veo a alguien a lo lejos
Soy yo, que seguí adelante
No me distraje tanto tiempo
lunes, 6 de octubre de 2014
domingo, 28 de septiembre de 2014
jueves, 14 de agosto de 2014
Supongamos Tex Avery
“Y acabó Dios en el día séptimo su obra que hizo, y
reposó el día séptimo de toda su obra que había hecho” - Reina Valera (1909)
Supongamos Tex Avery, creó el universo de Looney Tunes.
Es domingo, día de descanso.
Uno se puede levantar tarde de la cama.
Tomarse el tiempo para preparar el almuerzo, para las
14:00, las 15:00.
En alguna parte del mundo, Pato Lucas empieza: “Tex
Avery, que estás en tu casa, santificado sea tu reino…”
Bugs Bunny, recita: “Tex Avery, que estás en tu casa,
santificado sea tu reino…”
Droopy dice: “Tex Avery, que estás en tu casa,
santificado sea tu reino…”
Porky Pig: “Tex Avery, que estás en tu casa, santificado
sea tu reino…”
Screwball Squirrel: “Tex Avery, que estás en tu casa,
santificado sea tu reino…”
Chilly Willy: “Tex Avery, que estás en tu casa,
santificado sea tu reino…”
Hay misa en Looney Tunes, alrededor de todo el planeta
animado. Y no son 6 ni 60 personajes, son 1.200 millones de ellos, recitando y
repitiendo todos al mismo tiempo: “Tex Avery, que estás en tu casa, santificado
sea tu reino…”
Supongamos, Tex Avery todo lo ve, todo lo sabe, conoce a
cada uno de los personajes que creó, los creo a su semejanza, dándoles rasgos
de su personalidad, su propia voz.
Y les dijo que podían hablar con él, en cualquier momento,
todo el tiempo, con solo recitar, mecánicamente de memoria, una oración que
dice así: “Tex Avery, que estás en tu casa, santificado sea tu reino…”
Y Tex Avery, todopoderoso, sabe de sus reclamos, sabe lo
que necesitan, sabe el futuro que les depara… y tiene jaqueca por mil millones
de voces repicando al unísono siempre lo mismo.
Si uno fuera Tex Avery, obviamente le bajaría el volumen
a mudo a tantas oraciones sicológicas, pondría algún disco de Herb Alpert, y se
pondría a sazonar la comida, disfrutando tranquilamente del día.
Más aún, considerando que Tex Avery está retirado, y que
tanto recitado es aburrido y desesperante, se podría olvidar de retomar ese
volumen tan predecible.
Tocan el timbre: son William Hanna y Joseph Barbera, con
un tinto.
Sí, ya lo saben, también: Tom siempre va pedir que una
fuerza divina le permita atrapar a Jerry; mientras Jerry va a rezar para que
esa fuerza le libre siempre de Tom.
Generalmente, Jerry va a zafar de Tom, y va creer que le
bendicen desde arriba. Y, posiblemente, Tom podría pensar que está pagando por
pecados felinos.
Los cerditos siempre van a pedir que el lobo no los
atrape. El lobo siempre va a pedir que Caperucita se convierta en su almuerzo.
Elmer va a rezar a diario para que el Pato Lucas caiga en
sus trampas; el Pato Lucas quizá no rece, pero si está en un riesgo terrible
ante la escopeta de Elmer… podría rezar.
Y siempre, personajes que se creen buenos, personajes que
no saben que son malos, siempre van a pedir lo que les conviene, para
satisfacer sus necesidades.
¿Cuál es el sentido de una caricatura? ¿De dónde viene? ¿A
dónde va? ¿Qué pasa cuando muere (si es
que muere)? ¿Cómo adquiere conciencia?
Tex Avery está muy ocupado para responder, comiendo
tostadas, y riendo con Chuck Jones, que llegó hace un rato. Walt Disney está
afuera, fumando, y mirando la costa.
Mientras tanto, Bugs Bunny sabe que puede hacer todas las
travesuras que se le plazcan, y al final puede pedir perdón a Tex Avery, y
estar en paz consigo mismo, en su madriguera.
