lunes, 26 de noviembre de 2007

PALABRAS MUERTAS CAMINANDO

Una visita guiada por el autor (Norman F.)
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Recordando a los mesías sin gloria
(Carlos Miguel Giménez O.) [cmgo1979@yahoo.com]
El colectivo apesta
el aire pesado entra y sale por las ventanas
Hay un picante olor a pavimento
demasiados ruidos que sangran mal
Esta tarde se siente mucha rabia imprecisa
Mientras el pequeño niño sube y nos mira
con su mirada cansada, una estocada
mueve los labios huecos y espera
El colectivo acelera aparatosamente
el semáforo amenaza con desplomarse
"Jesucristo es el altísimo,
es el hijo de Dios..."
entona el niño con voces apagadas
su mente está degollada de su canto
las letras evangélicas están tan alejadas
de su mundo autodestructivo, el mío
"...perdona los pecados, cura a los enfermos,
resucita a los muertos..."
Un hombre salta desde su balcón
otro recoge 200 millones de guaraníes
Hay un loco que rompe parabrisas
con un martillo oxidado, inflamado
Las calles como venas sociales, vaya
con vendedores que se derriten pronto
El colectivo los consume, los arrolla
hasta los autitos pobres son arrastrados,
varios chorros de sangre agria
como frutas aplastadas, podridas
El niño termina su deshabitada alabanza
dos viejas gordas le tiran moneditas
Nadie sonríe, todo es un triste negocio
Del fondo, un fanático se hinca de rodillas
grita: ¡Jesús, sálvanos, Jesús!
El chofer patea los pedales, malditos
el freno nunca ha funcionado, ni lo hará
entonces todo parece una muestra de fe
El colectivo descontrolado se estrella
en millares de pedazos inservibles
con su paso descontrolado saquea
una patética estación de servicio
llenando de llamaradas gritonas los huecos
de polvo, como un crujido de rotos huesos
Primero el silencio, luego la explosión
Entonces todo es como esperaba
París, 1998

De regreso a la (miserable) Calle Olmos
(Carlos Miguel Giménez O.) [cmgo1979@yahoo.com]
Hoy ha sido un día miserable
el océano de tiempo desbordado, diablos
anegando mi isla de insignificancias
donde cualquiera podría ser estrella
triste, y morirse conmigo para nada
todos esos pasos tan inútiles
que me llevan a campos de gris dolor,
a levantar el polvo con suspiros inquietos,
entre las osamentas, el desierto, un delito
que es una mirada perturbadora,
un puñado de emociones apagadas,
ese ahogo en mi voz, que es silencioso
el cielo que arde en llamas, el mar
que es consumido, porque la pureza ya no
se encuentra entre mis intenciones.
Katmandú, 1993

Talk Shows para 15 personas
(Carlos Miguel Giménez O.) [cmgo1979@yahoo.com]
Un pájaro se petrifica en el aire
pierde el sentido de la dirección
y se estrella en la ventana, fin
ego te odio
mi vida se petrifica en el mar
de ortigas demoniacas
y pierde su sentido,
se desvanece el sendero
deseo que sea más fácil encontrarte
te busqué en la televisión.
Fte. Dauphin, 1982

Los nuevos domadores de leones
(Carlos Miguel Giménez O.) [cmgo1979@yahoo.com]
La vida es una gota de sangre
y amor que se profesan en secreto
los enamorados se cortan los dedos
con una tajada leve y roja, apasionada
más sellan su gloria con un chasquido
y las reglas se establecen con besos perversos
la sangre virginal, qué delicioso sabor
esa pasión criminal cuando revive de sí
es así, que los apasionados se juzgan
la piel con la daga ritual, pequeñas venas
que sangran, que fortifica su deseo, fervor
ellos abrazados en su charco de frenesí,
que se prodigan desangramientos furiosos,
ella, su vestido suave de miel tachada
por las cortaduras brillantes, arterias heridas
él, casi inconsciente, con felices burbujas
que de su boca expiran y lo llevan
la sangre se derrite cerca del viento,
los cuerpos se extinguen ya sin su aliento
el amor desaparece, al fin
están muertos
I. Kerguélen, 1987

