ¡Hay un dedo en mi sopa! 71
13- Viaje inesperado al fondo de la cocina 75
14- El comensal conoce al chef, qué extraño 76
XV- La mano vendada del cocinero saluda 78
16- Las papas fritas de la olla tienen manchas rojas 82
17- El cliente sufre alucinaciones estomacales 86
18- Hay un cuchillo abandonado entre los locotes 88
19- El nuevo mozo se quema con aceite hirviente 89
XX- Juan bromea con los pedidos (es despedido) 92
21- El cocinero llora, su dedo índice está deshecho 94
22- Otro cliente que sale corriendo muy perturbado 95
23- El nuevo mozo aprende a cocinar en una tarde 97
Apéndice: “El dedo fue reinsertado con éxito” 99
ÍNDICE, (el dedo) (el ciclo Y2K se repite) 00