Droopy vive despreocupado. Sabe que va ir, como premio
por su conducta, a un paraíso celestial, donde podrá aullar eternamente junto a
perritas angelicales.
Pero Screwball Squirrel… no se ha portado bien.
Presumiblemente debería ir al infierno. Por sus bromas, la ardilla está
condenada a un mundo siniestro en llamas, de torturas y sufrimiento sinfín, sin
posibilidad alguna de misericordia ni piedad. Fuego eterno.
***
Y está la franja de Pixar, acorralada y bombardeada por
Disney.
Disneylandia es la tierra prometida.
miércoles, 30 de julio de 2014
yvy pytã pytãve
ahendu
nde quirirî
añandu
nde tasy
amomandu’a
oguahero
yvytu
ñande
mopiriva
ojemoatymoi
asy
pe
kaaguy guasu
ojeñandu
añoite
mba’embyasy
tyvytyicha
ha’eteva
ohasava'ekue
yma
guarema
ha’eteva
oikova’ekue
mombyry’ite
ojemokã
tuguy
opama
tesay
kuarahy
omimbi
ha
omongakua’a
kurusu
kuera
kuarahy’ã
hetama
jepy’py
ñande
kéra
***
hetama
jaguata
hetama
jamba’apo
hetama
jakyhyje
manógui
ojepe'áva
ha
oho jeyma ñorairõpe
ange
ñembo’e kurusupe
ha
ko’ero oñeñotyma
hetama
jañorairõ
hetama
jañembo’e
hetama
jamano
***
kavaicha
ojopi
ojeñandu
sapy’a
ojeñandu
asyva
ha
ejejoko mbarete
ani
resapukái hagua
ani
rejahe’o hagua
ka'aguy
ari
bala
oturuñe'ẽ
***
yvytimbo
ñande
yvytimbo
jaju
yvytimbogui
okaraygua
ha’e
yvytimbo
opurahéiva
avei
tupã
heta jerovia
arrivéño
ha pa'i
yvága
ma'êhava
pirape
ohekava
umi
kerana va’i
avatirague
okytîva
ñemuha
ha py'amirî
porâ
oikovaekue
ha
umi itarovaite
yvytimbope
opata
yvytimbo
pyt ã
***
añañuãse
nde
mbaraka
che
teindy
añañuãse
peteî
yvyra
okañyva
araipe
añañuãse
che
sapukai
rohenóiro
pytũmbype
anga
oúta ara va’i
oguaheta
vy'a'y
nda
jajotopa mo'ãi
***
rehenduna
ha
ko'áĝa jaquirirîta
py’aguapy
yvytu
ha’eño
kapi'ity
oke asy
ára
ndohasai
nda
jarovia’i
oikovakue
koape
tasy
guasu
jejuka
techaga'u
oturuñe'ẽ
yvytu
oturuñe'ẽva’ekue
bala
ha mano
ymaguarema
guerra
guasupe
ha
ko'áĝa
angerete
rehenduna
che
teindy
jejuka
heta
jejuka
rei
ara
pytû
oguahe
jey
***
mba'e
oikova'ekue
mba'e
ojuhu ñandeve
jaike
tape kañypyre
mba’eve
ndajahechai
jahapa
mbaretepe
arasunupe
jaike paite
ha
jamopehe'â
peteî
poyvi
peteî
tetã
mba'e
oikova'ekue
mba'e
ojuhu ñandeve
ha
upéinte jahechapa
japáy
sapy’a
peteî
kerasype
***
domingo, 20 de julio de 2014
Misteriosas desapariciones anuales
"Cada año desaparecen miles de
personas", me dijo el comisario, como si estuviera leyéndome una aburrida
crónica sobre finanzas. Levantó un poco la vista de su periódico, desde su
silla hundida en el escritorio enmarañado de trastos; y señaló un muro de la
habitación. Había un cartel de avisos.
El cartelón estaba empapelado, violentamente
quizá, de desordenados papeles fotocopiados, de recortes de diarios, de cartones de
leche, de tarjetas postales y de hojas arrancadas de la guía telefónica:
"¿Ha visto a esta persona?", ¡caray! eran miles, miles de personas
desaparecidas.