Evaporación neumática
(Carlos Miguel Giménez O.) [cmgo1979@yahoo.com]
Los anzuelos descienden del techo
prendidos de leves hilos de náilon
rodean la cama, me buscan en sueños
se enganchan a mi cabeza
y me suben hacia el cielo
donde la violencia infinita
me absolverá de mí mismo.
Mazar-i-Sharif, 1987 (31 de diciembre)

La visión perfecta del acero inoxidable
(Carlos Miguel Giménez O.) [cmgo1979@yahoo.com]
Vivo corriendo fuera del asfalto
con miles de culebras afiladas
escupiendo veneno a mis espaldas
sobre campos de alfileres apretados
como un suelo puntiagudo, infinito
plantado de maizales de acero
cuyas hojas desgarran el brillo
y me desangran con el roce
caigo, agonizo dentro de una bolsa
de sangre fresca, muy fría
mientras diminutas víboritas
clavan sus dientes en las heridas
el cielo es plomizo, es un gas
este es el mundo electrizado
donde respirar es contagioso
y triste, la melancolía suprema
me dejo a la corriente vacía
apago mi mente y muero
Asunción, 1996-1997

Los libros
(Carlos Miguel Giménez O.) [cmgo1979@yahoo.com]
¡Qué desgraciado Poeta!
Ha dejado su tinta en los tambores de basura
ha permitido desaparecerse entre las aves de rapiña
que picoteaban sus ojos y su pecho de un tajo, abierto
aplastado por el sol contra la pared de arena
pudo gritar, pudo haber tenido amor y éxito
Hoy tengo en mi escritorio su negra mano embalsamada
escribo estas palabras con su tiesa diestra empolvada
mientras custodia a una vela luminosa, su cabeza agotada
Tu cadáver ya no sirve, tus palabras ya no existen
poeta malnacido, te equivocaste de fecha y sitio
Isaías escuchó un golpe en la puerta, dejó una marca en su libro, donde su lectura había sido interrumpida; lo dejó en la gran mesa, abierto en las páginas 570 y 571, fue a ver quién era, pero ya no volvió jamás. Era un mensajero divino, le arrancó el aliento y se desvaneció en la mortalidad.
Sin saberlo, Isaías había acelerado su muerte al llegar a aquel libro, a sus páginas 570 y 571. Si hubiera postergado su lectura quizá viviría un tiempo más. Leyó tantos libros, dedicó su vida a esa tarea infinita. Y tantos libros quedaron sin leer. Tantos que hasta hoy mismo siguen y seguirán escribiéndose. Quién sabe, quizá éste sea tu último libro.
Cuzco, 1995

Qué rápido ruedan las ruedas del ferrocarril
(Carlos Miguel Giménez O.) [cmgo1979@yahoo.com]
Has esperado innumerables años para abrir los ojos
y atrapar el brillo de un moribundo atardecer
para voltear tu bello rostro hacia el fin del sol
mientras tu inmensa cabellera se agitaba en la brisa
y tu figura crecía en una sombra hacia mí
Has esperado veinte años de vida para venir
a encontrarme en el mar de un día leve
te he mirado, he desfallecido en tu belleza
tu sonrisa exquisita, ese suspiro tan suave
ese mismo día, el de tu desgarradora muerte
entre los ardientes rieles de la vía férrea
descuartizada entre las rueditas del viejo tren
Así es como se despide el único y verdadero amor
te quedas unos instantes más, pero es ya tarde
te das cuenta que nada servirá, que está todo perdido
Luego te entregas a los brazos de la eternidad
cierras tus ojos y desapareces para siempre
[... infeliz]
Monte Kyzyl (Mar de Laptev), 1978

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Internet, 2000

Cementerio de taxis
(Carlos Miguel Giménez O.) [cmgo1979@yahoo.com]
El paraíso es un desierto, inmenso y tétrico,
con rumores de tormentas horripilantes.
Una brisa oscura desgarra el cielo lento,
la arena filosa se arrastra inquietante,
mientras sacude angustioso el canto
a fantasmas criminales de culpa sangrienta.
Hay escarabajos amarillos semi enterrados,
apuñalados como cruces en la tierra muerta,
abandonados, olvidados, en silencio aterrador,
putrefactos de huesos, corroídas las llantas.
El color oxidado de sus cristales rotos,
hasta el hierro frío y destripado,
desatan en el aire ese lamento sempiterno,
abominable llamado a dioses desgraciados.

