Qué
mucho volé.
Finalmente,
tras décadas de irregulares intentos y ligeros despegues, conseguí dominar la
técnica para impulsarme encima de elementos más altos sostenidamente, y también
para concentrar mayor velocidad.
La
principal prueba del logro fue en dos episodios: uno cuando reposé en un
rectángulo casero, situado en un tercer nivel y tapado por las hojas de los árboles.
Me sentía algo cansado y, poco antes, me pareció que un policía en motocicleta
me había visto muy sospechoso.
Lastimosamente
el descanso fue breve, porque sentía más ansiedad de seguir y llegar a un
destino casual… y porque, mientras estaba recostado, descubrí una fila de unas grandes
hormigas rojas sobre una rama pegada al cimiento. Escuché, divertido, como la
gente se movía abajo, en su patio, y pensé con qué espanto reaccionarían si se
enteraban de que estaba ahí.
No
obstante, antes de animarme a continuar, mi vista se adaptó a la luz de una
pared, donde en realidad había una ventana opaca, y se notaba el cuerpo de
alguien mayor, acomodando ropa limpia. Asomó un niño.
Sabía
que si daba un simple salto, podría equivocarme. Así que nada más me relajé y
me impulsé hacia arriba, con éxito renovado.
Pude
ver mejor la ciudad desde más alto. Me maravillaba que no me afectara el
vértigo. Estaba oscureciendo. Aún el tránsito parecía algo ligero; pero no se
precipitaban en encenderse las luces nocturnas.
En
algún lado, más adelante, estaba el río, y la avenida principal, que me servía
de guía para llegar a una parte más conocida del lugar.
Sinceramente,
no fue tan sorprende como podría haber esperado otro. Quizá porque yo creía que
era posible, y también porque tuve otros vuelos únicos y más excitantes, por la
novedad del éxito.
Ahora
recuerdo que la última vez tuve vuelos largos y directos, que se mantuvieron,
si no me equivoco hasta en tres o cuatro tandas, con pausas en tierra. Y
recuerdo que además podía dirigirme a voluntad, quebrar en otra dirección y
acelerar. Recuerdo que la última vez crucé por un bosque, luego de equivocarme
de lugar; también estaba oscureciendo.
Y
al repasar instantáneamente la experiencia, me vinieron a la mente imágenes de
aquella vez inicial, en que estaba cayendo desde una altura infinita, desde la
cima de un edificio, y la calma me dominaba a la desesperación de aquella
situación.
También
una ocasión, ya ni recuerdo qué edad tenía, cuando ensayaba en el campo
abierto, y pude elevarme como un globo inestable, sensación que manipulé para
dar saltos largos y divertidos. Debió haber sido una de las primeras veces que
lo conseguí, y es posible que de ese impreciso recuerdo haya salido el “Curso
para aprender a volar con la voluntad”.
Esta
noche ha sido muy distinto. Lo sentí tan ligero, tan controlable y seguro. Era
dueño de maniobrar mi cuerpo en los
aires; a pesar de que no tengo explicación física de esta acción, y que no
tengo tan poco peso. Supongo que tiene mucho que ver con la concentración.
De
joven, cuantas veces me veía levantando un pie y meditaba que solo necesitaba
aprender a despegar el otro de la gravedad del suelo, para estar volando.
En
esa misma época, al irme a dormir, solía imaginarme que me convertía en una
voluntad aérea, que traspasaba increíbles resquicios entre las puertas y
ventanas, para pasearme con la mente por la ciudad, para mirar cómo dormían las
mujeres que tanto me gustaban.
O
sencillamente me iba tan lejos, a disfrutar de los interminables surcos del océano,
cuando tenía ganas de cruzarlo como un rayo. Claro que eso también solía
mezclarse con otra técnica, que probaba para repasar todo lo que sucedía al
mismo tiempo en el planeta, en apenas un segundo; y de sentir a los millones de
seres humanos como un único organismo. Se sentía también como cruzar el mar,
aunque convertida en una gota omnipresente.
Me
desvié un poco del tema, con el entusiasmo de mis reflexiones. Había una
extraña certeza, sobre todo tras alejarme del rincón donde reposé para
esconderme: si llegaba a chocar con algo, iba a perder la habilidad y ya no
podría recuperarla por esta vez.
De
todas formas, eso no sucedió y no estoy seguro de haberlo comprobado.
El
siguiente instante en que se puso a prueba el vuelo fue cuando me acercaba a lo
que distante se veía como una muralla en el horizonte, un defecto geográfico,
donde se asentaban varios edificios altos, que debía tratarse de algún monte
pequeño.
Al
acercarme, pensé que iba a estrellarme con el borde del techo de alguno de los
últimos pisos, e iba a quedarme atrapado allí.
Curiosamente,
no necesité de ningún movimiento físico, solo percibí la sensación de que
estuviera empujando mi mente había arriba y adelante, como si mi conciencia
diera invisibles pataleos.
Al
subir esa pendiente, pronto me metí entre senderos y estrechos pasillos, y poco
después estaba sobrevolando un descampado, cubierto por rocío, tras cruzarme
con una serie de esferas enormes de piedra, de un museo al que no había podido
visitar antes. Creo que había una fila de escolares, de guardapolvos blancos,
visitando el sitio.
Luego
sí, ya reconocí el vecindario aledaño. Un arrabal de casitas de maderas y
techos de chapa, que atravesé a corta distancia. Incluso pasé por una cancha de
voley, donde me vieron sin tanta sorpresa, y hasta hubo una chica que me tiro
la pelota, a destiempo, para que se la devolviera desde el aire.
Seguidamente
entré por un camino inundado, ya casi oscurecía del todo, con yuyales a los
lados. Algunas pocas camionetas veían lentamente en sentido contrario, con la
mitad de las ruedas hundidas en el agua y el barro. Y no sé por qué se me
ocurrió fingir que caminaba sobre la superficie.
Recuerdo
cómo chapoteaba ridículamente con mis sandalias, mojándome los pies en el agua
marrón, y me daba algo de temor que me hundiera.
Recuerdo
también que miré a un lado, y vi tristemente una edificación grande y
abandonada, que se iba oscureciendo entre la decadencia y la vegetación. Sentí
que debía volver a revisar allí, en otro momento.
Y
luego me cansé del teatro, creo que ninguno de los dos o tres conductores con
los que crucé me hicieron caso; me elevé una vez más para pasar sobre un puñado
de baldíos y casuchas, entonces llegué a una especie de costanera, cerca de una
cancha de fútbol de salón. Y allí descendí.
Al despertar, acumulaba
todas las impresiones nítidas y completas. No tenía noción de la hora, y solo
sentía la cabeza un poco caliente.
Después, casi automáticamente, pensé en la
técnica para viajar en el tiempo.