A unos metros estaba un suboficial con una vieja
y ruidosa máquina de escribir, cuyos teclados parecían pedales oxidados.
Parecía copiar incansable montañas de notas con sus dedos puntiagudos; fuera de
cualquier noción de su entorno. Nosotros ni nadie existíamos para su mente.
El comisario me dijo que anotara mis datos,
que se los pasaría a su suboficial para el registro policial y que me llamarían
si tuvieran alguna novedad.
Le pregunté qué estaba sucediendo, me enunció
de forma rápida, como si me leyera una pequeña esquela de las cosas que mamá quería
que le comprara en el almacén: terrorismo, deudas, fracasos, post comunismo,
abducciones, fama... Me fijé mejor y vi que en realidad me estaba leyendo un
papelito pegado al borde de su escritorio, cerca de las rodillas. Entonces
desistí de preguntarle si ya habían podido resolver algún caso.
Me alejé lentamente hacia la puerta, de
espaldas. El comisario seguía leyendo, su ayudante seguía en su universo
taquigráfico. Sentí que llegaba otra persona a reportar lo mismo. Salí
corriendo entre la gente de afuera.
Fue así como desaparecieron para siempre
todos mis compañeros de colegio durante una excursión guiada en la Expo anual
de Mariano Roque Alonso. Hasta hoy.
***
sábado, 19 de julio de 2014
Cómo volar con la voluntad? [RESUELTO]
Qué
mucho volé.
Finalmente,
tras décadas de irregulares intentos y ligeros despegues, conseguí dominar la
técnica para impulsarme encima de elementos más altos sostenidamente, y también
para concentrar mayor velocidad.
La
principal prueba del logro fue en dos episodios: uno cuando reposé en un
rectángulo casero, situado en un tercer nivel y tapado por las hojas de los árboles.
Me sentía algo cansado y, poco antes, me pareció que un policía en motocicleta
me había visto muy sospechoso.
Lastimosamente
el descanso fue breve, porque sentía más ansiedad de seguir y llegar a un
destino casual… y porque, mientras estaba recostado, descubrí una fila de unas grandes
hormigas rojas sobre una rama pegada al cimiento. Escuché, divertido, como la
gente se movía abajo, en su patio, y pensé con qué espanto reaccionarían si se
enteraban de que estaba ahí.
No
obstante, antes de animarme a continuar, mi vista se adaptó a la luz de una
pared, donde en realidad había una ventana opaca, y se notaba el cuerpo de
alguien mayor, acomodando ropa limpia. Asomó un niño.
Sabía
que si daba un simple salto, podría equivocarme. Así que nada más me relajé y
me impulsé hacia arriba, con éxito renovado.
Pude
ver mejor la ciudad desde más alto. Me maravillaba que no me afectara el
vértigo. Estaba oscureciendo. Aún el tránsito parecía algo ligero; pero no se
precipitaban en encenderse las luces nocturnas.
En
algún lado, más adelante, estaba el río, y la avenida principal, que me servía
de guía para llegar a una parte más conocida del lugar.
Sinceramente,
no fue tan sorprende como podría haber esperado otro. Quizá porque yo creía que
era posible, y también porque tuve otros vuelos únicos y más excitantes, por la
novedad del éxito.
Ahora
recuerdo que la última vez tuve vuelos largos y directos, que se mantuvieron,
si no me equivoco hasta en tres o cuatro tandas, con pausas en tierra. Y
recuerdo que además podía dirigirme a voluntad, quebrar en otra dirección y
acelerar. Recuerdo que la última vez crucé por un bosque, luego de equivocarme
de lugar; también estaba oscureciendo.
Y
al repasar instantáneamente la experiencia, me vinieron a la mente imágenes de
aquella vez inicial, en que estaba cayendo desde una altura infinita, desde la
cima de un edificio, y la calma me dominaba a la desesperación de aquella
situación.
También
una ocasión, ya ni recuerdo qué edad tenía, cuando ensayaba en el campo
abierto, y pude elevarme como un globo inestable, sensación que manipulé para
dar saltos largos y divertidos. Debió haber sido una de las primeras veces que
lo conseguí, y es posible que de ese impreciso recuerdo haya salido el “Curso
para aprender a volar con la voluntad”.