Maratón antisueño
(Carlos Miguel Giménez O.) [cmgo1979@yahoo.com]
54 horas sin sueño, ni bostezos patéticos,
sin píldoras, sin televisor, ni alfileres.
La cafeína leprosa se acumula en el aire,
en la mente una nube plomiza, crece.
Las ojeras pulverizan el rostro demacrado,
la luz y la noche son un túnel desquiciado.
Fluye por un oído el humo del cerebro quemado,
de la maratón antisueño, de insomnios robados.
Las manos enfermizas en la mesa reposan,
dormir es un sueño, cayendo en sus brazos,
dormir es tan lejos, inútil, una morsa
que captura el reposo machacado a pedazos.
Corre el solitario participante, en la meta una dama
ve sosteniendo el premio fastidioso: una pequeña cama.
Maldito sueño.

El suburbio de las pesadillas hostiles
(Carlos Miguel Giménez O.) [cmgo1979@yahoo.com]
Buenas noches, mi amor, duérmete quedamente,
cierra los ojos, llénate de mi mente siniestra,
muy pronto serás protagonista y auditorio
de tus sombras apagadas, quebradas en el aire
Incendio las luces, y la noche de pasos se tiñe,
el cielo sobre el mar vacío sacuden, rabiosos
Las ratas hambrientas corren a refugiarse
en las penumbras de callejones pálidos, quietos
sus feroces miradas rojas te advierten y oyen
el latido corrompido de tu corazón nocturno
Esas pequeñas garras te persiguen, pequeña
corres, corres, pero no alcanzas a moverte
los gritos vuelan de tu boca enmudecida
pero terribles ruidos agrietan las paredes
te rodean los rostros devorados a carcajadas
y tu largos cabellos te atrapan con lentitud
en un mundo tan macabro, triste y oscuro
Soy el encantador de pesadillas hostiles,
aquí es donde la gente me recuerda mejor.

El velorio
(Carlos Miguel Giménez O.) [cmgo1979@yahoo.com]
El féretro yace, semi enterrado en la oscuridad
entre sillas abandonadas, casi desparramadas
Las ratas se zambullen en rincones huecos
una medalla de flores se marchita y cae
sobre el suelo de polvo, el polvo se acumula
la tapa caída del ataúd, desorbitado
por la ventanita una luz miserable
se cuela y derrite el aire, muerto
y el muerto cierra los ojos y no respira
está muerto, pero presente en este velorio
de luto se infecta el aire, agonizante
el quejido de las telarañas, fuera de foco
la puerta, a lo lejos, no mira hacia afuera
un candado oxidado, unos insectos diminutos
se dispersan como ceniza, sobre la ceniza
la última marca de una lágrima, triste
es el silencio, silencioso toma una silla
tumbada en el suelo, casi desparramada
para esperar el paso quieto del tiempo,
que a este tiempo también sigue presente.

El mar y sus olas suicidas
(Carlos Miguel Giménez O.) [cmgo1979@yahoo.com]
De la viga, la soga pende firme y gruesa,
el cielo, purpúreo, sostiene liviana la horca,
Aquí hay lugar para agitar los pies al viento,
ante las olas, ante cien demonios violentos.
El mar, infinito, llueve sobre sus entrañas,
cuando, tarde, la tarde deposita un cadáver
en sus manos derretidas, ensangrentadas
La soga,
emerge como una mirada desencajada,
y la locura se arremolina salvajemente,
las algas me tocan las manos, la daga
hundida en mi frágil corazón ausente.
Sube las escaleras con pies húmedos
para coronarse un delirio, la mar
para jalarse, del cielo, la viga
muerte, locura, delirio y más
palabras extrañas de su boca espumosa,
visiones apocalípticas, la muerte acuosa.

Tumor cerebral
(Carlos Miguel Giménez O.) [cmgo1979@yahoo.com]
es cierto que estuve parado
del otro lado de la ventana cuando la piedra estalló el cristal
y no niego que mi piel
se ha cortado con heridas profundas y sangrantes
no puedo dudar que me arrojé
por el aire como un cuervo invisible de terror siniestro
que fui una masacre personal
aleteando con gestos dolorosos y espumas en la boca
que me golpearon cerca del techo
con largos palos de escoba para que cayera estrepitoso
y me hollaran las botas
para aniquilar mi sufrimiento tan espantoso
entre trozos de vidrio
mis ojos se llenaron de tristeza infinita
y lloré con gritos mudos
aplastado como una sombra despreciada en la pared
ahora me odio tanto
con mis huesos quebrados, con el aliento de polvo
olvidado en esta fábrica abandonada de ventanas rotas

Perturbado por la pornografía de la ciudad
(Carlos Miguel Giménez O.) [cmgo1979@yahoo.com]
Por la tarde, casi oscureciendo, vuelvo a la ciudad para sentir el aire pesado y vaciar las calles urbanas con pasos cansadores, junto a esas personas anónimas, ciudadanos.
Sí, como enormes ratas furiosas (las mismas ratas de diferentes poesías) descendiendo por las paredes de los elevados edificios, corriendo como si fuera en el césped de cualquier cementerio de lujo.
Fuego bajo sus párpados y la puerta asfixiando flores silvestres, frente al hotel abandonado.
Amarillo caminando con la policía confundida en una esquina de la postal, entre lentes baratos lejos de las ofertas del mes.
Mientras se bajan las cortinas, así que los gusanos del yogur asaltarán el banco conde los empleados de la limpieza.
Rueda, rueda, y el agujero se conserva frío bajo los rastros de vidrio estallado, la luz roja para intentar detenerse todavía.
Los niños dentro de una mano con basura, rayando los sacos y escarbando los papeles rechazados, las demandas judiciales del día, las baterías desperdiciadas de infinidad de oficinas sin prestigio.
Tanto el anhelo y la vuelta gratis alrededor del ventilador portátil, así para ganar gratis lo que nadie vendió ayer.
Caminando por una ciudad autopsicópata para dejar el universo a tus espaldas, aún simple, escoltado por las hojas alocadas en vuelos estrepitosos.
El viento empujando a mirar por la ventana desde el tercer piso y mudo, sin responder, obtener el deseo para voltear las tapas de quince alcantarillas ocultas.
Comenzando a ver las líneas invisibles del tránsito en polvo, en movimiento paranoico, el papel arrugado para ocupar un lugar en el espacio de las hojas secas de la plaza pública abandonada.
Tal cual la inmensidad que naranja el cielo recortado en el balcón, un mareo sin agua en botella de plástico, si y maquillado.
La antigüedad deshuesando las telarañas de su maletín, y las manos de los miserables empleados depresivos formando filas por otra taza de café amargo.
Sí, más importante en sentido contrario, la rutina otorga un recibo de originalidad para crecer en el florero cretino, deshabitado.
Los labios que besan a las palabras tontas al despedirlas sobre el asador de la tarde mediocre, la tarde de todos los días, todas las semanas, todos los meses y años, llueva o truene, feriado o día de pago.
Las calles se van reproduciendo salvajemente a medida que camino entre sus veredas patéticamente ensangrentadas de modorra y lujuria reciclada, doblo la esquina y el callejón ya existe.
Pero todavía tengo ojos para encontrar al asesino invisible, a la mano que porta el cuchillo de cocina para el pan francés, al hombre disfrazado de rutina vertiginosamente caníbal, maldita rutina, es la maldita rutina ladrona de lápices de carbón y números telefónicos.
Vorágine angustiosa, me sumerjo en un remolino de desesperación callejera, en un vuelco hipnótico entre demasiadas caras desconocidas, ¿qué no ven?, la rutina se ha vuelto a escapar, sonriente, de la saga justiciera de mis manos, yo, maldita seas, rutina de mierda.

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