Esta
noche ha sido muy distinto. Lo sentí tan ligero, tan controlable y seguro. Era
dueño de maniobrar mi cuerpo en los
aires; a pesar de que no tengo explicación física de esta acción, y que no
tengo tan poco peso. Supongo que tiene mucho que ver con la concentración.
De
joven, cuantas veces me veía levantando un pie y meditaba que solo necesitaba
aprender a despegar el otro de la gravedad del suelo, para estar volando.
En
esa misma época, al irme a dormir, solía imaginarme que me convertía en una
voluntad aérea, que traspasaba increíbles resquicios entre las puertas y
ventanas, para pasearme con la mente por la ciudad, para mirar cómo dormían las
mujeres que tanto me gustaban.
O
sencillamente me iba tan lejos, a disfrutar de los interminables surcos del océano,
cuando tenía ganas de cruzarlo como un rayo. Claro que eso también solía
mezclarse con otra técnica, que probaba para repasar todo lo que sucedía al
mismo tiempo en el planeta, en apenas un segundo; y de sentir a los millones de
seres humanos como un único organismo. Se sentía también como cruzar el mar,
aunque convertida en una gota omnipresente.
Me
desvié un poco del tema, con el entusiasmo de mis reflexiones. Había una
extraña certeza, sobre todo tras alejarme del rincón donde reposé para
esconderme: si llegaba a chocar con algo, iba a perder la habilidad y ya no
podría recuperarla por esta vez.
De
todas formas, eso no sucedió y no estoy seguro de haberlo comprobado.
El
siguiente instante en que se puso a prueba el vuelo fue cuando me acercaba a lo
que distante se veía como una muralla en el horizonte, un defecto geográfico,
donde se asentaban varios edificios altos, que debía tratarse de algún monte
pequeño.
Al
acercarme, pensé que iba a estrellarme con el borde del techo de alguno de los
últimos pisos, e iba a quedarme atrapado allí.
Curiosamente,
no necesité de ningún movimiento físico, solo percibí la sensación de que
estuviera empujando mi mente había arriba y adelante, como si mi conciencia
diera invisibles pataleos.
Al
subir esa pendiente, pronto me metí entre senderos y estrechos pasillos, y poco
después estaba sobrevolando un descampado, cubierto por rocío, tras cruzarme
con una serie de esferas enormes de piedra, de un museo al que no había podido
visitar antes. Creo que había una fila de escolares, de guardapolvos blancos,
visitando el sitio.
Luego
sí, ya reconocí el vecindario aledaño. Un arrabal de casitas de maderas y
techos de chapa, que atravesé a corta distancia. Incluso pasé por una cancha de
voley, donde me vieron sin tanta sorpresa, y hasta hubo una chica que me tiro
la pelota, a destiempo, para que se la devolviera desde el aire.
Seguidamente
entré por un camino inundado, ya casi oscurecía del todo, con yuyales a los
lados. Algunas pocas camionetas veían lentamente en sentido contrario, con la
mitad de las ruedas hundidas en el agua y el barro. Y no sé por qué se me
ocurrió fingir que caminaba sobre la superficie.
Recuerdo
cómo chapoteaba ridículamente con mis sandalias, mojándome los pies en el agua
marrón, y me daba algo de temor que me hundiera.
Recuerdo
también que miré a un lado, y vi tristemente una edificación grande y
abandonada, que se iba oscureciendo entre la decadencia y la vegetación. Sentí
que debía volver a revisar allí, en otro momento.
Y
luego me cansé del teatro, creo que ninguno de los dos o tres conductores con
los que crucé me hicieron caso; me elevé una vez más para pasar sobre un puñado
de baldíos y casuchas, entonces llegué a una especie de costanera, cerca de una
cancha de fútbol de salón. Y allí descendí.
Al despertar, acumulaba
todas las impresiones nítidas y completas. No tenía noción de la hora, y solo
sentía la cabeza un poco caliente.Después, casi automáticamente, pensé en la técnica para viajar en el tiempo.
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